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domingo, 17 de septiembre de 2023

Textos leídos: cuentos 21 y 23 extractados del libro Cuentos fantásticos chinos

 

Cuentos  fantásticos  chinos

 

Cuento  21

Hubo en  la  zona  este  de  la  prefectura  Bian del  imperio en tiempos de la presente dinastía, una posada llamada  “El puente de madera” y  regentada por una hermosísima mujer de unos treinta  años  y  de  desconocida procedencia. Su nombre era San Nianzi,  o simplemente San.  Y aunque fuera  una  mujer sin marido, sin hijos ni  hijas, sin padres ni  familia, y que se ganaba la vida dando comida en unas pocas  habitaciones de su propiedad, de  nada le  faltaba. Muchos eran los carruajes del gobierno, o de simples civiles que allí se detenían  y  muchos también los asnos que poseía y  daba, a muy bajo precio,  a todo aquel cliente que poco dinero trajese y de tal  ayuda necesitara para poder proseguir  viaje.

De ahí que todo el mundo dijera  de  ella que  era  una  buena  mujer  y  muy  honrada, lo cual atraía aún más clientes a su casa, ya de lejos o de cerca.

Pues  bien, en el año 806 siendo emperador Tang  Xiangzong, se  dio  el  caso de  un  viajero llamado Zhao que, yendo  de  Xu a  Luoyang, por  allí  pasó  y  pernoctó.

Por  ser  el  último  de  los  seis  o  siete huéspedes en  llegar  aquella  tarde, le fue dada la cama que estaba  más  al  fondo, al  lado  de  una  pared que lo era también de la habitación de la posadera. Ésta tras  servirles  una  excelente   y  copiosa  cena, les hizo compañía entre buen vino de arroz, hasta muy entrada la noche. Zhao  no  bebió, porque  no  era  su  costumbre, pero se  quedó  allí  un  rato, riendo con  todos  y  disfrutando de  la  conversación. Ya  hacia las dos y viendo que  estaban algunos a  punto  de  caer  dormidos de  fatiga ebrios otros y varios durmiendo ya, San  se  retiró  a  su  habitación, candó bien la puerta y apagó el  candil  de  un soplo.

Fue poco después cuando Zhao que no dejaba de dar vueltas en la cama insomne mientras todos los demás estaban ya profundamente dormidos, oyó ruidos a través de la pared de  la habitación de  San, ruidos como de alguien que, allá dentro, anduviera moviendo cosas. Por una rendija  que  en  el  muro había  miró y vio a San sacando un candil del fondo de una vasija, vio como lo encendía, y de una caja sacaba un arado, un buey de madera y un hombre también de madera, cada cosa de no mas de pico y medio de grande, y las ponía las tres junto al hogar. Salpicó unas gotitas de agua sobre ellas y las figuritas de madera empezaron a moverse: el hombrecillo se subió al arado, que había enganchado al buey de madera, y araron un trozo de suelo justo allí, enfrente  de  la  cama, yendo y  viniendo  sin  parar  durante un  buen  rato.

Luego, sacó de la misma caja unos granos de trigo que dio al hombrecillo; el hombrecillo los sembró y  el  maíz  brotó  al instante. En seguida  echó  flor  y  maduró. San le dijo al hombre que lo cosechara; lo cosechó, lo descascarilló  a  pisotones  y  se  lo  dio. En total, se hizo con unos siete u ocho sacos de  maíz. A continuación, sacó y montó una muela de molino diminuta, con la que el hombre hizo harina del maíz. Cuando hubo acabado, metió al hombrecillo de madera en la caja y, con la  harina, preparó panecillos para el desayuno del día siguiente.

Cuando los  gallos empezaron a cantar, antes de que los huéspedes se hubieran levantado, San ya  había prendido lámparas  y  dispuesto platos llenos de  panecillos en la mesa. Sin embargo, Zhao tuvo un presentimiento extraño y  le  dio  por  irse  derecho  hasta  la  puerta, abrirla, despedirse, salir, y,   una  vez  afuera, correr a mirar desde alguna ventana lo que fuera a ocurrir adentro: y adentro solo vio a los huéspedes desayunando alrededor de la mesa. Pero antes de que hubieran acabado de comer, de súbito y  a  un tiempo todos, los vio caer a cuatro patas, empezar a  lanzar  rebuznos, y  al punto, trocarse  en  asnos.

Vio cómo San los  fue  arreando hasta  la  parte  trasera  del  local, y  cómo  se  quedaba con todo su dinero y  todas sus cosas. No la denunció: en el fondo, lo que aquel día sintió, fue envidia, fue deseo de dominar también él  las  artes  de  aquella  mujer.

Al mes y pocos días Zhao regresó de Luoyang y se detuvo en  “El puente de madera”, pero esta vez con un desayuno, idéntico al de la otra ocasión, ya  preparado.

Allí decidió dormir. San, tan amable como de costumbre, le volvió a preparar una cena copiosa, aunque esta vez no hubiera otros huéspedes.

-          ¿Qué tiene pensado para mañana? – Le preguntó San cuando era  ya  hora  de  dormir.

-          Nada especial-  respondió Zhao-, comer antes de salir  y  nada más.

-          No se preocupe por el desayuno,  que  ya  lo  haré  yo.

Ya  bien  entrada  la  noche, Zhao espió y vio exactamente lo mismo que había visto la otra vez; al alba, un desayuno igual que el otro estaba ya listo en varios platos. En otro momento en que San salió  a  por  algo, Zhao cogió un panecillo y  dejó  uno de  los suyos; la  mujer regresó y no lo notó.  “ Qué casualidad – djo  entonces  Zhao- , Si  yo  traía  panecillos  míos, puede retirar  estos  de  aquí  y  dejarlos para otros huéspedes” Ella los  retiró y,  cuando volvía con el  té,   Zhao le dijo alcanzándole  el  que  ella  misma había preparado: “tome, tome y  pruebe  uno  de  los  míos”  Al primer pedazo que le entró  en  la  boca, cayó a cuatro patas, comenzó a rebuznar  y,   al  punto,  se trocó en un asna, en  un  asna  sana  y   fuerte. Zhao se montó en ella y echó camino adelante, no sin  haber antes  cogido el hombrecillo y el  buey  de madera y  el  resto de  las  cosas. Y aunque no era capaz de usarlas, porque ignoraba las artes que la mujer dominaba, al menos fue  a  muchos lugares a lomos de aquella asna en que San se había trocado, una  asna  capaz de recorrer largas distancias al día y que nunca le  dio  problema  alguno.

Trascurrieron cuatro años y  cierto  día  en  que  iba  Zhao a  lomos de  su  asna  por la subprefectura de Tongguan, estando cerca de monasterio de Huayue, se topó con un viejo que, desde la orilla del camino, batiendo palmas y soltando carcajadas exclamó: “¡ Vaya, vaya, vaya, pero si  es  San,  la  posadera del   puente de  madera”. Y ¿ qué haces tú  así?” La sujetó por las bridas y continuó, dirigiéndose ahora a  Zhao: “ Ya  sé que ha sido mala en el pasado, ¿No cree  que  es  demasiado severo  este  trato  que  le  da?  Mírela bien ¿no le  da  lástima? ¿Por qué  no  la  suelta  ya?”  Al  punto, sujetando con una mano una  fosa  nasal y  una  esquina de  la  boca  de  la  asna,  y  con  la  otra, la otra fosa nasal y  la  otra  esquina,  y  tirando de todas  hacia  afuera, se  abrió un hueco  tal  que pudo San saltar  por  él  desde  el  interior  de  aquella piel  de  burra. Estaba igual que antes. Hizo una reverencia  de  cortesía  y   agradecimiento    al  viejo  aquel, y  se fue. No se  sabe por dónde ande  hoy.               

                                                                     Xue   Yusi,  dinastía  Tang  (618- 907)



 

                                                                           23    

Ocurrió en  tiempos  de  la  dinastía  Song del  Norte, en  los  años  Xiaojang y en  la prefectura de  Yingnchuang que, estando un hombre llamado Yu a  un  paso  de  la muerte, con el corazón casi parado y el cuerpo casi frío, despertó de  golpe  y  dijo que  justo  después de morir, llegaron dos hombres vestidos de negro que le ataron las manos fuertemente  y  le  arrearon que echara a  andar; que luego llegaron a  una gran ciudad de  altísimos muros  y  portadas, y protegidas por muchísimos soldados; que fue llevado, junto con un gran número de personas, a una sala en la que había, sentado en un trono elevado, un hombre rodeado por cientos de soldados y de servidores que le llamaban “ Gran Señor” ; que dicho Gran Señor  cuando  estaba pincel en  mano examinando el  libro que  contenía los   nombres  de  los  recién  llegados  y  llegó  al  de  Yu  exclamó: “ Si  la  vida  de  este  hombre  aún no  está  agotada,  ¡ que  se  le  envíe  de vuelta  ahora mismo!”

Y  así  fue: de  la tarima  donde  estaba  el  trono  bajó  un  sirviente que le condujo  hasta  la  puerta  de  salida  de  aquella  sala, primero, y  hasta  la  de  la   muralla, después;  allí  le comunicó al  guardián que  había  orden  de  enviarlo  de  regreso, que se ocupara de enviar  a  alguien  con  él.

-          Quiero  la  orden confirmada por  segunda  vez – respondió el guardián.

-          Buena suerte tiene- dijo  de repente una mujer  joven, hermosísima y de una elegancia sin  par, que estaba entrando por la misma puerta-, pues os es  permitido regresar. Dadle  algo  al  guardián y veréis cómo os  abre  y  podéis partir.

-          Pero ¿qué  podría  darle? - Respondió  Yu-  si  no  tuve  tiempo de  coger  nada  antes  de que  me  ataran las  manos?

-          Esto- dijo la  muchacha  sacándose  del  brazo izquierdo   tres  brazaletes  y  tendiéndoselos.

Yu  le  preguntó  su  nombre  y  dónde  vivía.

-          Me  apellido  Zhang.  La  casa  de  mis  padres  está  en  Maozhu.  Yo  morí  de  cólera  hace  poco.

-          Cinco mil  monedas  de  oro  dejé  preparadas para  la   hechura de   mi  ataúd. – dijo Yu-;  si en verdad  resucito, os  prometo usarlas  en  agradecimiento por  todo esto que estáis haciendo ahora por mi.

-          No lo  hago por  ninguna recompensa – dijo ella- , es  solo  por  ayudar  a  alguien  que  no debiera estar aquí.  

     Además, esto que os doy  son  cosas  mías, así que no hace falta que os molestéis  en  ir  a  devolver  nada  a  mi  familia.

Yu le  dio  al  guardián  los  tres  brazaletes  de  oro, quien  los  aceptó,  y  nadie  hubo  de  traer  ninguna  orden confirmada por  segunda  vez; se despidió de  la  muchacha, quien no pudo evitar que  las  lágrimas se derramasen por su rostro, y  partió.

Y  en  tal  punto se despertó  Yu;  y  estando  enormemente  desconcertado por todo esto,  fue  a  la  aldea  de  Maozhu y  preguntó  y  averiguó que  había allí  una  familia llamada Zhang, una de  cuyas  hijas  acababa  de  morir.

                                                                                  Yang  Zhitui    (531- 591)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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