Cuentos fantásticos chinos
Cuento 21
Hubo en la zona este de la prefectura Bian del imperio en tiempos de la presente dinastía, una posada llamada “El puente de madera” y regentada por una hermosísima mujer de unos treinta años y de desconocida procedencia. Su nombre era San Nianzi, o simplemente San. Y aunque fuera una mujer sin marido, sin hijos ni hijas, sin padres ni familia, y que se ganaba la vida dando comida en unas pocas habitaciones de su propiedad, de nada le faltaba. Muchos eran los carruajes del gobierno, o de simples civiles que allí se detenían y muchos también los asnos que poseía y daba, a muy bajo precio, a todo aquel cliente que poco dinero trajese y de tal ayuda necesitara para poder proseguir viaje.
De ahí que todo el mundo dijera de ella
que era una buena mujer y
muy honrada, lo cual atraía aún más clientes a su
casa, ya de lejos o de cerca.
Pues bien, en el año 806 siendo
emperador Tang Xiangzong, se dio el caso de un viajero llamado Zhao que, yendo de Xu
a Luoyang, por allí
pasó y pernoctó.
Por ser el último de
los seis o siete huéspedes en llegar aquella
tarde, le fue dada la cama que estaba más al fondo, al lado de
una pared que lo era también de la habitación de
la posadera. Ésta tras servirles una excelente y
copiosa cena, les hizo compañía
entre buen vino de arroz, hasta muy entrada la noche. Zhao no bebió,
porque no era su costumbre, pero se quedó allí
un rato, riendo con todos y
disfrutando de la conversación. Ya hacia las dos y viendo que estaban algunos a punto de caer
dormidos de fatiga ebrios otros y
varios durmiendo ya, San se retiró a su habitación, candó bien la puerta y apagó el candil de un
soplo.
Fue poco después cuando Zhao que no dejaba de dar vueltas en la cama
insomne mientras todos los demás estaban ya profundamente dormidos, oyó ruidos
a través de la pared de la habitación
de San, ruidos como de alguien que, allá
dentro, anduviera moviendo cosas. Por una rendija que en el muro
había miró y vio a San sacando un candil
del fondo de una vasija, vio como lo encendía, y de una caja sacaba un arado,
un buey de madera y un hombre también de madera, cada cosa de no mas de pico y
medio de grande, y las ponía las tres junto al hogar. Salpicó unas gotitas de
agua sobre ellas y las figuritas de madera empezaron a moverse: el hombrecillo
se subió al arado, que había enganchado al buey de madera, y araron un trozo de
suelo justo allí, enfrente de la cama, yendo y viniendo sin parar
durante un buen rato.
Luego, sacó de la misma caja unos granos de trigo que dio al
hombrecillo; el hombrecillo los sembró y el maíz
brotó al instante. En seguida echó flor
y maduró. San le dijo al hombre que lo cosechara;
lo cosechó, lo descascarilló a pisotones y se lo dio.
En total, se hizo con unos siete u ocho sacos de maíz. A continuación, sacó y montó una muela
de molino diminuta, con la que el hombre hizo harina del maíz. Cuando hubo
acabado, metió al hombrecillo de madera en la caja y, con la harina, preparó panecillos para el desayuno
del día siguiente.
Cuando los gallos empezaron a
cantar, antes de que los huéspedes se hubieran levantado, San ya había prendido lámparas y dispuesto platos llenos de panecillos en la mesa. Sin embargo, Zhao tuvo
un presentimiento extraño y le dio por
irse derecho hasta la puerta, abrirla, despedirse, salir, y, una vez
afuera, correr a mirar desde alguna
ventana lo que fuera a ocurrir adentro: y adentro solo vio a los huéspedes desayunando
alrededor de la mesa. Pero antes de que hubieran acabado de comer, de súbito y a un
tiempo todos, los vio caer a cuatro patas, empezar a lanzar
rebuznos, y al punto, trocarse en asnos.
Vio cómo San los fue arreando hasta la parte
trasera del local, y cómo se
quedaba con todo su dinero y todas sus cosas. No la denunció: en el fondo, lo
que aquel día sintió, fue envidia, fue deseo de dominar también él las artes de aquella mujer.
Al mes y pocos días Zhao regresó de Luoyang y se detuvo en “El puente de madera”, pero esta vez con un
desayuno, idéntico al de la otra ocasión, ya preparado.
Allí decidió dormir. San, tan amable como de costumbre, le volvió a
preparar una cena copiosa, aunque esta vez no hubiera otros huéspedes.
-
¿Qué
tiene pensado para mañana? – Le preguntó San cuando era ya hora
de dormir.
-
Nada
especial- respondió Zhao-, comer antes
de salir y nada más.
-
No se
preocupe por el desayuno, que ya lo haré yo.
Ya bien entrada la noche, Zhao espió y vio exactamente lo mismo
que había visto la otra vez; al alba, un desayuno igual que el otro estaba ya
listo en varios platos. En otro momento en que San salió a por algo, Zhao cogió un panecillo y dejó uno de los suyos; la mujer regresó y no lo notó. “ Qué casualidad – djo entonces Zhao- , Si
yo traía panecillos míos, puede retirar estos de aquí
y dejarlos para otros huéspedes” Ella los retiró y, cuando volvía con el té, Zhao le dijo alcanzándole el que
ella misma había preparado: “tome, tome y pruebe uno de los míos” Al primer pedazo que le entró en la boca, cayó a cuatro patas, comenzó a rebuznar y, al punto,
se trocó en un asna, en un asna
sana y fuerte. Zhao se montó en ella y echó camino
adelante, no sin haber antes cogido el hombrecillo y el buey de madera y el resto
de las cosas. Y aunque no era capaz de usarlas,
porque ignoraba las artes que la mujer dominaba, al menos fue a
muchos lugares a lomos de aquella asna en que San se había trocado,
una asna
capaz de recorrer largas distancias al día y que nunca le dio problema alguno.
Trascurrieron cuatro años y cierto día en que iba Zhao a lomos de su asna por la subprefectura de Tongguan, estando cerca de monasterio de Huayue, se topó con un viejo que, desde la orilla del camino, batiendo palmas y soltando carcajadas exclamó: “¡ Vaya, vaya, vaya, pero si es San, la posadera del “ puente de madera”. Y ¿ qué haces tú así?” La sujetó por las bridas y continuó, dirigiéndose ahora a Zhao: “ Ya sé que ha sido mala en el pasado, ¿No cree que es demasiado severo este trato que le da? Mírela bien ¿no le da lástima? ¿Por qué no la suelta ya?” Al punto, sujetando con una mano una fosa nasal y una esquina de la boca de la asna, y con la otra, la otra fosa nasal y la otra esquina, y tirando de todas hacia afuera, se abrió un hueco tal que pudo San saltar por él desde el interior de aquella piel de burra. Estaba igual que antes. Hizo una reverencia de cortesía y agradecimiento al viejo aquel, y se fue. No se sabe por dónde ande hoy.
Xue Yusi, dinastía
Tang (618- 907)
23
Ocurrió en
tiempos de la
dinastía Song del Norte, en los
años Xiaojang y en la prefectura de Yingnchuang que, estando un hombre llamado Yu
a un paso de
la muerte, con el corazón casi parado y
el cuerpo casi frío, despertó de golpe y dijo
que justo después de morir, llegaron dos hombres
vestidos de negro que le ataron las manos fuertemente y
le arrearon que echara a andar; que luego llegaron a una gran ciudad de altísimos muros y
portadas, y protegidas por muchísimos soldados; que fue llevado, junto
con un gran número de personas, a una sala en la que había, sentado en un trono
elevado, un hombre rodeado por cientos de soldados y de servidores que le
llamaban “ Gran Señor” ; que dicho Gran Señor cuando estaba
pincel en mano examinando el libro que contenía los nombres
de los recién
llegados y llegó
al de
Yu exclamó: “ Si la
vida de este
hombre aún no está
agotada, ¡ que se le envíe de vuelta
ahora mismo!”
Y así
fue: de la tarima donde estaba el
trono bajó un
sirviente que le condujo hasta
la puerta de salida de
aquella sala, primero, y hasta
la de la muralla, después; allí
le comunicó al guardián que había orden
de
enviarlo de regreso, que se ocupara de enviar a
alguien con él.
-
Quiero la orden
confirmada por segunda vez – respondió el guardián.
-
Buena
suerte tiene- dijo de repente una mujer joven, hermosísima y de una elegancia sin par, que estaba entrando por la misma puerta-,
pues os es permitido regresar. Dadle algo
al guardián y veréis cómo os abre y
podéis partir.
-
Pero ¿qué
podría darle? - Respondió Yu-
si no tuve tiempo
de coger
nada antes de que
me ataran las manos?
-
Esto-
dijo la muchacha sacándose
del brazo izquierdo tres
brazaletes y tendiéndoselos.
Yu
le preguntó su
nombre y dónde
vivía.
-
Me apellido
Zhang. La casa
de mis padres
está en Maozhu.
Yo morí de
cólera hace poco.
-
Cinco
mil monedas de
oro dejé preparadas para la hechura de
mi ataúd. – dijo Yu-; si en verdad
resucito, os prometo usarlas en
agradecimiento por todo esto que
estáis haciendo ahora por mi.
-
No
lo hago por ninguna recompensa – dijo ella- , es solo por ayudar
a alguien que no
debiera estar aquí.
Además, esto que os doy son cosas
mías, así que no hace falta que os molestéis
en ir
a devolver nada a mi
familia.
Yu le
dio al guardián los
tres brazaletes de
oro, quien los aceptó,
y nadie hubo
de traer ninguna
orden confirmada por segunda vez; se despidió de la
muchacha, quien no pudo evitar que
las lágrimas se derramasen por su
rostro, y partió.
Y
en tal punto se despertó Yu;
y estando enormemente
desconcertado por todo esto,
fue a la
aldea de Maozhu y
preguntó y averiguó que
había allí una familia llamada Zhang, una de cuyas
hijas acababa de
morir.
Yang
Zhitui (531- 591)
No hay comentarios:
Publicar un comentario