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viernes, 25 de agosto de 2023

Texto leído: EL METODO DEL DOCTOR TARR Y DEL PROFESOR FETHER Cuento de Edgar Allan Poe 24 de agosto de 2023

 EL  MÉTODO DEL  DOCTOR TARR  Y  DEL  PROFESOR FETHER

                           CUENTO DE  EDGAR  ALLAN  POE

                         ADAPTACIÓN  DE  EVELYN  RAMOS


MISS WILLIAMS

MISS THOMPSON

MADAME MAILLARD

MONSIEUR MAILLARD

MADAME DESOULIÈRES

MADAME JOYEUSE

MONSIEUR ALLARD

MONSIEUR DE KOCK

MADEMOISELLE SALSAFETTE

MADEMOISELLE LAPLACE

MADEMOISELLE DU BOIS

MADEMOISELLE BOULLARD, SIRVIENTA


ACTO 1

Escena 1

Entra Williams a narrar la introducción de sus vivencias, viste muy formal y elegante,

es una psicóloga distinguida.

Williams – (al público) Durante el otoño de 18… y algo en el curso de una excursión

por las provincias más elegantes de Francia, mi ruta me condujo a poca distancia

de cierta maison de santé, o manicomio para quienes no sepan francés en este sitio,

del que había oído hablar mucho en París a mis colegas y amigos médicos. Como

nunca había visitado un lugar de ese género, pensé que era una buena oportunidad

para no dejarla perder.

Así le propuse a mi compañera de viaje, que había conocido por casualidad un día

antes, que nos desviáramos para inspeccionar el establecimiento ya que ella

conocía al dueño.

Escena 2

Entra Thompson que de igual maneta viste formal y elegante, tiene un aire de

inquietud y disgusto al oír la propuesta de Williams.

Williams – (a Thompson) Es una buena oportunidad para conocer la maison de

santé.

Thompson – Lamento informarte que tengo prisa el día de hoy. Además, debes

saber que tengo un horror habitual a los locos, pero conozco al dueño: Monsieur

Maillard, puedo presentártelo para que puedas acceder al sitio.

Williams – Me temo que así sea, pero acepto tu propuesta.

Thompson – No dejes por cortesía hacia mí de satisfacer tu curiosidad y sigue

adelante con calma para que pueda alcanzarte durante el día o en dado caso al día

siguiente. Te acompañaré hasta la puerta, después de saludar a los dueños y

dejarte me marcharé.

Williams – (al público) Mientras caminábamos hacia la puerta de entrada, noté que

estaba levemente entreabierta y que se asomaba por ella las caras de dos

personas. Un instante después se nos acercaron. Al principio ese lugar me dio

miedo, pero me avergoncé de mi flaqueza y seguí avanzando.

Maillard – Muy buenos días, amiga mía, Mademoiselle Thompson, le presento a mi

mujer, Madame Maillard.

Thompson – Muy buenos días, no sabía que era casado, es un placer verlos

Madame.

Madame Maillard – El placer es nuestro.

Maillard - ¿Y a qué debo su inesperada visita?

Thompson – Si no es molestia, mi compañera quiere conocer su magnífica maison

de santé, está interesada en su método y experiencia profesional Doctor.

Maillard – No es ninguna molestia, me alaga, le aseguro que atenderé todo sobre

su compañera.

Thompson – Sin más por el momento, me despido de todos, muchas gracias por su

comprensión Madame, Monsieur.

Williams – Gracias, te veo pronto amiga.

Thompson – De nada amiga, ten cautela, precaución y discreción.

ACTO 2

Escena 1

Entran a una pequeña, blanca y limpia sala de estar, que contenía flores, libros,

objetos refinados, pinturas, dibujos e instrumentos musicales. Hay una chimenea

con fuego que brilla fuertemente junto a un sillón y en el otro extremo de la sala se

encuentra un piano con una chica vestida totalmente de negro.

Williams – (a Thompson) Así será. (al público) Una vez se marchó, el director nos

hizo entrar en un pequeño y extraordinariamente limpio lugar que contenía flores,

libros, objetos refinados, pinturas, dibujos e instrumentos musicales. El fuego

brillaba en la cálida chimenea y al piano estaba sentada una joven muy bella, quien

a mi entrada interrumpió su música para abrazarme con cortesía.

Vestía de luto riguroso y despertó en mí un sentimiento mezclado de respeto, interés

y admiración. Fui cuidadosa en lo que hacía delante de ella, pues no estaba segura

su estuviera cuerda, había en sus ojos cierto brillo inquieto que me dejaba imaginar

que no lo estaba.

Maillard se da cuenta que Williams observa detenidamente a la chica de pies a

cabeza, mientras su esposa las observa tranquilamente. La chica simplemente

sonríe y observa a todos.

Maillard - ¡No! Es una persona de mi familia… (sin saber qué decir) mi sobrina. Una

muchacha perfecta.

Williams – Les pido mil perdones por mis sospechas, pero ustedes sabrán

disculparme. La excelente administración de su establecimiento es muy apreciada

en París y pensé que era posible… ya sabe… que no estuviera cuerda…

Sale la chica de negro tranquilamente de la sala.

Escena 2

Maillard – (Interrumpe) ¡Si, si!, no diga más… Más bien soy yo quien debería darle

las gracias por la prudencia. Rara vez se encuentra tanta cautela en los jóvenes y

más de una vez hemos tenido algún lamentable contratiempo.

Cuando mi antiguo método estaba en vigor y a mis pacientes se les permitía el

privilegio de estar de un lado para otro, solían provocar en ellos extravíos peligrosos

las personas imprudentes a quienes se les invitaba a visitar la casa. Por eso me vi

obligado a adoptar un riguroso sistema de exclusión y ahora no obtiene permiso

para entrar en establecimiento nadie en cuya discreción no pueda confiar.

Williams – Ha dicho usted, que el método calmante del que tanto he oído hablar,

¿ya no está en vigor?

Maillard – Hace ya varias semanas que hemos decidido renunciar a él para siempre.

Williams - ¡De verdad? ¡Me deja asombrada!

Madame Maillard – Hemos visto señorita, que era absolutamente necesario volver

a las viejas costumbres. El peligro del método calmante era, en todo momento,

espantoso y sus ventajas se han exagerado mucho. Creo señorita que si se ha

realizado en algún sitio un verdadero ensayo de ese método es en esta casa.

Lamento que no haya podido visitarnos en una época anterior, pues hubiera juzgado

por sí misma.

Maillard – Puedo enunciar este sistema, como aquel en que los pacientes son

mimados. No contradecíamos ninguno de los caprichos que invadían la mente del

loco. Por el contrario, no sólo éramos indulgentes con ellos, sino que los

alentábamos y muchas de nuestras curaciones más duraderas se han realizado así.

Hemos tenido pacientes, por ejemplo, que se creían pollos. La curación consistía

en acusar al paciente de estupidez por no darse cuenta de que era verdad,

negándole durante una semana todo alimento que no fuera el adecuado para un

pollo.

Williams - ¿Y sólo se hacía es método de adquirir un roll?

Madame Maillard – De ningún modo. Poníamos también mucha fe en diversiones

de un género sencillo, como la música, el baile, los ejercicios, lectura de libros, juego

de cartas, etcétera.

Fingíamos tratar a cada individuo como si padeciera algún trastorno físico y la

palabra “Loco” no era empleada nunca. Un punto fundamental era que cada

demente vigilara las acciones de los demás. Al depositar la confianza en la

inteligencia o discreción de un loco, se gana uno su cuerpo y su alma. Eso nos

permitió prescindir del costoso personal de vigilancia.

Williams - ¿Y no tenían alguna clase de castigo?

Maillard – Ninguna.

Williams - ¿Ni encerraban a sus pacientes?

Maillard – Muy rara vez. De cuando en cuando, la enfermedad de algún paciente

originaba alguna crisis o le acometía un repentino acceso furioso; lo llevábamos a

una celda secreta, por temor de que su trastorno pudiese contagiar a los demás.

Williams – Y ahora que ha cambiado todo, ¿cree que los resultados son mejores?

Maillard – Indiscutiblemente. Es usted joven amiga, llegará un momento en que

aprenderá a juzgar por usted misma.

Después de cenar, cuando esté usted suficientemente descansada, tendré mucho

gusto de llevarle a recorrer la casa para iniciarla en el sistema que es sin duda el

más eficaz de los ideados hasta ahora.

Williams - ¿Un método suyo?

Maillard – Estoy orgulloso, de reconocerlo que lo es… al menos en cierta medida.

No puedo permitirle que vea a mis pacientes en este momento, para un espíritu

sensible como el suyo es impresionante tales cosas y no quiero quitarle el apetito

para la cena.

ACTO 3

Escena 1

Entran a un comedor grande con un mantel blanco y limpio, sobre la mesa hay

muchos platos, cubiertos, copas, golosinas, platillos deliciosos, jarrones con flores

frescas y servilletas de tela.

Williams- (al público) A las seis anunciaron la cena y mi anfitrión me condujo a una

amplia salle à manger , o comedor para los que no conocen el idioma. Noté que la

mayoría de los invitados ya presentes eran damas. Todos iban adornados con una

exageración de joyas, telas y ropa que, aunque eras finas y caras, se veía su

combinación ridícula y de mal gusto.

Mientras las mujeres platicaban, los hombres tomaban una copa.

Descubrí a la joven del piano con un vestuario distinto, con un vestido largo,

zapatillas y un sobrero sucio y ridículo que tapaba su rostro.

El comedor, aunque era de buenas dimensiones, carecía de elegancia. Sin

embargo, estaba repleta de muchos platillos, golosinas y bebidas.

La conversación, entre tanto, era animada y general, aunque no lograba

comprenderla del todo. El tema de la locura era, con gran sorpresa, el preferido de

todos los presentes.

Du Bois – Una vez teníamos aquí una muchacha que se imaginaba ser una tetera,

¡no es una sorprendente particularidad la frecuencia con que invade esa

singularidad rareza la mente de los locos! Apenas si hay un manicomio en Francia

que no suministre una tetera humana. Nuestra dama era una tetera inglesa y se

cuidaba de bruñirse a sí misma todas las mañanas con una gamuza y abundante

blanco de España (muestra su brazo a los demás, que se ve pálido.)

De Kock – Luego, tuvimos aquí, no hace mucho tiempo, a una persona a quien se

le había metido en la cabeza que era un gato, lo cual no estaba muy lejos de la

realidad. Se trataba de un paciente muy turbulento y nos costaba mucho trabajo

impedir que diese saltos aquí dentro. Durante mucho tiempo no quiso comer más

que croquetas, pero le curamos de esta manía insistiendo que no comiera más que

eso… así (agarra su comida del plato como si fueran croquetas, la saborea y las

devora.)

Laplace – (a De Kock) ¡Mister De Kock, le agradeceré que guarde compostura! Por

favor cálmese. Ha echado a perder mi comida ¿Es acaso necesario ilustrar una

observación de ese modo? Nuestra amiga aquí presente (a Williams) podía haber

entendido sin tal demostración. Creo que es usted un tonto como aquel desdichado.

De kock – ¡Mil perdones Mademoiselle! No era mi intensión ofrenderla. (Le besa la

mano a Laplace.) Solicito el honor de beber con usted. (Levanta la copa, mientras

le lanza una mirada coqueta y seductor a Laplace, ella se sonroja y le coquetea

también.)

Maillard – Permítame mi amigo, que le sirva un trozo de esta ternera a la cruda. La

encontrará muy tierna.

Williams – No gracias, a decir verdad no siento gusto especial por la ternera a la…

¿Cómo dijo? En fin, no creo que me siente bien. Prefiero cambiar de plato y probar

el conejo.

Maillard – ¡Lucy! Cambia el plato de esta señorita y dale un pedazo de ese conejo

a la gato. Después siéntese a comer con nosotros, por favor, insisto.

Williams - ¿Cómo?

Maillard – Conejo a la gato.

Williams – Bueno… se lo agradezco, pensándolo mejor no me apetece. Me serviré

yo misma un trozo de jamón.

Alland – Continuemos nuestras anécdotas por favor compañeros, permítanme

seguir yo en contar. También tuvimos, entre otros, un paciente al que se le había

metido entre ceja y ceja que era un queso de Córdoba. (Trae un cuchillo en la mano

lo levanta y va haciendo la ejemplificación con su trozo de jamón servido en su plato)

Con un cuchillo en la mano, invitaba a sus amigos a que probasen un trocito de la

mitad de su pierna…

Laplace – (interrumpe a Alland) Era un perfecto tonto, sin duda, pero no puede

compararse con cierta mujer a quien todos conocemos, excepto la señorita

forastera. Me refiero a la mujer que se creía una botella de champaña y que siempre

hacia ¡Pum! Y ¡Fiss! (Hace sonidos de botella mientras toca su mejilla izquierda

bruscamente. Maillard se le queda viendo molesto.)

Señora Maillard – También había una ignorante, que se confundía a sí misma con

una rana, a la que, dicho sea de paso, se parecía un poco. Lamento que lo la haya

visto usted, señorita Williams, pues le hubiera divertido de corazón ver la perfección

con que desempeñaba su papel. Aunque aquella mujer no era una rana, yo sólo

puedo jurar que no lo era. (Comienza a accionar lo que cuenta) Croaba así ¡Tiooog,

ooogg! ¡Croacc! Constituía la nota más encantadora del mundo, un sí bemol y

cuando ponía los codos sobre la mesa, después de tomar un par de vasos de vino

y distendía su boca y entornaba los ojos y parpadeaba con excesiva rapidez,

entonces, señorita, le aseguro por mi honor que se hubiera usted muerto de

admiración ante el genio de aquella mujer.

Williams – No tengo duda de ello.

Desolières – Y también estaba Desolières, una mujer genio muy singular y a quien

volvió loca la idea de ser una calabaza. Perseguía a la cocinera para que le cortara

en trocitos para rellenar empanadas, cosa que la cocinera indignada, se negaba a

hacer. Por mi parte, no tengo seguridad de que una empanada de calabaza a la

Desolières no hubiera resultado en realidad un plato magnífico.

Williams – Me asombra usted.

Maillard – Jajaja jejeje jijiji jojojo jujuju. Esa sí que es buena. No debe usted

asombrarse mi amiga, esta señorita aquí presente (señala a Desolières) es una

bromista. No debe usted tomar al pie de la letra lo que dice.

Boullard – También estaba Boullard, la perinola. Si le llamo perinola, es porque, en

realidad, se apoderó de ella la chifladura, de que se había convertido en una

perinola. Hubiera usted estallado de risa viéndole dar vueltas. (Se para para

ejemplificar su anécdota.) Giraba sobre un solo pie durante casi una hora, de esta

manera, así…

Joyeuse – Pero entonces, ¿quiere usted decirme quién ha oído hablar nunca de

una perinola humana? Es una cosa absurda: Madame Joyeuse era una persona

más sensible, como ustedes saben. Tenía una chifladura, pero era impulsada por el

sentido común y agradaba a todo el que tenía el honor de conocerla. Se dio cuenta,

tras madura reflexión, de que por accidente se había convertido en un gallo, aunque

como tal, se portaba con decoro. Agitaba sus alas de modo prodigioso

(ejemplificando) así, así, así. Y en cuanto a su cacareo ¡era delicioso! ¡kikirikiii!

Maillard - ¡Madame Joyeuse! Le agradecería que se comportara usted. Puede

comportarse como una señora o marcharse de la mesa de inmediato, elija usted.

Salsafette - ¡Oh, madame Joyeuse era una loca! Pero después de todo, había

mucho sentido cabal en la idea de Mademoiselle Salsafette. Era una joven muy bella

y pudorosamente modesta, a quien le parecía indecente el actual modo de vestirse

por otra persona y deseaba vestirse ella misma; siempre se quitaba los vestidos en

vez de ponérselos. Es una cosa muy fácil de hacer, después de todo, sólo tienes

que hacer así, luego asi así, y luego así (empieza a desvestirse).

Maillard - ¡Por Dios! ¿Qué hace usted? ¡Deténgase! ¡Es suficiente! ¡Ya vemos de

sobra cómo hay que hacerlo! ¡Basta, basta! (ella se detiene).

Williams – (al público, se para y habla) Varias personas se levantaron de sus sillas

para impedirle Mademoiselle Salsafette que se quedara en condiciones de hacer la

competencia a la Venus de Médicis.

Pero en aquel momento se dejó oír una serie de gritos agudos o de aullidos dentro

de la casa, se me pusieron los nervios de punta al oír aquellos chillidos.

Todos se pusieron tan pálidos como cadáveres y encogiéndose en sus sillas,

permanecían trémulos y balbuceantes del terror. Tiempo después, ante la aparente

desaparición de tales ruidos, los ánimos de los presentes regresaron de inmediato

y todo volvió a ser anécdotas.

Maillard – Un simple disturbio. Estamos acostumbrados a estas cosas y nos

preocupamos muy poco por ellas. De cuando en cuando, los locos se ponen a

cantar en coro, uno excita a otro, como sucede a veces con una jauría de perros en

la noche.

Williams - ¿Y cuántos tiene usted a su cargo?

Maillard – Ahora no tenemos más de diez en total.

Williams – Mujeres en mayor parte ¿no?

Maillard - ¡No, no! Todos ellos son hombres y muy fuertes, se lo aseguro.

Williams - ¿De verdad? Siempre había entendido que la mayoría de los locos eran

del sexo débil.

Maillard – Así es por lo general, pero no siempre. Hace algún tiempo teníamos aquí

unos veintisiete pacientes y de ese número, dieciocho eran mujeres, pero

últimamente las cosas han cambiado, como usted ve.

Todos – Si, han cambiado mucho, como usted puede ver.

Maillard – Quietas las lenguas.

Williams – y esa buena señora (señala a Joyeuse) esa buena señora que acaba de

hablar y que nos ha regalado su cacareo, es supongo inofensiva ¿verdad?

Maillard - ¡Inofensiva! ¿Cómo? ¿Qué quiere usted decir con es?

Williams – ¿Está sólo un poco tocada?

Maillard - ¡Por Dios! ¿Qué se figura usted? Esa señora es íntima y vieja amiga mía.

Madame Joyeuse está tan cuerda como yo. Tiene sus pequeñas excentricidades

sin duda; pero ya sabe usted que todas las mujeres viejas son más o menos

excéntricas.

Williams – Sin duda ¿Y entonces, las demás señoras y señores?

Maillard- Son amigos y guardianes.

Williams - ¿Cómo? ¿Todos ellos? ¿Las mujeres igual?

Maillard - ¡Claro! No podríamos hacer nada sin las mujeres, son las mejores

enfermeras de locos que hay en todo el mundo.

Nos gusta hacer lo que nos place y llevamos una vida alegre y toda esa clase de

cosas ¿Sabe?

Williams – Sin duda, y a propósito, creí oír decirle que el método que usted adoptó,

en sustitución del famoso método calmante, era de una severidad muy rigurosa.

Maillard – De ninguna manera. Nuestro confinamiento es necesariamente cerrado;

pero el tratamiento, quiero decir, no tiene nada de desagradable para los pacientes.

Williams - ¿Y el nuevo método es de invención suya?

Maillard – No del todo. Alagunas de sus partes se deben al profesor Tarr, de quien

seguro habrá oído hablar y hay modificaciones en mi plan que me complazco en

reconocer que pertenecen por derecho propio a célebre Fether, con quien, si no me

equivoco, tuvo usted el honor de trabar una amistad.

Williams – Me avergüenza confesar, que nunca he oído los nombres de esos dos

caballeros.

Maillard - ¡Cielos! ¿No intentara usted decir, que no ha oído hablar nunca del sabio

doctor Tarr no del célebre profesor Fether?

Williams – Me veo obligada a reconocer mi ignorancia.

Maillard – No hablemos más de ello, mi joven amiga. Beba conmigo una copa de

vino.

Williams – Señor, ha aludido usted, poco antes de cenar, al peligro que entrañaba

el antiguo método calmante ¿Qué peligro era ese?

Maillard – Sí, a veces había, en efecto, un grandísimo peligro. No se pueden prever

los caprichos de los locos; en mi opinión, que es también la del doctor Tarr y la del

profesor Fether , nunca es prudente permitirles andar a sus anchas, de un lado para

otro, solos. Un loco puede estar en “calma” durante cierto tiempo, pero al final es

muy propenso a ponerse furioso. Además, su astucia es grande y proverbial.

Cuando tiene un plan en la cabeza, disimula sus propósitos con una listeza

maravillosa; y la habilidad con que imita la cordura ofrece para el psicólogo uno de

los problemas más singulares en el estudio de la mente. Cuando un loco parece

cuerdo por completo, es el momento indicado de ponerle la camisa de la fuerza.

Williams – Pero el peligro, según su propia experiencia desde que dirige la casa ¿Le

ha proporcionado alguna razón positiva para creer que la libertad es peligrosa en el

caso de un loco?

Maillard- Aquí, según mi experiencia, puedo decir que sí. No hace mucho tiempo

sucedió un singular incidente en esta casa. El método calmante, estaba en vigor y

los pacientes andaban sueltos. Se comportaban bien, tan bien que una persona

cuerda se hubiera dado cuenta de que se estaba tramando algún plan diabólico. Y

en efecto, una mañana los guardianes se encontraron atados de pies y manos,

encerrados en las celdas y vigilados como si ellos fueran los locos, por los propios

locos que habían actuado como guardianes.

Williams - Jamás en mi vida he oído nada tan absurdo.

Maillard – Es verdad. Todo ello sucedió por culpa de un estúpido sujeto, un loco a

quien, no sé por qué, se me metió en la cabeza que había inventado el mejor

sistema de régimen de que hasta entonces se oyó hablar, del régimen de los locos.

Supongo que deseaba poner en práctica su invención y persuadió al resto de los

pacientes para que se le uniesen en una conspiración a fin de derribar los poderes

reinantes.

Williams - ¿Y lo consiguió?

Maillard – Ya lo creo. A los guardianes y enfermos pronto se les hizo cambiar de

puesto. No sucedió así exactamente, pues los locos habían estado en libertad; pero

los guardianes fueron encerrados al momento en celdas y tratados de una manera

caballerosa.

Williams – Pero supongo que la normalidad no tardaría en restablecerse. Ese estado

de cosas no podía durar mucho tiempo. La gente de las cercanías, los visitantes

darían la voz de alarma.

Maillard - No da usted en el clavo. El cabecilla de la sublevación era muy astuto. No

volvió a admitir ningún visitante, prohibió todas las visitas, salvo la de una tonta de

aspecto estúpido, de quien no tenía nada que temer. Le dejó visitar la casa, con

objeto de variar, de divertirse un poco a costa suya. Una vez que se burló de ella lo

suficiente, la dejó marchar.

Williams - ¿Y cuánto duro el reinado de los locos?

Maillard – Duró mucho tiempo, quizá un mes, no puedo decirlo con exactitud. Entre

tanto, los locos disfrutaron de una buena temporada, se quitaron sus ropas

deterioradas y usaron con entera libertad del guardarropa y las joyas de la familia

del director. Las bodegas de la casa estaban llenas de vino y comida por lo que

vivieron bien, se lo aseguro.

Williams- ¿Y el tratamiento? ¿Cuál era el tratamiento especial que puso en práctica

el jefe de los rebeldes?

Maillard – En cuanto a eso, un loco no es forzosamente tonto, su tratamiento era

mucho mejor que el empleado anterior. Era un método magnifico, sencillo, limpio,

nada modesto… delicioso… (se ve interrumpido por una serie de sonidos y aullidos

como los anteriores).

Williams - ¡Cielos! Los locos han debido de evadirse, sin duda.

Maillard – Mucho me temo que así sea.

ACTO 4

Escena 1

Williams – (al público) Todo comenzó a ser un caos total. Maillard se colocó debajo

de la mesa, mientras todos comenzaban a comportarse como las personas que

habían descrito previamente.

En el clímax de esta catástrofe recibí un golpe que me hizo caer y rodar debajo de

un sofá donde me quedé quieta, hasta que pude escapar de aquel lugar de locos.

Maillard según parece, al contarme lo del loco que había incitado a sus compañeros

a la rebelión; había relatado simplemente sus propias hazañas.

Este señor, había sido en efecto, unos dos o tres años antes, el director del

establecimiento; pero se volvió loco y pasó a ser un paciente más.

Las mujeres que decían ser la esposa y la sobrina de Maillard, también eran

pacientes del lugar que le habían hecho creer cuando ya estaba loco que eran sus

familiares.

Este hecho era desconocido por mi compañera de viaje al presentarme allí. Los

guardianes habían sido tratados como locos y encerrados, pero en cuanto uno pudo

escapar, dio libertad a los demás.

El método calmante, con serias modificaciones, ha sido de nuevo puesto en vigor

en la maison de santé, no puedo estar de acuerdo con Maillard en que su

tratamiento era el más importante de los de su género. Como observaba él, el

método calmante era sencillo, claro y no molestaba en absoluto.

Sólo me falta añadir, que a pesar de haber buscado por todas las librerías de Europa

las obras del doctor Tarr y del profesor Fether, mi búsqueda ha resultado totalmente

en vano.

Fin.


cibergrafía:  https://kupdf.net/queue/el-metodo-del-doctor-tarr-y-del-profesor-fether_638e38b8e2b6f5eb3db7264c_pdf?queue_id=-1&x=1692972369&z=MTkwLjI0OC43LjEzNg==

Foto sesión del club de lectura 24 de agosto 2023