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lunes, 25 de septiembre de 2023

Cuentos leidos: Ante la ley Franz Kafka (1883-1924), Historia de dos que soñaron Gustavo Weil (1808-1889) El gesto de la muerte Jean Cocteau (1889-1963)

 

Ante  la  Ley. 

                                                                       Franz Kafka, 1914


 Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un hombre del campo y le pide ser admitido en la Ley. Pero el guardián dice que por ahora no le puede permitir la entrada. El hombre se queda pensando y pregunta si le permitirán entrar más tarde. «Es posible», dice el guardián, «pero ahora no.» Viendo que la puerta de acceso a la Ley está abierta como siempre y el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para mirar al interior a través de la puerta. Cuando el guardián lo advierte, se echa a reír y dice: «Si tanto te atrae, intenta entrar pesé a mi prohibición. Pero ten presente que yo soy poderoso. Y solo soy el guardián de menor rango. Entre sala y sala hay más guardianes, cada cual más poderoso que el anterior. Ya el aspecto del tercero no puedo soportarlo ni yo mismo». Con semejantes dificultades no había contado el hombre del campo; la Ley ha de ser accesible siempre y a todos, piensa, pero cuando observa con más detenimiento al guardián envuelto en su abrigo de pieles, con su gran nariz puntiaguda, su larga barba tártara, rala y negra, decide que es mejor esperar hasta conseguir el permiso de entrada. El guardián le acerca un taburete y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí se queda sentado días y años. Hace muchos intentos por ser admitido, y cansa al guardián con sus ruegos. El guardián lo somete con frecuencia a pequeños interrogatorios, le pregunta sobre su país y muchas otras cosas, pero son preguntas hechas con indiferencia, como las que hacen los grandes señores, y al final le repite una y otra vez que aún no puede dejarlo entrar. El hombre, que se había provisto de muchas cosas para su viaje, lo utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este le acepta todo, pero al hacerlo dice: «Lo acepto solo para que no creas que no lo intentaste todo». Durante esos largos años el hombre observa al guardián casi ininterrumpidamente. Se le olvidan los otros guardianes y este primero le parece el único obstáculo para entrar en la Ley. Durante los primeros años maldice el lamentable azar en voz alta y sin miramientos; más tarde, a medida que en-vejece, ya solo farfullando para sus adentros. Se comporta como un niño y como al estudiar al guardián durante tantos años ha llegado a conocer incluso a las pulgas del cuello de su abrigo de piel, también pide a las pulgas que lo ayuden y hagan cambiar de opinión al guardián. Por último se le debilita la vista y ya no sabe si la oscuridad reina de verdad a su alrededor o solo son sus ojos que lo engañan. Pero entonces advierte en medio de la oscuridad un resplandor que, inextinguible, sale por la puerta de la Ley. Le queda poco tiempo de vida. Antes de su muerte se le acumulan en la cabeza todas las experiencias vividas aquel tiempo hasta concretarse en una pregunta que todavía no le había hecho al guardián. Le indica por señas que se acerque, pues ya no puede incorporar su rígido cuerpo. El guardián tiene que inclinarse profundamente hacia él, porque la diferencia de tamaño entre ambos ha variado muy en detrimento del hombre. «¿Qué más quieres saber ahora?», pregunta el guardián, «eres insaciable.» «Todos aspiran a entrar en la Ley», dice el hombre, «¿cómo es que en tantos años nadie más que yo ha solicitado entrar?» El guardián advierte que el hombre se aproxima ya a su fin y, para llegar aún a su desfalleciente oído, le ruge: «Nadie más podía conseguir aquí el permiso, pues esta entrada solo estaba destinada a ti. Ahora me iré y la cerraré».

https://www.ehu.eus/documents/1263432/2153802/Ante_la_ley_Franz_+Kafka_1914.pdf



 HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON (Gustavo Weil) 

Cuentan que hace mucho vivió en El Cairo un hombre muy rico que sin embargo era muy dado a las fiestas y los caprichos. De esta forma, lo perdió todo y se quedó sin dinero, quedándose solo con la casa de su padre. Así que no le quedó otra opción que buscar un trabajo para ganarse la vida. Yacub, que así se llamaba, trabajaba mucho y a menudo llegaba rendido a su casa. Estaba tan cansado, que con frecuencia se quedaba dormido bajo la higuera del patio de su casa. Un día, durante uno de estos descansos, tuvo un sueño. Un hombre desconocido se le apareció para decirle lo siguiente: – Debes ir a Persia, a Isfaján. Allí encontrarás la fortuna. El hombre creyó lo que escuchó y vio en su sueño y al día siguiente decidió partir para Persia. El camino no fue nada fácil. Yacub tuvo que atravesar un enorme desierto y hacer frente a muchos peligros, entre los que se encontraban las fieras y los asaltantes de caminos. Pero después de muchos días, consiguió llegar a Isfaján. Y como era de noche y estaba cansado, se echó a dormir en el patio de una mezquita. Quiso el destino que esa noche unos bandidos entraran en la casa contigua a la mezquita. Los inquilinos de esa vivienda se despertaron sobresaltados y comenzaron a gritar, despertando a todos los vecinos. Un sereno que vigilaba cerca de allí mandó a sus hombres para registrar la zona. Los bandidos habían huido saltando por los tejados, y solo pudieron encontrar al hombre que dormía en el suelo del patio de la mezquita. Pensando que era el culpable del intento de robo, le llevaron a la cárcel. Al día siguiente, el juez de Isfaján quiso tomar declaración al acusado: – Dime, ¿quién eres? ¿Cuál es tu patria? - preguntó el juez. – Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí- respondió él. – ¿Y qué le trajo a Persia? – Un hombre me dijo en un sueño que aquí encontraría mi fortuna… Me quedé dormido en el patio de la mezquita y un guardia me despertó y me trajo hasta aquí. Igual mi fortuna se encuentra aquí en la cárcel… – Ja, ja, ja- se rió entonces el juez- ¡Hombre de Dios, qué inocente! Tres veces he soñado yo con una casa en El Cairo. En la casa hay un patio con una frondosa higuera. Bajo la higuera hay enterrado un tesoro. ¿Y piensas acaso que voy a dejar todo para descubrir si ese sueño es cierto? ¡Es una mentira! Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete. Yacub regresó a su tierra. Llegó hasta la higuera, cavó un poco con su pala y desenterró el tesoro. Esa fue la bendición y la recompensa de su Dios. 


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El  gesto de la muerte

[Minicuento - Texto completo.]

Jean Cocteau

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.


https://ciudadseva.com/texto/el-gesto-de-la-muerte/



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