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viernes, 7 de junio de 2024

Continuación de la lectura del capítulo séptimo de la novela Aranjuez, Colombia y los Piojos viernes 7 de junio de 2024

 Un sábado cuando empezaba a atardecer, los muchachos de la cuadra nos pusimos  a jugar, Clarens y Garro por ser los mas grandes eran los persecutores, y los demás huíamos; el Chino y yo nos distrajimos un momento viendo a las  peladitas que regresaban de  catequesis y  fuimos   atrapados  de  primeros, pero gracias  a la belleza de las niñas que nos habían retenido aceptamos casi con gusto la sentencia que sabíamos se nos avecinaba y ya entregados terminamos de contemplarlas hasta que se acabara  el  juego; cuando Clarens que ya empezaba a mostrarse como un muchacho adelantado en cuanto a maldad e intentaba  entablar  algo  de   cercanía con los Pillos  de quienes  después sería uno de sus más conspicuos integrantes, y  que proemiando sin saberlo en esta situación, determinaría por esas vueltas del destino la vida del Chino, se nos arrimó con  la   mirada de  fiera que sabe atrapada a su  presa y se solaza con el temor que esta despide y nos dijo Ay  pelaos,  la verdad yo no quisiera ponerlos a  hacer esto, pero me toca, así como a mi me tocó comerme esas naranjas podridas la semana pasada cuando el Chino me cogió, de manera que la do pena es meterse al solar de los Piojos y robarse una gallina terminó de decirlo y todos nos miramos con incredulidad mientras él se sonreía con la mueca filosa de malvado. Nos quedamos mudos, porque aunque las penas cada vez eran mas cruentas, y nosotros cada vez mas bravíos y provocadores, los  Piojos hacían parte de los terrores primigenios de todos y su casa era para nosotros poco menos que el fortín del diablo, el silencio de todos era la manera de manifestarle a Clarens que el castigo era excesivo y desmesurado, pero esto en vez de conmoverlo consiguió excitarlo y remató diciendo Claro que si no quieren les cambio el castigo por una ronda de patadas de todos, a lo que el Chino y yo nos miramos entre asustados y desafiantes porque ambos sabíamos que la  ronda de  patadas  significaba una cascada brutal y sobre todo porque aceptarla era de paso aceptar que no teníamos pelotas ni temple para cumplir los castigos y eso en el barrio era sinónimo de  exclusión social inmediata, de manera que haciendo un esfuerzo y en mi caso embobando con mala cara el malestar de estómago y el temblor de rodillas que  la  sentencia  me  provocó dije Qué hubo pues, Chinini, hagámosle pues de una, al Chino se le notaba el miedo en los ojos, pero haciendo de tripas corazón me dijo  Va  pues, y  juntos  nos  encaminamos  a la  cuadra contraria para entrar al  solar por  la  trastienda, pasamos por  entre los  muchachos como dos condenados  al  patíbulo y  recibimos  sus  miradas  anhelantes   en   suspenso, muy  en el fondo todos deseábamos que pasara algo que conmutara la pena, que algo maravilloso ocurriera y suspendiera lo que se avecinaba, yo rogaba porque mi mamá saliera de la casa y me llamara a hacer un mandado o  algo, pero en los momentos cumbre escasean  los   milagros, y quien los espera es tan solo un optimista que pronto dejará de serlo; nada pasó y la situación continuó como las cosas que a  fuerza de  haber empezado tienen  que  seguir, aunque ninguno de los implicados  lo  desee en serio, solo porque están en juego tantos orgullos abstrusos que es más conveniente acabar que detenerse, aunque todos sepan que hacerlo es un error.

En un segundo estábamos los  dos condenados violando la chambrana de una casa vecina para entrar a un solar que nos conduciría a  la  retaguardia  de  la  casa de los Piojos; cuando entré logré ver  cómo Clarens  y  los  demás  chicos nos  observaban hasta el último momento, y  una  vez  estuvimos solos  el Chino y yo, él se me hizo detrás, creo que tenía mas miedo que yo porque en un momento luego de diez pasos de recorrido sentí un sollozo a mis  espaldas al que  no quise prestarle atención para no evidenciar su miedo, y porque en el fondo yo estaba a punto de llorar también, atravesamos el solar vecino con el corazón en  la  boca y con el alma dictaminando angustias, hasta que llegamos al solar de los Piojos, una selva tupida llena de basura acumulada por años, charcos verdosos  y  fétidos, muñecas descabezadas, carritos destartalados y tejas de zinc corroídas, que acababan de componer un paisaje que olía a chiquero y cañería, los marranos fueron los primeros en advertir nuestra presencia y chillaron como locos,  obligándonos a escondernos en la pared contraria a la porqueriza  y  permanecer quietos y   en  silencio durante un rato que se me antojó largo como la  agonía.  Ahí paralizados como estatuas de iglesia y asustados como gatos ante una jauría, vimos aparecer a Colombia, quien traía puesta su incorruptible camiseta y la mirada desorbitada y ansiosa, nuestro miedo se hizo terror porque bastaba con que se  dirigiera  al  chiquero para que se topara con nosotros  de  frente, pero en vez de eso cogió para el  lado del corral  de las gallinas, contrapuesto adonde estábamos, lo que nos dio la posibilidad de agacharnos y quedar al descubierto de su mirada, pero desde una posición donde podíamos vigilar sus movimientos. Antes de entrar al corral miró azorado en todas las direcciones y al creer que nadie lo observaba tomó por el torso a una gallina colorada y flaca y empezó a acariciarla mientras le decía cosas ininteligibles desde donde estábamos pero que sonaban a ternezas extrañas en él tan callado y más raras aún dirigidas a un animal, después de un rato en esas se puso el animal debajo del brazo izquierdo mientras se desabrochaba el pantalón de dril con la mano derecha y lo dejaba caer hasta los tobillos. De pronto el Chino me talló con  el codo para llamar mi atención y cuando volteé a verlo tenía el rostro como artesanía sin pintar  y los ojos como dos platos limpios, era el rostro del  horror , yo le hice la señal de silencio con el dedo innecesariamente porque los dos estábamos desvaídos, y volví la vista a Colombia; desde donde estábamos solo podíamos verle el culo fofo y mugriento pero por los movimientos de su brazo pudimos adivinar lo que estaba haciendo, al  poco tiempo se sacó la gallina de  debajo del  brazo y la tomó con ambas manos, al voltearse alcanzamos a  verle  el   miembro  erguido con el que empaló al ave en un   procedimiento sinuoso y bestial que él parecía dominar bien, porque supo estrangularla cuando empezó a cacarear monstruosamente, él se  mantenía  quieto y meneaba lo que quedaba del animal de un lado a otro hasta que se retorció en un espasmo cerrero, provocando un gemido en el Chino y  avivando el  terror  en  mi  por  ser  descubiertos, Colombia percibió el quejido y miró como loco en todas las direcciones sin dar con nosotros, tiró a un lado la gallina muerta y se levantó los pantalones afanosamente sin dejar de  observar  por  todos  los   rumbos. Yo estaba muerto del miedo y el Chino peor, al punto que me tomó la mano con fuerza  y  no me  la  soltó  hasta  que  Colombia ingresó afanoso  en  su   casa, y  nosotros aprovechamos    su   ausencia  y nos dirigimos  a  toda  carrera  por  donde  habíamos  venido. Mientras  atravesábamos  el  solar oímos los  gritos  de  la  mamá  de  los  Piojos dentro de su casa que decían Cochino hijueputa, otra vez  me  mataste una gallina, asqueroso, y no nos detuvimos hasta llegar de nuevo a  la cuadra en donde nos esperaban los  muchachos, con rostros  expectantes, incrementados ahora por  la  mueca de  terror que traíamos   ambos  y  por  la  ausencia  de  la  gallina  robada, el  chisme  se  esparció  en  poco  tiempo  y  en  todas  las  direcciones  hasta  que  a través  de   Clarens  llegó  a  los  oídos de  los Pillos, a  quienes  la  escena  les  sonaba  aberrante y  sucia  hasta  la  náusea. Pensaron  en  hablar con  el  piojo  mayor para que sancionara a  su  cuñado, porque hasta ellos tan malandros le tenían cierto resquemor a  esa  familia, y por eso  el  tema  cayó pronto en el olvido de todos, menos  en  el  mío, que a partir de  esa  tarde  al  menos  una  vez   a  la    semana  revivía  la  visión en  sueños que mutaban en  pesadillas cuando Colombia  me  invitaba a  hacer  parte  de  su  orgía ornitológica, y yo me despertaba sudando frío y con una  mezcla  de  terror, asco  y  angustia. Desde  ese  día  su  presencia  en  las  sombras, y  la  de  toda  su  familia, me  producía  vértigos  y  abismos  en  el  estómago que  me  hacían huir con  tan  solo  intuirlos, si  bien  nunca  se  cumplió  el  proyecto  de  hacerlo  reprender por  el  Piojo mayor, la  gente que antes  los  despreciaba ahora  los  aborrecía  y  les temía  a  la  vez  y  esa  mezcla nunca  produce  nada  bueno.

Un diciembre,  como  era  de  costumbre, los Pillos  organizaron  una  marranada  para  el  veinticuatro y encomendaron a  Tito  y  a  Clarens, que  ya  hacían parte de  ellos, conseguir un marrano  y  quien  lo  matara. En el barrio  había  varios  marraneros, pero  todos  salvo  los  Piojos vivían  alejados  de  la  cuadra, por  lo  que  pese a  la  aprensión  que  se les  tenía decidieron conseguir el animal con  ellos  por  la  cercanía, el veintitrés fueron  hasta  la  acera de la  casa  y  ahí  realizaron  el  negocio con el  Piojo  padre, quien  los  invitó a  que  entraran  y contemplaran los  animales y escogieran  el  que  más  les  gustara  antes  de  tasar  el  precio, los  dos  Pillos  se  miraron  azorados. pero  después  de  amagar  irse y  de  tratar  de  esgrimir  algún  pretexto se vieron obligados  a  entrar -  Clarens después  nos  contó que  la  casa  hedía a  chiquero y aguamasa por  todas  partes, que  las  paredes  eran  roñosas de  hollín  y  grasa, que  las  alcobas  no  tenían  puertas y dormían  sobre colchones destendidos y rotos  que  vomitaban una espuma mugrosa por  sus  bordes  descosidos, la  cocina  era   dos  travesaños  de  madera que  sostenían  una  tabla  sobre  la  cual  reposaban  unas  ollas  tiznadas y cubiertos  sucios, y  el  fogón  era  un  agujero humeante que  daba  al  solar-, haciendo un esfuerzo por  retener  las  arcadas que  el  olor  les  provocaba, atravesaron  la  casa y llegaron al solar  en  donde, contrario a  lo  que  pensaron,  el  olor  en  vez  de  amainar  se  incrementó hasta  lo insoportable, se taparon las  narices  con  el  cuello de  la  camisa  y  fueron  al  chiquero, cuando estuvieron en el borde observaron cómo Colombia, que no los  había sentido llegar, esimismado y extasiado como estaba, penetraba arrodillado a una  marrana rucia de  las  mas  jóvenes  del  corral. Los  dos  bandidos  lanzaron un  grito  de  espanto que  cortó  la  embriaguez  de  Colombia, quien salió del  animal y tratando de  levantarse los  pantalones  se  enredó y  fue  a  dar  a  la  tierra inmunda  del  chiquero, mientras  su  cuñado  saltaba  la  cerca y  le  propinaba  una  tunda  como  no  habían  visto  los  muchachos. 

Clarens  salió  corriendo  de  la  impresión y  Tito  trató  de  seguirlo, pero lo  detuvo el  vómito que  no pudo contener y tuvo que trasbocar  en  el  sucio solar  antes  de  imitar a  su  compañero, llegaron  a  la  esquina  y trastornados  y  enfermosos  comentaron  el  suceso  con  todo el que  los  quiso escuchar, hasta que  la  historia  llegó  a  oídos  de  los  patrones que fueron quienes  encargaron el  marrano; los  dos  hombres al escuchar lo descarriado de  la  historia,  y  viendo cómo en menos de  nada se  había  vuelto el tema  del  barrio, cómo  las  señoras  empezaban  a  hablar por  lo  bajo  y  decir  que cómo iban a permitir que un pervertido de esos  conviviera con los  niños - como les decían a  sus  hijos, quienes en el fondo eran unos prospectos de bandidos, pero a  quienes  sus  madres consideraban poco menos  que las estampas del niño Jesús en bondad y carisma-, que no se podían tolerar esos comportamientos y esas influencias, de manera que los dos patrones decidieron que las mujeres tenían razón y que un personaje  de  esos  empañaba  la  imagen del barrio, trastocaba los órdenes establecidos y  permutaba  la  normalidad y  la tranquilidad de sus habitantes, y  declararon  su  muerte; con los patrones al  frente  seguidos  de  Tito  y  Clarens, salió un convoy de bandidos hasta la puerta de la casa en donde encontraron a  la  esposa del  Piojo, enmarcada en la puerta que los esperaba hierática  y decidida con un cuchillo en  la  mano para decirles  Si van a matar a mi hermano primero me tienen que matar a  mí, a  lo  que  el  patrón mayor  salió de entre la columna de vecinos y áulicos, y le dijo con la soberbia del que se siente dueño del destino colectivo vea, señora, este problema no  es con usted, háganos  el   favor  y  se  retira que su hermano es un asqueroso  y  en este barrio  no  podemos  tolerar  cochinadas de esas, la  mujer  sin  perder  un  ápice  de aplomo  lo  miró  a  los  ojos  y  respondió Vea, señor,  si  a  cochinadas  vamos, ustedes  son  peores  que  mi  hermano y  que  todos  los  miembros de  mi  familia, ustedes  matan, roban y  violan, y  nadie  les  dice nada, nosotros nunca nos  hemos  metido con  nadie del  barrio a  diferencia  de  ustedes que  le  hacen  sus  fechorías  a  sus  propios vecinos  y  amigos; mi hermano tiene problemas, él no es normal, pero nunca se ha metido con ninguna persona, si hace porquerías las hace dentro de su casa que es lo mínimo que cualquiera debe  hacer, mantener encerradas sus cochinadas, y lo hace con animales míos y de nadie mas, tanto a ustedes como a nosotros nos disgusta lo que hace, pero es cosa nuestra lo que él haga dentro de nuestra casa, y como vieron mi marido ya lo castigó como se merece, pero de ahí a dejar que todos ustedes vengan a matarlo delante de  mí  hay una gran diferencia, por eso  le  repito que si lo  van a  matar a  él  me tienen que matar  a   mi  primero, pero le  dejo  claro que antes de morirme me  llevo a  más de uno conmigo porque yo no estoy pintada; el patrón que no toleraba el más  mínimo desacato en ninguno de  sus  hombres, vio  tal decisión en  el  rostro y el gesto de  la  mujer que por primera vez  en  su    vida  se  sintió  intimidado  y  agachó  la  cabeza  antes  de decir Vámonos  muchachos, mirando  a  la  señora  mientras  daba  media  vuelta dijo Cuide mucho a  ese  asqueroso, señora,  que  eso  no  se  queda así, la  mujer  encendió  medio  tabaco y se   quedó parada en  la  puerta  viendo irse a  la  gente  que  le  gritaba desde  lejos  Cochina  largate del barrio  alcahueta,  malparida;  al  volver  a  la  esquina el patrón seguía cabizbajo y meditabundo, sus  muchachos  no  decían  nada esperando que reaccionara, cuando al cabo de un cuarto de   hora salió del  marasmo y  dijo  La  chimba, a ese  loco hijueputa   hay  que   matarlo o  nadie nos  va  a  respetar  nunca, los  Pillos  que  lo  rodeaban decían que  de  una, que acabaran con toda  la  familia, que  lo sacaran del  pelo metiéndole  un  tiro en una pata  a  esa  vieja  hijueputa para que no chimbiara  y  mil  opciones  mas, el patrón escuchaba estos disparates sin oírlos como si fueran murmullos hasta que dijo  Nada de  eso, dejemos que pase  el veinticuatro  y  la  fiesta, hasta  el  veinticinco, pero apenas todo se calme  el veintiséis empezamos  a  vigilar  esa  casa y en cuanto ese puto loco asome, que seguro se  va a querer  trabar, Clarens  y  Vidal  le  pegan  tres  pepazos  en  la  cabeza  y  salimos de  ese problema, los dos  designados  se  miraron y  luego mirando al  jefe hicieron un gesto afirmativo antes de decir Como usted diga  patrón, delo por hecho. La  fiesta  se  realizó  y se cambió el  marrano por medio novillo que compraron directamente en  la  carnicería, nadie  quería  ni siquiera oír hablar  de  cerdos, animal que para todo el mundo  ese día  tenía connotaciones nefandas;  la  parranda se postergó  hasta  el  anochecer del veinticinco, cuando después de  hacer un sancocho de gallina  para desenguayabar, el cansancio venció a todos  y  la cuadra y  el barrio quedaron desiertos como solo  esa noche  y  la  del  primero  de  enero pueden ser testigos, el mediodía del veintiséis trajo a todos de vuelta a  la  esquina con rostros macilentos y debilidad en el cuerpo, la gente comentaba las exuberancias de la fiesta y el descontrol de los que abusaron del trago y la droga, otros  se  tomaban canecadas de agua para amainar la resaca o mezclaban Alka- Seltzer con limón en un vasito de agua para aplacar al estómago, los más optimistas y fiesteros ya vislumbraban y comentaban la parranda del treinta y uno con motivo de la  futura jarana, y al prefigurar el banquete volvió a la mente de todos el recuerdo de Colombia y la parafilia  que  lo  había condenado, la mera mención del loco indispuso más  al  patrón, que se retaba con un dolor de cabeza que amenazaba con ganarle  la  partida pese a  la ristra de aspirinas que consumía  como  si   fuera  confites, y con el  desprecio en  el  gesto  y  la  voz  malhumorada miró a Clarens  y a  Vidal y les  dijo Qué  hubo  pues  que no están resolviendo esa vaina, los muchachos se  miraron  y  con  mala gana se alejaron en dirección  a  la  casa de  los  Piojos, antes  pararon en  sus casas y prepararon las armas: un revolver 38 Smith  &  Wesson  recortado y una  SIG-Sauer  P 220,  y  se  apostaron  en  la  esquina desde donde podían otear la entrada de  la vivienda de los  Piojos, el calor arreciaba  y los dos bandidos solo querían terminar con la tarea antes de que el sol calcinante acabara con ellos, al rato fueron hasta la tienda y se tomaron dos cervezas cada uno, volvieron a  la  esquina, pero la  casa  permanecía  cerrada y no mostraba otro rastro distinto de  actividad interior que un leve  hilillo de humo que salía del solar  y  se  encumbraba en el cielo, lo que se traducía en movimiento adentro y en espera obligada en los  vigilantes. Colombia, después de la tunda de su cuñado, se  había confinado por  propia  voluntad  en una cueva que había cavado en el solar cuando  era  joven para llevar  a  los primeros  animales que  ultrajó y donde empezó a  fumar  mariguana al escondido, hasta que fue descubierto por  su  hermana y, después de  una  azotaina legendaria, le  clausuraron su  gruta  secreta, creyendo que  por  falta  de  sitio el sujeto desistiría de sus malas  prácticas. El día del hecho, ese veintitrés de  diciembre, agazapado y lloroso se fue a la boca obturada con unos ladrillos sobre una tapa de hierro, y los removió uno a  uno entre sollozos de incomprensión e impotencia hasta despejar la entrada, se encerró durante algo más de  sesenta horas; intuía por la paliza que había hecho algo mal, pero no porque pudiera procesarlo como algo antinatural o aberrante, sino por el castigo recibido, por eso, como forma de protesta, durante ese tiempo no recibió comida ni bebida que viniera de su casa, y por la noche cuando sentía que todos dormían se metía a  la cocina y con sumo sigilo, como las ratas, repelaba las ollas de los sobrados de la pitanza diaria y tomaba agua de la  llave antes de  volver a  su  guarida, en donde pasaba las horas escarbando la pared y dibujando en el barro con algún chuzo escenas de  su  familia que se prefiguraba su mente aturdida y que borraba con rabia inmediatamente después de contemplarlas, fumando de a poco un único bareto que había podido rescatar de su pieza en la primera noche, que al cabo del tiempo se le agotó  y su  ansiedad fue en aumento hasta hacerse insoportable, cuando ya no pudo resistir el mono, salió de su escondite en procura de un bareto salvador de los que le suministraba su hermana cada que lo veía muy desesperado; al  buscarla, ella lo vio venir más sucio que de costumbre y con la mirada voraz del adicto en abstinencia, y le gritó desde la casa sin dejarlo acabar de llegar Devolvete para  tu  hueco puercada, que no te voy a  dar plata ni vicio, para eso si  salís  pero  a  comer  no,  quedate donde estabas que aquí no vas a encontrar nada, Colombia la miró suplicante, pero la hermana tornó la mirada ofensiva y el hombre agachó la cabeza  y  torció su  camino  hacia  la  salida,  antes  le  había  pasado que se quedaba varado de  vicio y  se lo granjeaba rebuscando basuras servibles, como piezas  metálicas  o   botellas  vacías, que canjeaba en una chatarrería de un barrio vecino por bolitas de  mariguana directamente, que el dueño encontró más baratas  y estimulantes para los recicladores que el dinero, Colombia pensó que podía conseguirse algo de  esa  manera y por eso salió a  la  calle  pasado el mediodía del veintiséis de diciembre, mientras los dos asesinos abotagados se demoraron un par de minutos en reconocer  y  reaccionar  al  movimiento de  su  víctima, cuando Clarens le dijo a  Vidal  Mirá  a ese  hijueputa con la camiseta de  Colombia, ese es, ¿ Sí o que?, el otro se paró como picado de un tábano diciendo  Pues claro, marica, que es, salieron corriendo con las armas en vilo mientras Colombia hacía lo propio en busca de las  basuras de la esquina contraria, le dieron alcance en una docena de zancadas y sin detener su carrera le pegaron seis tiros en  la  cabeza.  Las  detonaciones que  en  esa  fecha  se confunden con  pólvora, no se demoraron en convocar  a  los  curiosos y en pocos  minutos  la gente se arremolinó en torno del  muerto, pero perdieron el interés apenas descubrieron de quien se trataba, algunis comentaron que bien muerto estaba, su familia se enteró por el bullicio y salieron todos de  su  casa para verificar lo que ya sabían, la hermana se le arrimó llorando en silencio, con la mirada fija en el cuerpo ensangrentado, se agachó despacio, hablándole como si estuviera vivo  Ay  mi  niño, cómo te dejé solito, yo sabía que corrías peligro y te dejé solito,  maldita sea, por un maldito bareto te me saliste de la casa, no, corazón, cómo te matan así, no, mi amor, mi corazón, y se le acercó al rostro desfigurado por los tiros para alzarle la cabeza mientras le  decía  Tranquilo,  mi  amor, que ya no vas  a sufrir más,  adonde quiera que vayás  vas  a estar  mejor que aquí, vas  a tener  toda  la  mariguana que  querás y nadie te va  a pegar ni a tratar mal,  vas  a  estar  muy  bien,  corazón, y lloraba  bajito, fijada  en  solo  su  hermano, mezquinando  su  llanto y su dolor solo  para  ellos  dos, forjando una  mínima  ceremonia de  dolor  puro y  amor  sincero en  la  que  no  cabía  mas  nadie, ni  siquiera  sus  hijos, que miraban  por  los  alrededores  como ratoncitos temerosos  y  ávidos,  a  la  vez  husmeando  un  trozo  de  queso, sin  atreverse  a  interrumpir  a  su  madre.

A  esa  escena  concurrí  yo para  ver  al  muerto  como  casi  todo  el  barrio, y al  verlos  así  tuve  ante mi  el  pesar  necesario  y  suficiente  para  ver  a  esa  familia  con  otros  ojos, sobre  todo  a  sus  hijos  hombres  y  a  su  madre, que  por  encima  de  los  harapos  y  la  mala  facha  estaba  la  vida  o  una  parte de  ella,  la  más  importante  y  humana,  la  de  la  pena que nos  emparentaba y  nos  igualaba, sentí  una profunda tristeza que sobrepasaba mi prejuicio, los vi en su real dimensión, gente adolorida  y deshecha, desconfiada de nosotros, que nos creíamos normales sin saber muy bien qué era  eso, me fui a mi casa con la cara llena de la visión  de  su  pena que  se  hacía un   poco mía y se mezclaba amargamente con la culpa por haber sido el que sin quererlo descubrió para el barrio el secreto del tío que lo condujo a  su  fin, pasé una noche de imágenes  lóbregas  y  pérfidos sueños en los  que la camisa amarilla del  finado se  iba tiñendo del  rojo de  su sangre, mientras todo el barrio celebraba esta muda como si fuera un gol  en  la  final  de  la  Copa  del  Mundo.

Al otro  día  temprano vimos pasar  su  entierro; la  muerte  cada  quien  la  enfrenta  a  su  modo y  trata de  engalanarla en  la  medida  de  sus  posibilidades con  lo  que  tiene  a   mano, el  mundo de  los   Piojos era  la  basura, y  el  entierro del  pariente extrajo los  atavíos  menos  basurales del  basural  de  su  vida; al  frente iba  el  piojo mayor, andrajoso  como  siempre, cargando un cajón  de  madera  barata sin  ningún  lujo, al  lado  de  su  esposa, que bregaba  con  el  flanco contrario hundida bajo  su  peso y, detrás, sus  hijos mayores, Jairo  y  Ana, que  no  podían  con  lo  pesado  del  féretro, seguido del resto de  la  familia, todos cabizbajos  y  exangües, dejando a  su  paso  sobre  la calle un hilo de sangre que chorreaba de la caja, la  pobreza  de su vida discurriendo gota a  gota hacia  la muerte  pobre. Recuerdo  sus  pasos  lentos  y  mohínos, como en  una  vieja  película  en  blanco  y  negro que de  repente  cobra color en los  ojos  de  los  hijos cuando observaron alrededor y vieron que  todo el  barrio  los  seguía con  la  mirada, sus  caras  se  llenaron  de  significado, de  pronto  eran  alguien y  se  sentían  percibidos por  algo  distinto al  asco y  la  repulsión, al odio  y  al  desagrado, eran vistos como gente  doliente, que transitaba  su  aflicción con  dignidad, como había hecho la mitad del barrio con  las  muertes propias en  una  época prolija en  tristezas;  en  ese  momento dejaron  de  ser  la  familia  paria  y  se  volvieron  de  golpe  hermanos  de  luto, porque  nada  emparenta  mas  que  la  pena  sufrida y  el  hambre  aguantada, nada  solidariza  más  que  los  padecimientos  conjuntos.  Ninguno  de  ellos  levantó  la  cabeza, pero podía jurar que por dentro  iban  sonriendo, nadie  dijo  nada porque  nada  había  que  decir, de  repente  mi  padre  salió  de  la  casa y se puso detrás  de  los  deudos  para  recibirle el  ataúd en  el  hombro a  la  niña  que  venía  exhausta, después  salió  otro  señor  y  una  señora y  su  esposo, y  luego otro  más, se  fueron  sumando de  a  uno, de  a dos  hasta que  a  la  iglesia  de  san  Isidro arribó  una  procesión  de  vecinos  que  acompañaron en  silencio  la  misa, nadie  habló de  Colombia, pero al  volver del  entierro los  Piojos  habían  perdido su  lastre de  monstruos, su  sangre  séptica se  había  desinfectado con el  dolor, así de  protervos  somos; fue menester  el  sacrificio de uno de ellos para equipararlos  con  los  demás, para  humanizarlos  e  incluirlos, a  Colombia  no  lo  mataron  los  Pillos que  halaron  el  gatillo, sino que  lo  mató el barrio entero  y  la necesidad de  cobrar  el  peaje  de  superioridad  moral  que  se  endilga  como  sustento esta sociedad  hipócrita, pacata  y  violenta, con Colombia  enterraron  también  su  destierro, a  partir  de  ese  día  los  hijos  empezaron  a  hacer  parte  de  nuestros  juegos y sus padres  fueron  saludados  y  recibieron  mas aguamasa que nunca  para  engordar  a  sus  marranos, pronto  Jairo,  que  era  el  hijo  mayor, empezó a  trabajar  en un supermercado cargando paquetes  y  se  hizo  amigo  de  los  Sanos;  el  benjamín  fue  inscrito  en  la  escuela  en  donde se juntaría con niños comunes y crueles que en  pocos  años  se  volverían  pillos  igual  que  él, quien  además  fue  conocido y  temido  al  crecer  y  adoptar el  apodo genérico  de  su  oficio,  el  Pillo;  el  intermedio, a  quien  todos conocimos  como  el  Ñoño, fue  mi  amigo, otro  de  los  Sanos  y   el   mejor    jugador de  fútbol  que haya pisado estos predios y que  haya  visto  en  mi  vida, un  talento verdaderamente  excepcional, con una zurda prodigiosa, todo un poeta del balón que llegó adonde más pudo con  el  deporte, la cantera de un equipo grande, quedándose en  el  proemio de  su  debut  profesional porque  el  fútbol  lo  salvó  de  ser  un  pillo como  su  hermano  menor, pero no  de  ser  un  Piojo.

Fotos del encuentro del viernes 7 de junio de 2024