Un sábado cuando empezaba a atardecer, los muchachos de la cuadra nos pusimos a jugar, Clarens y Garro por ser los mas grandes eran los persecutores, y los demás huíamos; el Chino y yo nos distrajimos un momento viendo a las peladitas que regresaban de catequesis y fuimos atrapados de primeros, pero gracias a la belleza de las niñas que nos habían retenido aceptamos casi con gusto la sentencia que sabíamos se nos avecinaba y ya entregados terminamos de contemplarlas hasta que se acabara el juego; cuando Clarens que ya empezaba a mostrarse como un muchacho adelantado en cuanto a maldad e intentaba entablar algo de cercanía con los Pillos de quienes después sería uno de sus más conspicuos integrantes, y que proemiando sin saberlo en esta situación, determinaría por esas vueltas del destino la vida del Chino, se nos arrimó con la mirada de fiera que sabe atrapada a su presa y se solaza con el temor que esta despide y nos dijo Ay pelaos, la verdad yo no quisiera ponerlos a hacer esto, pero me toca, así como a mi me tocó comerme esas naranjas podridas la semana pasada cuando el Chino me cogió, de manera que la do pena es meterse al solar de los Piojos y robarse una gallina terminó de decirlo y todos nos miramos con incredulidad mientras él se sonreía con la mueca filosa de malvado. Nos quedamos mudos, porque aunque las penas cada vez eran mas cruentas, y nosotros cada vez mas bravíos y provocadores, los Piojos hacían parte de los terrores primigenios de todos y su casa era para nosotros poco menos que el fortín del diablo, el silencio de todos era la manera de manifestarle a Clarens que el castigo era excesivo y desmesurado, pero esto en vez de conmoverlo consiguió excitarlo y remató diciendo Claro que si no quieren les cambio el castigo por una ronda de patadas de todos, a lo que el Chino y yo nos miramos entre asustados y desafiantes porque ambos sabíamos que la ronda de patadas significaba una cascada brutal y sobre todo porque aceptarla era de paso aceptar que no teníamos pelotas ni temple para cumplir los castigos y eso en el barrio era sinónimo de exclusión social inmediata, de manera que haciendo un esfuerzo y en mi caso embobando con mala cara el malestar de estómago y el temblor de rodillas que la sentencia me provocó dije Qué hubo pues, Chinini, hagámosle pues de una, al Chino se le notaba el miedo en los ojos, pero haciendo de tripas corazón me dijo Va pues, y juntos nos encaminamos a la cuadra contraria para entrar al solar por la trastienda, pasamos por entre los muchachos como dos condenados al patíbulo y recibimos sus miradas anhelantes en suspenso, muy en el fondo todos deseábamos que pasara algo que conmutara la pena, que algo maravilloso ocurriera y suspendiera lo que se avecinaba, yo rogaba porque mi mamá saliera de la casa y me llamara a hacer un mandado o algo, pero en los momentos cumbre escasean los milagros, y quien los espera es tan solo un optimista que pronto dejará de serlo; nada pasó y la situación continuó como las cosas que a fuerza de haber empezado tienen que seguir, aunque ninguno de los implicados lo desee en serio, solo porque están en juego tantos orgullos abstrusos que es más conveniente acabar que detenerse, aunque todos sepan que hacerlo es un error.
En un segundo estábamos los dos condenados violando la chambrana de una casa vecina para entrar a un solar que nos conduciría a la retaguardia de la casa de los Piojos; cuando entré logré ver cómo Clarens y los demás chicos nos observaban hasta el último momento, y una vez estuvimos solos el Chino y yo, él se me hizo detrás, creo que tenía mas miedo que yo porque en un momento luego de diez pasos de recorrido sentí un sollozo a mis espaldas al que no quise prestarle atención para no evidenciar su miedo, y porque en el fondo yo estaba a punto de llorar también, atravesamos el solar vecino con el corazón en la boca y con el alma dictaminando angustias, hasta que llegamos al solar de los Piojos, una selva tupida llena de basura acumulada por años, charcos verdosos y fétidos, muñecas descabezadas, carritos destartalados y tejas de zinc corroídas, que acababan de componer un paisaje que olía a chiquero y cañería, los marranos fueron los primeros en advertir nuestra presencia y chillaron como locos, obligándonos a escondernos en la pared contraria a la porqueriza y permanecer quietos y en silencio durante un rato que se me antojó largo como la agonía. Ahí paralizados como estatuas de iglesia y asustados como gatos ante una jauría, vimos aparecer a Colombia, quien traía puesta su incorruptible camiseta y la mirada desorbitada y ansiosa, nuestro miedo se hizo terror porque bastaba con que se dirigiera al chiquero para que se topara con nosotros de frente, pero en vez de eso cogió para el lado del corral de las gallinas, contrapuesto adonde estábamos, lo que nos dio la posibilidad de agacharnos y quedar al descubierto de su mirada, pero desde una posición donde podíamos vigilar sus movimientos. Antes de entrar al corral miró azorado en todas las direcciones y al creer que nadie lo observaba tomó por el torso a una gallina colorada y flaca y empezó a acariciarla mientras le decía cosas ininteligibles desde donde estábamos pero que sonaban a ternezas extrañas en él tan callado y más raras aún dirigidas a un animal, después de un rato en esas se puso el animal debajo del brazo izquierdo mientras se desabrochaba el pantalón de dril con la mano derecha y lo dejaba caer hasta los tobillos. De pronto el Chino me talló con el codo para llamar mi atención y cuando volteé a verlo tenía el rostro como artesanía sin pintar y los ojos como dos platos limpios, era el rostro del horror , yo le hice la señal de silencio con el dedo innecesariamente porque los dos estábamos desvaídos, y volví la vista a Colombia; desde donde estábamos solo podíamos verle el culo fofo y mugriento pero por los movimientos de su brazo pudimos adivinar lo que estaba haciendo, al poco tiempo se sacó la gallina de debajo del brazo y la tomó con ambas manos, al voltearse alcanzamos a verle el miembro erguido con el que empaló al ave en un procedimiento sinuoso y bestial que él parecía dominar bien, porque supo estrangularla cuando empezó a cacarear monstruosamente, él se mantenía quieto y meneaba lo que quedaba del animal de un lado a otro hasta que se retorció en un espasmo cerrero, provocando un gemido en el Chino y avivando el terror en mi por ser descubiertos, Colombia percibió el quejido y miró como loco en todas las direcciones sin dar con nosotros, tiró a un lado la gallina muerta y se levantó los pantalones afanosamente sin dejar de observar por todos los rumbos. Yo estaba muerto del miedo y el Chino peor, al punto que me tomó la mano con fuerza y no me la soltó hasta que Colombia ingresó afanoso en su casa, y nosotros aprovechamos su ausencia y nos dirigimos a toda carrera por donde habíamos venido. Mientras atravesábamos el solar oímos los gritos de la mamá de los Piojos dentro de su casa que decían Cochino hijueputa, otra vez me mataste una gallina, asqueroso, y no nos detuvimos hasta llegar de nuevo a la cuadra en donde nos esperaban los muchachos, con rostros expectantes, incrementados ahora por la mueca de terror que traíamos ambos y por la ausencia de la gallina robada, el chisme se esparció en poco tiempo y en todas las direcciones hasta que a través de Clarens llegó a los oídos de los Pillos, a quienes la escena les sonaba aberrante y sucia hasta la náusea. Pensaron en hablar con el piojo mayor para que sancionara a su cuñado, porque hasta ellos tan malandros le tenían cierto resquemor a esa familia, y por eso el tema cayó pronto en el olvido de todos, menos en el mío, que a partir de esa tarde al menos una vez a la semana revivía la visión en sueños que mutaban en pesadillas cuando Colombia me invitaba a hacer parte de su orgía ornitológica, y yo me despertaba sudando frío y con una mezcla de terror, asco y angustia. Desde ese día su presencia en las sombras, y la de toda su familia, me producía vértigos y abismos en el estómago que me hacían huir con tan solo intuirlos, si bien nunca se cumplió el proyecto de hacerlo reprender por el Piojo mayor, la gente que antes los despreciaba ahora los aborrecía y les temía a la vez y esa mezcla nunca produce nada bueno.
Un diciembre, como era de costumbre, los Pillos organizaron una marranada para el veinticuatro y encomendaron a Tito y a Clarens, que ya hacían parte de ellos, conseguir un marrano y quien lo matara. En el barrio había varios marraneros, pero todos salvo los Piojos vivían alejados de la cuadra, por lo que pese a la aprensión que se les tenía decidieron conseguir el animal con ellos por la cercanía, el veintitrés fueron hasta la acera de la casa y ahí realizaron el negocio con el Piojo padre, quien los invitó a que entraran y contemplaran los animales y escogieran el que más les gustara antes de tasar el precio, los dos Pillos se miraron azorados. pero después de amagar irse y de tratar de esgrimir algún pretexto se vieron obligados a entrar - Clarens después nos contó que la casa hedía a chiquero y aguamasa por todas partes, que las paredes eran roñosas de hollín y grasa, que las alcobas no tenían puertas y dormían sobre colchones destendidos y rotos que vomitaban una espuma mugrosa por sus bordes descosidos, la cocina era dos travesaños de madera que sostenían una tabla sobre la cual reposaban unas ollas tiznadas y cubiertos sucios, y el fogón era un agujero humeante que daba al solar-, haciendo un esfuerzo por retener las arcadas que el olor les provocaba, atravesaron la casa y llegaron al solar en donde, contrario a lo que pensaron, el olor en vez de amainar se incrementó hasta lo insoportable, se taparon las narices con el cuello de la camisa y fueron al chiquero, cuando estuvieron en el borde observaron cómo Colombia, que no los había sentido llegar, esimismado y extasiado como estaba, penetraba arrodillado a una marrana rucia de las mas jóvenes del corral. Los dos bandidos lanzaron un grito de espanto que cortó la embriaguez de Colombia, quien salió del animal y tratando de levantarse los pantalones se enredó y fue a dar a la tierra inmunda del chiquero, mientras su cuñado saltaba la cerca y le propinaba una tunda como no habían visto los muchachos.
Clarens salió corriendo de la impresión y Tito trató de seguirlo, pero lo detuvo el vómito que no pudo contener y tuvo que trasbocar en el sucio solar antes de imitar a su compañero, llegaron a la esquina y trastornados y enfermosos comentaron el suceso con todo el que los quiso escuchar, hasta que la historia llegó a oídos de los patrones que fueron quienes encargaron el marrano; los dos hombres al escuchar lo descarriado de la historia, y viendo cómo en menos de nada se había vuelto el tema del barrio, cómo las señoras empezaban a hablar por lo bajo y decir que cómo iban a permitir que un pervertido de esos conviviera con los niños - como les decían a sus hijos, quienes en el fondo eran unos prospectos de bandidos, pero a quienes sus madres consideraban poco menos que las estampas del niño Jesús en bondad y carisma-, que no se podían tolerar esos comportamientos y esas influencias, de manera que los dos patrones decidieron que las mujeres tenían razón y que un personaje de esos empañaba la imagen del barrio, trastocaba los órdenes establecidos y permutaba la normalidad y la tranquilidad de sus habitantes, y declararon su muerte; con los patrones al frente seguidos de Tito y Clarens, salió un convoy de bandidos hasta la puerta de la casa en donde encontraron a la esposa del Piojo, enmarcada en la puerta que los esperaba hierática y decidida con un cuchillo en la mano para decirles Si van a matar a mi hermano primero me tienen que matar a mí, a lo que el patrón mayor salió de entre la columna de vecinos y áulicos, y le dijo con la soberbia del que se siente dueño del destino colectivo vea, señora, este problema no es con usted, háganos el favor y se retira que su hermano es un asqueroso y en este barrio no podemos tolerar cochinadas de esas, la mujer sin perder un ápice de aplomo lo miró a los ojos y respondió Vea, señor, si a cochinadas vamos, ustedes son peores que mi hermano y que todos los miembros de mi familia, ustedes matan, roban y violan, y nadie les dice nada, nosotros nunca nos hemos metido con nadie del barrio a diferencia de ustedes que le hacen sus fechorías a sus propios vecinos y amigos; mi hermano tiene problemas, él no es normal, pero nunca se ha metido con ninguna persona, si hace porquerías las hace dentro de su casa que es lo mínimo que cualquiera debe hacer, mantener encerradas sus cochinadas, y lo hace con animales míos y de nadie mas, tanto a ustedes como a nosotros nos disgusta lo que hace, pero es cosa nuestra lo que él haga dentro de nuestra casa, y como vieron mi marido ya lo castigó como se merece, pero de ahí a dejar que todos ustedes vengan a matarlo delante de mí hay una gran diferencia, por eso le repito que si lo van a matar a él me tienen que matar a mi primero, pero le dejo claro que antes de morirme me llevo a más de uno conmigo porque yo no estoy pintada; el patrón que no toleraba el más mínimo desacato en ninguno de sus hombres, vio tal decisión en el rostro y el gesto de la mujer que por primera vez en su vida se sintió intimidado y agachó la cabeza antes de decir Vámonos muchachos, mirando a la señora mientras daba media vuelta dijo Cuide mucho a ese asqueroso, señora, que eso no se queda así, la mujer encendió medio tabaco y se quedó parada en la puerta viendo irse a la gente que le gritaba desde lejos Cochina largate del barrio alcahueta, malparida; al volver a la esquina el patrón seguía cabizbajo y meditabundo, sus muchachos no decían nada esperando que reaccionara, cuando al cabo de un cuarto de hora salió del marasmo y dijo La chimba, a ese loco hijueputa hay que matarlo o nadie nos va a respetar nunca, los Pillos que lo rodeaban decían que de una, que acabaran con toda la familia, que lo sacaran del pelo metiéndole un tiro en una pata a esa vieja hijueputa para que no chimbiara y mil opciones mas, el patrón escuchaba estos disparates sin oírlos como si fueran murmullos hasta que dijo Nada de eso, dejemos que pase el veinticuatro y la fiesta, hasta el veinticinco, pero apenas todo se calme el veintiséis empezamos a vigilar esa casa y en cuanto ese puto loco asome, que seguro se va a querer trabar, Clarens y Vidal le pegan tres pepazos en la cabeza y salimos de ese problema, los dos designados se miraron y luego mirando al jefe hicieron un gesto afirmativo antes de decir Como usted diga patrón, delo por hecho. La fiesta se realizó y se cambió el marrano por medio novillo que compraron directamente en la carnicería, nadie quería ni siquiera oír hablar de cerdos, animal que para todo el mundo ese día tenía connotaciones nefandas; la parranda se postergó hasta el anochecer del veinticinco, cuando después de hacer un sancocho de gallina para desenguayabar, el cansancio venció a todos y la cuadra y el barrio quedaron desiertos como solo esa noche y la del primero de enero pueden ser testigos, el mediodía del veintiséis trajo a todos de vuelta a la esquina con rostros macilentos y debilidad en el cuerpo, la gente comentaba las exuberancias de la fiesta y el descontrol de los que abusaron del trago y la droga, otros se tomaban canecadas de agua para amainar la resaca o mezclaban Alka- Seltzer con limón en un vasito de agua para aplacar al estómago, los más optimistas y fiesteros ya vislumbraban y comentaban la parranda del treinta y uno con motivo de la futura jarana, y al prefigurar el banquete volvió a la mente de todos el recuerdo de Colombia y la parafilia que lo había condenado, la mera mención del loco indispuso más al patrón, que se retaba con un dolor de cabeza que amenazaba con ganarle la partida pese a la ristra de aspirinas que consumía como si fuera confites, y con el desprecio en el gesto y la voz malhumorada miró a Clarens y a Vidal y les dijo Qué hubo pues que no están resolviendo esa vaina, los muchachos se miraron y con mala gana se alejaron en dirección a la casa de los Piojos, antes pararon en sus casas y prepararon las armas: un revolver 38 Smith & Wesson recortado y una SIG-Sauer P 220, y se apostaron en la esquina desde donde podían otear la entrada de la vivienda de los Piojos, el calor arreciaba y los dos bandidos solo querían terminar con la tarea antes de que el sol calcinante acabara con ellos, al rato fueron hasta la tienda y se tomaron dos cervezas cada uno, volvieron a la esquina, pero la casa permanecía cerrada y no mostraba otro rastro distinto de actividad interior que un leve hilillo de humo que salía del solar y se encumbraba en el cielo, lo que se traducía en movimiento adentro y en espera obligada en los vigilantes. Colombia, después de la tunda de su cuñado, se había confinado por propia voluntad en una cueva que había cavado en el solar cuando era joven para llevar a los primeros animales que ultrajó y donde empezó a fumar mariguana al escondido, hasta que fue descubierto por su hermana y, después de una azotaina legendaria, le clausuraron su gruta secreta, creyendo que por falta de sitio el sujeto desistiría de sus malas prácticas. El día del hecho, ese veintitrés de diciembre, agazapado y lloroso se fue a la boca obturada con unos ladrillos sobre una tapa de hierro, y los removió uno a uno entre sollozos de incomprensión e impotencia hasta despejar la entrada, se encerró durante algo más de sesenta horas; intuía por la paliza que había hecho algo mal, pero no porque pudiera procesarlo como algo antinatural o aberrante, sino por el castigo recibido, por eso, como forma de protesta, durante ese tiempo no recibió comida ni bebida que viniera de su casa, y por la noche cuando sentía que todos dormían se metía a la cocina y con sumo sigilo, como las ratas, repelaba las ollas de los sobrados de la pitanza diaria y tomaba agua de la llave antes de volver a su guarida, en donde pasaba las horas escarbando la pared y dibujando en el barro con algún chuzo escenas de su familia que se prefiguraba su mente aturdida y que borraba con rabia inmediatamente después de contemplarlas, fumando de a poco un único bareto que había podido rescatar de su pieza en la primera noche, que al cabo del tiempo se le agotó y su ansiedad fue en aumento hasta hacerse insoportable, cuando ya no pudo resistir el mono, salió de su escondite en procura de un bareto salvador de los que le suministraba su hermana cada que lo veía muy desesperado; al buscarla, ella lo vio venir más sucio que de costumbre y con la mirada voraz del adicto en abstinencia, y le gritó desde la casa sin dejarlo acabar de llegar Devolvete para tu hueco puercada, que no te voy a dar plata ni vicio, para eso si salís pero a comer no, quedate donde estabas que aquí no vas a encontrar nada, Colombia la miró suplicante, pero la hermana tornó la mirada ofensiva y el hombre agachó la cabeza y torció su camino hacia la salida, antes le había pasado que se quedaba varado de vicio y se lo granjeaba rebuscando basuras servibles, como piezas metálicas o botellas vacías, que canjeaba en una chatarrería de un barrio vecino por bolitas de mariguana directamente, que el dueño encontró más baratas y estimulantes para los recicladores que el dinero, Colombia pensó que podía conseguirse algo de esa manera y por eso salió a la calle pasado el mediodía del veintiséis de diciembre, mientras los dos asesinos abotagados se demoraron un par de minutos en reconocer y reaccionar al movimiento de su víctima, cuando Clarens le dijo a Vidal Mirá a ese hijueputa con la camiseta de Colombia, ese es, ¿ Sí o que?, el otro se paró como picado de un tábano diciendo Pues claro, marica, que es, salieron corriendo con las armas en vilo mientras Colombia hacía lo propio en busca de las basuras de la esquina contraria, le dieron alcance en una docena de zancadas y sin detener su carrera le pegaron seis tiros en la cabeza. Las detonaciones que en esa fecha se confunden con pólvora, no se demoraron en convocar a los curiosos y en pocos minutos la gente se arremolinó en torno del muerto, pero perdieron el interés apenas descubrieron de quien se trataba, algunis comentaron que bien muerto estaba, su familia se enteró por el bullicio y salieron todos de su casa para verificar lo que ya sabían, la hermana se le arrimó llorando en silencio, con la mirada fija en el cuerpo ensangrentado, se agachó despacio, hablándole como si estuviera vivo Ay mi niño, cómo te dejé solito, yo sabía que corrías peligro y te dejé solito, maldita sea, por un maldito bareto te me saliste de la casa, no, corazón, cómo te matan así, no, mi amor, mi corazón, y se le acercó al rostro desfigurado por los tiros para alzarle la cabeza mientras le decía Tranquilo, mi amor, que ya no vas a sufrir más, adonde quiera que vayás vas a estar mejor que aquí, vas a tener toda la mariguana que querás y nadie te va a pegar ni a tratar mal, vas a estar muy bien, corazón, y lloraba bajito, fijada en solo su hermano, mezquinando su llanto y su dolor solo para ellos dos, forjando una mínima ceremonia de dolor puro y amor sincero en la que no cabía mas nadie, ni siquiera sus hijos, que miraban por los alrededores como ratoncitos temerosos y ávidos, a la vez husmeando un trozo de queso, sin atreverse a interrumpir a su madre.
A esa escena concurrí yo para ver al muerto como casi todo el barrio, y al verlos así tuve ante mi el pesar necesario y suficiente para ver a esa familia con otros ojos, sobre todo a sus hijos hombres y a su madre, que por encima de los harapos y la mala facha estaba la vida o una parte de ella, la más importante y humana, la de la pena que nos emparentaba y nos igualaba, sentí una profunda tristeza que sobrepasaba mi prejuicio, los vi en su real dimensión, gente adolorida y deshecha, desconfiada de nosotros, que nos creíamos normales sin saber muy bien qué era eso, me fui a mi casa con la cara llena de la visión de su pena que se hacía un poco mía y se mezclaba amargamente con la culpa por haber sido el que sin quererlo descubrió para el barrio el secreto del tío que lo condujo a su fin, pasé una noche de imágenes lóbregas y pérfidos sueños en los que la camisa amarilla del finado se iba tiñendo del rojo de su sangre, mientras todo el barrio celebraba esta muda como si fuera un gol en la final de la Copa del Mundo.
Al otro día temprano vimos pasar su entierro; la muerte cada quien la enfrenta a su modo y trata de engalanarla en la medida de sus posibilidades con lo que tiene a mano, el mundo de los Piojos era la basura, y el entierro del pariente extrajo los atavíos menos basurales del basural de su vida; al frente iba el piojo mayor, andrajoso como siempre, cargando un cajón de madera barata sin ningún lujo, al lado de su esposa, que bregaba con el flanco contrario hundida bajo su peso y, detrás, sus hijos mayores, Jairo y Ana, que no podían con lo pesado del féretro, seguido del resto de la familia, todos cabizbajos y exangües, dejando a su paso sobre la calle un hilo de sangre que chorreaba de la caja, la pobreza de su vida discurriendo gota a gota hacia la muerte pobre. Recuerdo sus pasos lentos y mohínos, como en una vieja película en blanco y negro que de repente cobra color en los ojos de los hijos cuando observaron alrededor y vieron que todo el barrio los seguía con la mirada, sus caras se llenaron de significado, de pronto eran alguien y se sentían percibidos por algo distinto al asco y la repulsión, al odio y al desagrado, eran vistos como gente doliente, que transitaba su aflicción con dignidad, como había hecho la mitad del barrio con las muertes propias en una época prolija en tristezas; en ese momento dejaron de ser la familia paria y se volvieron de golpe hermanos de luto, porque nada emparenta mas que la pena sufrida y el hambre aguantada, nada solidariza más que los padecimientos conjuntos. Ninguno de ellos levantó la cabeza, pero podía jurar que por dentro iban sonriendo, nadie dijo nada porque nada había que decir, de repente mi padre salió de la casa y se puso detrás de los deudos para recibirle el ataúd en el hombro a la niña que venía exhausta, después salió otro señor y una señora y su esposo, y luego otro más, se fueron sumando de a uno, de a dos hasta que a la iglesia de san Isidro arribó una procesión de vecinos que acompañaron en silencio la misa, nadie habló de Colombia, pero al volver del entierro los Piojos habían perdido su lastre de monstruos, su sangre séptica se había desinfectado con el dolor, así de protervos somos; fue menester el sacrificio de uno de ellos para equipararlos con los demás, para humanizarlos e incluirlos, a Colombia no lo mataron los Pillos que halaron el gatillo, sino que lo mató el barrio entero y la necesidad de cobrar el peaje de superioridad moral que se endilga como sustento esta sociedad hipócrita, pacata y violenta, con Colombia enterraron también su destierro, a partir de ese día los hijos empezaron a hacer parte de nuestros juegos y sus padres fueron saludados y recibieron mas aguamasa que nunca para engordar a sus marranos, pronto Jairo, que era el hijo mayor, empezó a trabajar en un supermercado cargando paquetes y se hizo amigo de los Sanos; el benjamín fue inscrito en la escuela en donde se juntaría con niños comunes y crueles que en pocos años se volverían pillos igual que él, quien además fue conocido y temido al crecer y adoptar el apodo genérico de su oficio, el Pillo; el intermedio, a quien todos conocimos como el Ñoño, fue mi amigo, otro de los Sanos y el mejor jugador de fútbol que haya pisado estos predios y que haya visto en mi vida, un talento verdaderamente excepcional, con una zurda prodigiosa, todo un poeta del balón que llegó adonde más pudo con el deporte, la cantera de un equipo grande, quedándose en el proemio de su debut profesional porque el fútbol lo salvó de ser un pillo como su hermano menor, pero no de ser un Piojo.