a quienes proponía proponía la infidelidad como una prueba exigida por Dios para afianzar su credo y con este sus matrimonios; todas cayeron en sus garras, en parte porque él mismo las había hecho presas fáciles, fabricando en ellas una inconsciencia construida a pulso, a base de fanatismo y repetición de ardides, había plantado en sus mentes con maestría de jardinero las semillas que ahora recogía, les había hinchado el ego repitiéndoles que eran las elegidas para encontrar la armonía con la divinidad encarnada en él a través del acto sexual, y también en parte porque todas eran mujeres culpadas por sus padres o sus esposos, de quienes habían aprendido que el sexo era sucio y que el deseo era un pecado que había que prevenir a como diera lugar, de manera que la exaltación de este por parte del pastor y su exultación las liberaba y las higienizaba de alguna manera de sus delitos ancestrales y del señalamiento de sus padres, pues la enjundia cobijaba a toda la grey porque no solo había hecho presas de sus discursos amañados a las jóvenes inexpertas, orientadas aún por la inocencia casi infantil, y a las mujeres guapas recién casadas, sino también a sus progenitores y cónyuges que se sentían bienaventurados por concebir y ofrendar hijas para la gloria de Dios, y su representante en la tierra, el Pastor. Es sencillo fomentar grandezas espurias en personas que nunca han practicado el pensamiento propio, que viven de la confianza primaria en un después provechoso porque no quieren enfrentar ni entender su precaria realidad como producto de la mínima reflexión y el menguado esfuerzo hecho en sus vidas, por eso es fácil que obedezcan a cualquier disparate, basta que este se les presente como un aporte a su salvación o, mejor aún, como parte de una redención que será tenida en cuenta en otra vida después de esta; nunca nadie ha conseguido tanto con tan poco como la religión. Walter, a penas logró de sus partidarios la observancia y la sujeción, se sintió poderoso, y a su manera lo era, al menos en su exiguo y obtuso mundo de oropeles y faralaes demagógicos, pero como todo poder una vez que empieza no tarda mucho en ser insuficiente, pues al hacer posible lo imposible con facilidad se vuelve aspiracional y ahí está su trampa, cada vez pretende más y nunca alcanza con lo que se tiene, hasta que buscando suficiencias después del hastío se desborda; eso le pasó a Walter cuando conoció a Linita, una niña de doce años inmaculada y tierna que llegó a su iglesia llevada por su madre una joven que no llegaba a la treintena y que había encontrado en la religión la válvula de escape a una vida plagada de afugias económicas, sentimentales y de propósito, y buscaba la manera de redimirse por haber sido la esposa de un bandido temible del barrio con quien había tenido a su hija en plena adolescencia y que purgaba una pena por asesinato en una cárcel de otra ciudad. Apenas nació la niña, el bandido se olvidó de la madre para siempre, aunque en todo momento estaba pendiente y vigilante de su hija. La mujer creía que la religión y el pastor López eran la respuesta a sus oraciones y que servirían para salvar a su pequeña de un mundo confuso y brutal como el que le ofrecía su padre en cuotas mensuales y esporádicas llamadas. Walter quedó impactado el día que la vio por primera vez entre el público, le pareció el ser humano más hermoso que había contemplado, lo turbó al punto de olvidar la prédica y confundir pasajes del Nuevo Testamento que conocía de memoria. De ahí en adelante su vida se volvió un pensamiento constante en la niña, un imaginarse cercanías, un latir de deseos intestinos y contrapuestos; en esos días fue que nos vimos por última vez, una tarde que me llamó desde su iglesia y me pidió, todavía no se bien por qué, que fuera a verlo. Su voz sonaba ahogada y desesperada, pero acudí a su llamado más por la curiosidad que me causaba ver la sede del templo por dentro, puesto que a pesar de quedar en una esquina central y vecina de mi casa y verla todos los días desde afuera, nunca había traspasado su enorme portón en donde con gigantes letras de molde se leía el nombre de su congregación; quise observar cómo estaba distribuida y qué contenía adentro, además de personas confundidas y menesterosas, pues la alerta que percibí en la voz de Walter me hacía pensar en una pataleta más, además hacía días había visto a lo lejos a Marisa, quien denunciaba una incipiente panza de embarazada y creí que se trataba de eso; llegué a la puerta y desde adentro, sin que alcanzara a tocar, me abrió un adolescente que me informó que en el despacho me esperaba el pastor, avancé por donde el muchacho me indicó y al abrir la puerta le vi la cara congestionada y los ojos vidriosos que denotaban un estado de embriaguez leve, se paró de su silla y me abrazó, algo completamente inusual en él, me ofreció un whisky que consumí de inmediato, y me llevó hasta el sofá en donde había llevado a cabo sus innúmeras pilatunas venéreas. y estando frente a frente me contó de golpe, casi sin respirar, sus padecimientos por cuenta de la infanta, rematando su narración con la frase casi exculpatoria de Mi hermano, desde que vi a esa niña no volví a pensar en Marisa, yo no sabía ni qué decir con su historia, apenas escuché el nombre de su exnovia quise comprobar qué tan veraz era su relato, entonces sirviéndome otro whisky de la botella en la mesa le dije Compa, Marisa está en embarazo, la vi hace poco, y se le nota la panza, él, sin sorpresa, me contestó que ya lo sabía, y que era muy bueno por ella y el marido, que sus oraciones estarían puestas en ellos, y se afanó a continuar con su cuento, me dijo Hermano, yo sé que aquí estoy hablando de otra cosa, Linita es una niña, pero la verdad mi viejo es que estoy locamente enamorado de ella, como nunca antes lo había estado, me pienso casar con ella, le dije ¿Casar? Pues muy bien, llave, Pero ¿cuando? Porque esa niña me decís que tiene doce años y eso ni en los tiempos de mi abuela que se casó como de quince, él me respondió sí, lo sé, pero voy a esperar el tiempo que sea, ella será mi esposa, te lo aseguro, solo quería contártelo porque te aprecio y decirte que no te nombro padrino porque quedaría muy mal con mi gente, pero quería que lo supieras y que también supieras que por fin superé a Marisa y todo el rencor que tenía adentro, esto último lo dijo con una sonrisa de satisfacción en la cara, pero como notó que yo no acababa de darle crédito me dijo Esta mujercita me trajo la paz, por fin hermano, lo miré y tomándome un sorbo respondí ¿ Y la niña lo sabe? , ¿ quiere casarse con vos? Mejor dicho, ¿ ella te quiere? Él esta vez sorprendido por mi pregunta, me respondió como si fuera una obviedad Pues claro, a mí todas me quieren.
Pero no, todas no lo querían, y menos que todas la niña de sus desvelos, y él tampoco estaba temperado en esperas, de manera que apenas veintitrés días después de nuestra charla e idéntico número de noches afiebradas y en vela por cuenta de la muchachita, no resistió más el fuego interno que lo estaba consumiendo, y, entregado por completo a un impulso urticante que no lo dejaba hacer nada distinto a desear el cuerpo y el alma de Linita, se llenó de arrestos y de colonia fina y convocó a la niña que llegó a su oficina pasado el mediodía, llevada por su madre a la que impidió el acceso aduciendo que era una cuestión espiritual entre él y la niña. Empezó con sus presunciones místicas y su ampulosidad catequizante que había rendido notables frutos en sus conquistas anteriores, pero la niña no entendía un carajo de lo que le decía, de manera que se pasó a la coquetería frontal y tope que tampoco encontró eco en los oídos de la pequeña, más entusiasmada con los lápices de colores de su escritorio que con la retórica almibarada y el galanteo bronco; cuando Linita empezó a bostezar como signo inequívoco de aburrimiento y fastidio, Walter se jugó su última carta y le ofreció un trago de whisky diciéndole que era bueno para los nervios, ella sintió curiosidad y lo recibió, mientras él le decía que lo que seguía era un ritual de amor con el que agradaría mucho a Dios, la niña no entendía nada pero le gustó la sensación quemante del licor bajando por su garganta y lo vivaz que llegaba al estómago, contrario a lo que le pasó a mi yo de cinco años, y le recibió una segunda dosis, él seguía hablándole de las bondades que estaba presta a recibir mientras le embutía más trago. Al cabo de un cuarto de hora la niña se paró de la silla y tambaleándose le dijo que se iba, él se apresuró a atajarle el avance y en un dos por tres la llevó al sofá en donde empezó a besarla, a acariciarle los incipientes pechos, con lo que ella sintió asco y ganas de vomitar e intentó levantarse, pero el hombre la tenía asida por las muñecas y le hizo repulsa hacia abajo para que volviera a su lado, ya no le importaba nada distinto a la fuerza que se hacía tromba en su entrepierna y sin mediar palabra se desabrochó la bragueta e hizo que la niña le tocara la verga con la mano, pero la chiquilla no quiso hacerlo y él le forzó la nuca hasta que la tuvo encima de su pene, le dijo que se lo metiera en la boca, ella volvió a rehusar el envite, entonces él, preso de un desenfreno lascivo y dañino la estrujó junto al mueble, le arrancó el vestido dejándola desnuda en un santiamén y se le fue encima con su pértiga vejatoria en ristre, la penetró sin darle tiempo de nada, repitió la acción un par de veces en medio de un grito infernal emitido por la exdoncella, grito que convocó a los pocos asistentes a la sede en esa hora, él acabó de inmediato con una expresión de júbilo cortada apenas por la percepción del escándalo que atraía las voces de reclamo del exterior inquiriendo si todo estaba bien, a las que él despachó en un segundo gritando, desde el suelo adonde había caído extenuado, que no era nada que no se preocuparan, pero la niña volvió a gritar y a pedir que la ayudaran, esta nueva alerta llevó a que los agrupados en la puerta decidieran entrar a ver cómo estaban el pastor y su acompañante. Apenas entraron vieron a la niña ultrajada y desnuda llorando en un rincón donde había ido a dar después del acto, sosteniendo el vestido dañado, y al pastor que intentaba levantarse del suelo, enredado en los pantalones que tenía en las rodillas; los que entraron, entre quienes estaba una mujer que había sido amante de ocasión de Walter, se demoraron un poco para comprender la escena, pero al final todo fue diáfano como el agua de una cascada, y la mujer que había sido tratada de igual manera en una jornada anterior fue la primera en emitir un veredicto que todos veían pero que nadie quería aceptar: el pastor violó a la niña Lina. Walter sintió el odio en la mirada de los concurrentes y con velocidad de atleta se vistió y salió por un lado de la puerta, mientras sentía que detrás se arremolinaban los gritos y los ayes de la gente que le decía maldito, violador y cobarde, salió de la iglesia y tomó el primer taxi hacia su casa dejando atrás su auto, el escándalo y, como pensó en el trayecto, su vida; al llegar se zampó de dos tragos media botella de whisky, se sentó a pensar y a maldecir su suerte, recordó por qué había empezado todo, puteó mentalmente a Marisa y se dijo que sin remedio tendría que huir, se tomó otro trago y con calma, confiado en que nadie de la congregación sabía de su residencia, se puso a empacar y a juntar el dinero en efectivo y las joyas que tenía a buen resguardo en una caja fuerte en su cuarto, hizo una llamada a su superior que le devolvió la sonrisa, se bañó tranquilo y con su mejor pinta y un maletín de mano salió de su casa con rumbo a la iglesia grande, donde se encontraría con su pastor, quien ya le tenía lista una salida del país y un puesto como adjunto en otra sede de otra tierra donde podría empezar de cero; al traspasar el umbral que desemboca a la calle sintió el estruendo que dos hombres recién bajados de una moto emitían por las bocas de sus revólveres que descargaron íntegros en su humanidad, pues apenas fugado de su iglesia el rumor se corrió en el barrio y dos antiguos compañeros del padre de la niña se enteraron del asunto, y ofendidos en lo más íntimo de su sinrazón, puesto que ambos habían participado en innúmeros ataques de similar calado, decidieron hacer justicia por mano propia, con la hipocresía conveniente del malvado que encuentra atroces los actos ajenos pero nunca los propios por idénticos que sean y se arrogan el derecho natural de recomponer lo inadecuado en otros, así coincida plenamente con lo impropio de ellos, porque media humanidad prefiere las ventanas a los espejos; en menos de lo que canta un gallo dieron con la dirección del pastor López y fueron a cobrar con sangre la ofensa que a estas alturas sentía todo el barrio. A su entierro nadie fue porque nunca nos enteramos cuándo ni dónde lo oficiaron. Al mes volví a pasar por fuera de su iglesia y vi en la entrada a su cabal rebaño, entre quienes se encontraba la niña Linita mirando con fervor a su madre, quien, como compensación por haber superado el impase con el pastor López con la misma fe inquebrantable de Abraham, había sido designada por el pastor superior para guiar aquel ministerio, que renovado en fervores celebraba la devoción y entrega de la nueva pastora. No sé que cosa sea Dios y desconozco dónde se encuentra, pero sí estoy seguro de que no es en una iglesia, y mucho menos en los corazones de los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario