6. Clara
y el Chino
El Chino es
otro de los
casos típicos del
barrio en que el apodo supera con creces al nombre. El suyo además le
vino incorporado desde el nacimiento por tener los ojos rasgados
como dos guiones diminutos en medio de la cara amplia, su padre fue el primero en llamarlo con el remoquete que
prevalecería sobre su patronímico
y le quedaría pegado para
siempre; cuando vio que
su hijo no alcanzaba a despegar una pestaña
de otra mas
que un par
de milímetros dijo
Este niñito me
salió chino, y así
lo llamarían siempre los
miembros de su
extensa familia, Ni siquiera
su madre cuando
lo regañaba le
decía Wilson, como lo
bautizaron, llamado que las madres
utilizan para tales
menesteres acompañado de los apellidos, letra por letra, vinculando el énfasis
de la extensión con
el volumen del
regaño y la prolongación de la pela, ella en
cambio le decía
Chino maldito o cualquier
diversificación del adjetivo
descalificativo, pero manteniendo siempre el
sustantivo; por su voz nos llegó a nosotros en la cuadra, que desde niños lo conocimos por ese apelativo y sus variaciones isotópicas, Chinini, Chiney, Chinete, etcétera. Fue uno de mis grandes amigos de infancia y otro mas de los Sanos, de todos los muchachos de la cuadra fue el mas fuerte y el mas lento, no era bobo pero comprendía todo un poco mas tarde que el resto, lo que le ocasionó innúmeros problemas en la escuela, donde perdió tres años y por eso siendo mayor que yo lo alcancé en cuarto y terminamos graduándonos juntos de la primaria; vivía a cinco casas de la nuestra sobre la misma acera y desde que nos reuníamos en la escuela pasábamos casi todo el día juntos, apenas nos despegábamos para dormir cada uno en su casa, salvo los fines de semana en que o él amanecía en la mía o yo en la de él. Como era tan fuerte a mi hermano y a mi nos gustaba que nos ayudara a lavar el camión de mi papá los domingos porque él podía arriar más baldes de agua que nosotros dos juntos; era una máquina cargadora que ayudaba a que termináramos el oficio en la mitad del turno y tuviéramos tiempo para que mi papá nos enseñara a manejar, una recompensa mas anhelada que los dos mil pesos que nos daba y que repartíamos entre los tres, o con lo que comprábamos algo para compartir, por esas lavadas conocimos el sabor de la pizza cuando montaron el primer local en el barrio, nos costó el ahorro de tres lavadas los fines de semana. Pero valió la pena. De los tres el único que aprendió a manejar el camión destartalado de mi viejo fue mi hermano mayor, yo conocí las funciones de los pedales y las palancas pero tuve que esperar un par de años más a que mis piernas alcanzaran, y el Chino apenas chapuceo las aplicaciones del oficio porque su mente demorada agotó en poco tiempo la exigua paciencia de mi padre y el tiempo de las clases que dio por concluidas cuando observó que su hijo mayor pudo mover el carro, de manera que el Chino no pudo manejar el camión, pero le cogió gusto a la práctica y buscó acercarse a su vocación por donde había entrado lavando carros en la cuadra a cambio de que los dueños le enseñaran a manejar. Como tenía fuerza y energía para el trabajo logró una nutrida clientela que en algo más de dos años de enjuagar y secar vehículos tradujeron su esfuerzo en la consumación de su objetivo, finalmente fue capaz de conducir un auto.
Cuando llegamos al bachillerato poco a poco nuestros caminos se fueron distanciando, ocupado en sus nuevos quehaceres, el Chino casi no gana sexto, y al final con la ayuda de mi hermano y la mía pasó raspando el año después de habilitar dos materias, y en séptimo llegó la quiebra cuando nos separaron del salón por plagas, A mi me dejaron en Séptimo A y a él lo mandaron a Séptimo C, al principio yo le seguía ayudando con las tareas y los trabajos, pero después de mitad de año su desconcentración le ganó y se tiró el año, seguíamos siendo amigos de la cuadra, pero nos veíamos menos. Con la pérdida del curso decidió enfrentar a sus padres y comunicarles su irrevocable decisión de abandonar el estudio, soportó con valentía el castigo de veinte rejazos propinados por su padre como colofón de la charla y desde el día siguiente se dedicó por completo a lavar carros, hacer mandados, cargar mercados o cualquier oficio que le diera dinero y le permitiera ir pasando y aportar para su casa mientras cumplía la mayoría de edad y podía emplearse de chofer, que era lo único que ocupaba su mente casi todo el tiempo, con apenas un espacio para pensar en Clara, como me lo comunicó una tarde en que a falta de algo mejor que hacer me arrimé a su puesto de trabajo y mientras embetunaba las llantas de un taxi me dijo que esa niña le parecía muy bonita y que le gustaba mucho. Clara era una vecina de ambos que hacía honor a su nombre, en ella todo traslucía su piel, su piel, sus ojos y su cabello rubio despejado como el sol de las madrugadas. Para cuando el Chino me confesó su gusto secreto ella se acercaba a los trece años y era una de las muchachas mas bonitas del barrio y del colegio, y como yo mostré mi asombro ante la revelación, el Chino, sabedor de su condición lumpen y soñadora, ripostó ante mi gesto Yo sé, guevón, que esa niña nunca se fijaría en mi, pero eso no le quita lo mamacita, y yo reparé que hay personas a las que siempre hemos tenido enfrente en nuestra cotidianidad, pero que no notamos hasta que alguien mas a través de su mención las dota de existencia y empezamos a percibirlas, reconociendo su cercanía o nuestra ceguera; con Clara me ocurrió después de eso, después de la charla con el Chino empecé a prestarle mayor atención, la veía en el colegio con sus amigas y en recorridos por la cuadra y los alrededores los fines de semana, así fue como observé cuando empezó a despertar interés en los muchachos de la esquina, en especial en Clarens, ella transitaba una edad peligrosa en el barrio, edad en que dejan de ser admiradas para comerciales de aceite Johnson y se insinúan como modelos de vestido de baño, edad ambigua donde les queda grande el título de niñas y pequeño el de mujeres, la edad mas peligrosa del mundo para una mujer en un barrio como el nuestro, edad de ofertas y de descarríos en que dejan de ser bonitas y se vuelven hermosas, convirtiéndose de un momento para otro en factibles presas de los depredadores, esas implacables fieras que habitaban en la esquina por donde todos los días tenía que pasar; al principio solo fueron piropos y lisonjas que la chica recibía agachando la cabeza, pero pronto se transformaron en cortejos frontales y paseos coreados. Clarens, uno de los bandidos de la esquina puso sus ojos en ella y la galanteó sin reparos; la esperaba a la salida del colegio y la llevaba de la mano hasta su casa, y ella le correspondía con insinuaciones tímidas y miraditas coquetas hasta que un día lo vi haciéndole visita en la acera como novio oficial y pensé para mí Ay Chinini, si antes esa nena era imposible por su belleza, ahora además es intocable por sus relaciones. A las mujeres en un barrio dominado por varones la vida les presentaba una dicotomía infame: O se guarecen de las miradas y envites de los hombres, quedándose encerradas en sus casas bajo la mirada avizora y cuidadosa de los padres, perdiéndose la juventud, o salen a la vía y se vuelven objetivo nutriente de las alimañas hambrientas que merodean las calles del barrio, a los que nunca nada les fue dado y aprendieron a tomar todo por las malas, sobre todo las mujeres, por lo que se poblaban las esquinas del espectro de un ataque frente al cual las mujeres caminaban con desconfianza, hasta que de la nada brotaba un zarpazo y acababa de golpe con la niñez, la inocencia y toda la dignidad de una muchacha. Había una tercera alternativa igual de infamante que protegía de los ataques, otorgaba salvoconducto de movilidad y ofrecía respeto: volverse la novia de una de las fieras , y esta fue la que Clara eligió, pues a los catorce años se hizo novia de Clarens, quien bordeaba la veintena, y desde ese día desapareció para nosotros como mujer, incluso como individuo, era lo que ocurría cuando una muchacha decidía ennoviarse oficialmente con un pillo, perdía toda singularidad y solo aparecía en sociedad como el apéndice del novio, que ostentaba orgullosamente su propiedad, sobre todo lo concerniente a su mujer; le elegía las amistades, manejaba sus horarios y controlaba desde lo que comía hasta como se vestía y qué decía, eclipsándola por completo; la mujer que aceptaba ese trato se esfumaba de la contemplación general en el barrio, eso todo el mundo lo sabía y lo efectuaba, de manera que Clara de un día para otro entró en el brumoso terreno de lo inasequible y su presencia se fue difuminando; cuando pasaban juntos por el barrio la mirábamos sin verla como una imperceptible península atada por el istmo de sus manos entrelazadas al vasto continente Clarens, hasta que se nos hizo negligencia y omisión natural para todos, menos para el Chino, que seguía pensando en ella sin revelárselo a nadie y que desde supo de su noviazgo se cuidó como un celoso minero de revelarle a nadie la veta de sus caudales, ni por error hablaba de ella y ante la más mínima mención de su persona desviaba sutilmente el tema, pero en lo profundo de su mente seguía contemplándola ataviada con sus ropas de colegio, cuando solo era un imposible, antes de hacerse impensable; los códigos de los Pillos dictaban que cuando una mujer aceptaba ser de ellos lo era literalmente, todo el tiempo y hasta el último segmento de su vida, que ya no le pertenecía más, haciendo necesaria su anuencia hasta para pensar en ella. Al cabo de dos años y medio de noviazgo, Clara quedó en embarazo, lo que para nosotros fue el desarrollo habitual de una relación comprometida, Clarens afianzaba su dominio sobre su hembra con el advenimiento de su primer hijo, lo que sellaba definitivamente su tenencia, en tanto que para Clara la preñez significó un paso traumático. Apenas supo la noticia su ánimo se trastocó, dejó de ser la novia de un bandido respetado y temido en el barrio para convertirse en la madre de su hijo, una categoría opaca sin lustres ni adrenalina; pasó de ser la niña que despertaba en los demás admiración y temor, para ser la consagrada y anodina portadora de su progenie, un cargo minúsculo que empequeñeció su autoestima, se volvió recelosa y obstinada, las miradas que observaba con deleite soberbio en sus amigas dirigidas a ella cuando pasaba con su novio ahora las creía orientadas a él, en todo y todos veía una amenaza, cuando Clarens se demoraba más de lo habitual en acudir a una visita se encontraba con su mujer hecha una energúmena y terminaban trenzados en soberanas discusiones sobre pretendidas infidelidades que echaban por tierra cualquier asomo de armonía; Clara se sentía gorda, fea y por eso despreciada por Clarens, cuando la desidia que manifestaba el hombre obedecía, en cambio a dos razones: el carácter irascible e insoportable de ella que en cada hecho encontraba un motivo de disputa, socorrida manera como demostramos el afecto en esta sociedad en que la agresividad acompaña y convalida el cariño, tal vez por eso es que amamos la guerra y creemos que el amor es tal si lo luchamos, si nos cuesta una guerra, pues a veces lo más apreciado se transforma en una carga cuando lo conocemos a fondo, porque cualificamos solo un atisbo de su superficie, pero los fondos son los que nos definen y en los de Clara anidaban demonios de celos e inquinas añejas que su embarazo despertó y que hicieron de ese aparentemente feliz suceso un despropósito, nada le gustaba, a todo le encontraba un pero y terminaba atacando a su novio por cualquier nimiedad, conduciéndolo a replegarse sobre sí mismo y quedarse callado y aislado cuando estaba en su presencia, pensando en su hijo y en el futuro que le esperaba, de donde surgió la segunda y más poderosa razón de su ensimismamiento: el miedo. Apenas supo que iba a ser papá, a Clarens le nació un miedo increíble en sus entrañas, algo que nunca había sentido, él tan habituado a lidiar con sentimientos hostiles fue superado por su contrario, pensaba en su hijo con ternura, bondad y un profundo amor, lo que afectó su relación con el mundo y la realidad, lo horrorizaba que algo malo le pasara, que lo encanaran, lo hirieran o lo mataran porque sentía la necesidad de estar al lado de su hijo, de criarlo y acompañarlo en su vida. Quería evitar en el niño el abandono que sufrió en carne propia, pues su padre apenas supo del embarazo de su madre la abandonó para siempre, dejando en Clarens el regusto amargo de no conocerlo que se fue trasformando paulatina pero poderosamente en odio contra su progenitor; siendo niño se lo imaginaba con caras posibles y sonrientes que lo cargaba y acompañaba como veía hacer a otros padres con sus hijos en la escuela; al pasar el tiempo e ir entendiendo el cuerpo de su abandono y lo irremediable de tal situación, las caras amables con que dotaba sus quimeras se hicieron caras aborrecidas, ojos torvos y sonrisas cínicas que lo despreciaban y a las que odiaba anónimamente, tal fue el encono mudo contra su padre que empezó a pensar en él cada que le encargaban matar a alguien, le ponía la cara odiada a sus víctimas para expeditar su labor y conseguía, al menos transitoriamente vengar en los demás lo que adentro agraviaba. Algunos hijos abandonados crecen sin miramientos, entendiendo esta prolongación como la recompensa del universo por su desolación, otros, en cambio como Clarens, se van al extremo opuesto expiando con sus hijos lo que ellos transigieron, volviéndose empecinados y sobreprotectores en la crianza, por eso Clarens no soportaba la idea de lejanía con su retoño, así no fuera por su propia voluntad, contradiciendo su profesión; un bandido está en constante peligro y expuesto cotidianamente a la extinción o al encierro, es el precio que pagan por la vida que eligieron, de ahí que las ataduras en vez de afianzarlos los exponen y por eso en la mayoría de los casos la familia es su punto débil, él lo sabía y de ahí su miedo, su hijo representaba el talón de Aquiles que ningún pillo quiere develar, con lo que en su cabeza confundida empezó a germinar la idea de dejar el hampa, un bandido con miedo es como un carnicero con hematofobia, y como él no pensaba ni quería dejar de ser padre tendría que dejar de ser pillo, pero ese es otro abandono difícil que la mayoría solo consigue con la tumba, él también conocía este aprieto por lo que buscó la manera de ir soltando de a poco su vínculo con la esquina, empezó a retirarse temprano con el argumento de que su esposa estaba en los últimos días y luego se fue a vivir donde Clara para esperar el parto, cosa que lo obligaba a la sobriedad y el encierro, sus colegas se solidarizaron con su causa provisionalmente, aunque se empezaron a escuchar chanzas sobre cómo lo tenía dominado su mujer a la que en broma llamaban " La fiscalía", él se dejaba gozar con tal de no delatar el motivo real de su recogimiento, el pánico.