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lunes, 26 de agosto de 2024

Capítulo Décimo El Pastor López


10. El  pastor  López 

Walter no fue el pastor López toda la vida, antes cargaba con su nombre de pila a cuestas y su falta de fe intacta, y con ellos iba adonde lo llevaba la vida; era otro de los Sanos, un muchacho tranquilo que un día después de transitar sin novedad la adolescencia incierta de un barrio como el nuestro, se enamoró de una muchacha de su misma edad y condición social llamada Marisa: Fueron el primer amor el uno del otro y juntos encontraron las mieles del afecto, los abismos del deseo y la proyección temprana de una vida unidos, pero como todo se desgasta o se corrompe, un día,  después de cinco años de noviazgo y  una acumulación de planes conjuntos, la muchacha, que había ingresado a estudiar Enfermería en la universidad se enamoró de un compañero de clase y abandonó rotunda e irreconciliablemente a  Walter, dejándolo sumido en el más absoluto despecho y la más astrosa ruina afectiva.

El amor es perro a veces y, después de mostrarnos su dulzura sin par durante un  largo  tiempo, instala de un momento a otro su corrosión mortal, sin aviso, sin retorno y sin que podamos entender su tránsito de un estado al otro, porque los síntomas estaban disfrazados de connivencia cotidiana y solo aparecieron como tales cuando ya eran enfermedad incurable. Walter quedó deshecho e hizo el largo y sinuoso periplo del desquerido: la buscó y le prometió mejorías de todo tipo, desatrasos económicos, correcciones de genio, rehabilitaciones románticas, abandonos de familia y amistades y hasta recomposiciones físicas, cualquier cosa con tal de retenerla a  su lado, y en el colmo de su desesperación le propuso matrimonio, pero la mujer se mantuvo impertérrita y displicente frente a los envites del sufrido muchacho; en su  haber ya no sentía casi nada por él y el poco afecto que albergaba en su corazón estaba nublado por el encanto que suscitaba el nuevo pretendiente. Hay gente que dice, cree  y  en ocasiones siente que puede querer con amor romántico  a varias personas al tiempo con igual intensidad, aunque esa solo sea  una  envoltura de su vanidad, que sirve para tranquilizar y pulimentar su ego, pero hay otras como Marisa que en lo profundo del alma solo tienen cabida para un amor, y es tanto su compromiso y tan alta su entrega a él que una vez concluye es igual de categórico y no hay manera de revivirlo, ni volviendo de revés el mundo, porque solo teniendo el terreno baldío puede arar alguien más en él. Reptando en sus lodos, mi amigo Walter pasó al  odio cerrado y cruel pero mal dirigido, primero hacia el novio a quien decía que iba a matar en cuanto  lo viera, y después a  todo aquel que hubiera influido según su excéntrica sospecha en la decisión de abandonarlo; por su cabeza, en lista negra, pasaron sus suegros, los amigos y amigas de Marisa, los vecinos y sobre todo los compañeros de estudio, con esa particular manera que tenemos las personas de buscar culpables en todo el mundo excepto en uno mismo, y con eso hacer menos duro el afrontar nuestras culpas. Con el rencor le llegó la bebida, que tiene los brazos dispuestos siempre dispuestos para el apenado, que sostiene cuando todo lo demás se ha cansado, que acompaña cuando todo lo restante es abandono, que cobija cuando no queda más que frío en el ánimo y que escolta cuando todo es soledad; ahí fue que nos reencontramos Walter y yo y nos hicimos amigos de verdad, yo llevaba algún tiempo de borracho consuetudinario y, como no frecuentaba la esquina hacía años, me había amigado con los Sanos, apelativo que siendo francos no los definía, al menos no literalmente, pues todos bebíamos mucho, y en ese momento Walter más que todos, de manera que encontré en su despecho una buena oportunidad de acompañar mis bebetas solitarias y él encontró en mí un oído dispuesto para aguantar sus interminables peroratas sobre lo puta que es la vida y lo miserable del amor. Aunque éramos dos borrachos distintos- mientras yo bebía porque anhelaba  el recuerdo,  él  bebía porque quería el olvido- , nos convertimos en amigos ebrios e inseparables durante un tiempo brumoso que después ninguno de los dos recordaba muy bien, pero eso sirvió para que mantuviéramos la  amistad  durante toda su vida; así pude conocer la transformación de Walter, de ser un muchacho borrachín  y  angustiado a  ser  el  pastor López, líder de un grupo evangélico fanático y contumaz que tenía una iglesia de una manzana en el barrio y acogía cerca de mil feligreses.

Todo empezó en las noches de farra cuando, al terminarnos hasta la última gota de alcohol que podíamos granjearnos, yo me iba quedando dormido en el sofá de su casa y él retornaba a su dolor intenso por la pérdida de Marisa; una vez disipadas las nubes de alcohol con que lograba acallar por momentos  las voces y las  imágenes  horrendas de  su cabeza y se quedaba llorando en silencio, dejando que las lágrimas brotaran en raudales sordos que goteaban en el suelo, de un momento a otro se imaginaba a  su  amada en brazos extraños y se paraba a darle golpes a  las  paredes con la mano desnuda hasta que sangraba, yo me despertaba y algunas veces lograba contenerlo, otra era su madre quien domaba a veces a la fiera que se desataba en Walter cada que se imaginaba a su amor siendo amada por otro. Doña Virginia que era una señora  amable y evangélica que había empezado a serlo cuando su único hijo ya estaba grande, y si bien trató por todos los medios de la persuasión de atraerlo a su nuevo credo, al no conseguirlo lo dejó tranquilo y aprendieron a llevarse bien sin abordar temas álgidos para ambos: la religión de la madre y el noviazgo del  hijo con Marisa, quien desde el principio levantó sospechas en  la  señora por considerarla una mujer brincona y desenvuelta, como debían parecerle a doña Virginia todas  las  muchachas de esa edad que no estuvieran en su iglesia. Esa precisamente es una de las primeras cosas en las que interviene la religión para conseguir adeptos: insufla un sentimiento de superioridad moral en sus miembros que los hace juzgar a los demás como inferiores por no compartir sus más primarios temores, expresados en bisutería ideológica contra el cuerpo y  las  libertades civiles. Cuando Walter cayó en desgracia, su madre se limitó a acompañarlo desde sus oraciones a la distancia y a alegrarse en secreto, pues creía,  como en efecto aconteció, que ese dolor acercaría a su hijo a la religión si sabía hacer bien el  trabajo de engancharlo y mostrarle a Dios como la cura para su mal, o si  no, al  menos como el auspiciador próvido de su venganza; cada que entraba en una de esas crisis, la madre se le acercaba con firmeza  y  suavidad  a   la  vez  y  le decía que no se atormentara más, que después iba a conseguir una buena mujer y quizás terminaría queriéndola más que a  esa  Marisa, como se refería a  ella, y  hasta casándose, luego le reprochaba la manera de enfrentar el sentimiento, le decía que le hacía falta Dios y buscar los caminos de la fe, y esto lo decía segura pero sin insistencia, sabiamente,  y al no encontrar rebote en el hijo, nos llamaba y nos daba plata para seguir bebiendo, pero con la condición de que yo llamara a mi casa y que tomáramos adentro de la suya bajo su vigilancia, y como en realidad nuestra única intención era atarantarnos, no importaba dónde fuera con tal de seguir dándole al chupe, y su mamá con tal de tenernos patrullados lograba  tranquilizarse  un  poco; supo hacer un  trabajo fino, poco a poco fue derribando los diques de indolencia que el  hijo le   proponía, y este caía cada vez más bajo en su desolación, cuando el alcohol se le hizo insuficiente para el aturdimiento que requería, empezó a meter mariguana y  luego perico y pepas y todo lo que le prometiera un mínimo de paz a su afiebrada recordación, hasta que llevó a tanto al extremo el consumo que un día colapsó. Llevábamos bebiendo tres días con sus noches, suspendiendo apenas para tomarnos unas sopas destempladas que su madre dejaba hechas antes de irse para el  trabajo o  la  iglesia, o para tomar una siesta minúscula entre dos borracheras, cuando me desperté en medio de de un cementerio de botellas vacías y regueros de todo tipo y vi a Walter que de un momento a otro dio un grito extraño y cayó convulsionando y volteando los ojos, me invadió el espanto, creí que se estaba muriendo. Después del pasmo primero, logré acercármele y vi que estaba respirando, pero que tenía los ojos de  revés y estaba botando un espumarajo de sangre por la boca, torpemente logré levantarlo y mientras lo hice pareció volver en sí, pero estaba desacertado y muy tembloroso, le dije que me lo iba a llevar para el hospital, pero él  no lograba hilvanar palabras, entonces como pude lo saqué, tomé un taxi  y  lo  llevé a  la  Policlínica, en donde, después de atenderlo, le  dijeron  a  su  madre, a quien avisé en cuanto pude,  que  había sufrido un ataque de epilepsia etílica por mezclar drogas con alcohol, el cerebro no aguantó el coctel y se desconectó; le dijeron también que por suerte estaba joven y todo se había saldado con un breve ataque, pero que si seguía así podría darle una embolia, una isquemia o un aneurisma, y cualquiera de los tres era fatal; la madre al escuchar el diagnóstico me miró como increpándome, pero al segundo volvió a cubrir su rostro con el manto de la bondad con que siempre la conocí y apenas me dijo Ay, mijo sí  ve, si ustedes siguen así se van a salir matando, mi muchacho al menos tiene la disculpa del desespero por esa muchacha, pero ¿usted?, yo estaba empezando a sentirme amurado y apenas le contesté Sí, señora, usted tiene razón, era todo lo que podía decirle como respuesta. A los dos días  salió  Walter  del  hospital sin ninguna secuela física pero con el alma en lo profundo del  abismo, se encerró en su casa y no quiso beber más, yo  también  volví  a  mi   casa  y  consideré  prudente  alejarme un tiempo, me daba pena con  su  madre  y  con  él, además, como él  ya   no  quería  beber  y  yo  sí, creía que  mi  compañía  en  vez de ayudarle lo agobiaría. 
Tiempo después supe que durante esos días su  mamá,  valiéndose de  la  culpa del  muchacho y de todo su empeño amoroso, logró conquistar el corazón esquivo del   hijo  y volverlo a  su   redil, encaminarlo en  la  ruta  que  ella creía que  lo salvaría; empezó leyéndole  salmos  y  oraciones que interpretaba excéntrica y acomodadamente como le había visto  hacer  a  su  pastor, y  en  una  de  esas obró  el   milagro y Walter vio con claridad lo que siempre había estado oscuro: su amor era una prueba  y  él  tendría  que  superarla, pero también  su  desamor  había  sido  una  afrenta  y  la  cobraría  con  odio. De verdad abandonó la borrachera, pero quedó palpitando rencor en estado puro, todos los otros síntomas del desafecto se  le  quitaron con  el  síncope, salvo el odio, que  se  mantuvo  intacto, un  aborrecimiento ciego  y  agrio, visceral  y  riguroso contra  todo y  contra  todos, en especial contra Marisa  y  por  extensión  contra   las  mujeres.
Cuando al  fín  lo visité  aún  convaleciente me dijo Dejo la bebida, no me pienso matar, no le voy a dar  el  gusto a  esa  hija  de  puta, voy  a  estar  vivo  y  bien  para  verla  caer;  en otras palabras  iba  a  mantenerse  vivo para odiarla  e  iba a  hacer de  ese  sentimiento su proyecto motor en  la vida, y encontró en  la  religión y en su  iglesia  el conducto más expedito para  encaminar  su  propósito; se  aficionó a  leer  la  Biblia, en especial el Viejo testamento, aunque era contrario a  lo  que  su  pastor  predicaba, que se sustentaba en el Nuevo; a él, el  Dios antiguo  le  encantaba  por  rencoroso  y  malvado. Renunció a cualquier contacto con su antigua vida y se entregó por completo a  la  religión  y   su  iglesia, cambió sus rutinas, se vestía como aconsejaba  la  doctrina  y   hablaba  ampuloso  y  alambicado, y aunque  no  nos  veíamos  con  frecuencia, cuando coincidíamos en una calle me saludaba efusivo y  yo  le  correspondía  de  igual  manera, al  parecer  yo  no había entrado en su lista de renuncias; un tiempo después me lo confesó cuando nos tomábamos un whisky en su nueva casa de un barrio lujoso a  la  que  me  invitó el  día  en  que  la  compró, me dijo que siempre había guardado un  grato  recuerdo de nuestra amistad  y que se consideraba en deuda eterna conmigo por  haber  estado con  él  en  ese  momento  tan  amargo de  su  vida y  haberlo salvado trasladándolo al  hospital. A  los  seis  meses de estar asistiendo regularmente a  su  iglesia  y de  ser  tenido como  un  miembro  activo de  la  comunidad de feligreses, el  pastor  le  ofreció  ser  su  ayudante  personal, él  aceptó de inmediato, alborozado, era  el  primer escalón  en  su  ascenso hacia lo que consideraba una mejor vida; ya  había  fraguado  en  su  mente  el  proyecto  maestro con que se cobraría la ofensa que su exnovia  le  había  prodigado, se  haría  rico  y  conseguiría  por  medio de  la  religión  la obediencia  y  el  respeto  que  le  había  negado  Marisa y, con ella, el mundo entero, de manera que volverse  asistente  del  pastor  era un paso de  suma importancia  y  lo mejor que le  había  pasado desde el  abandono de  la  exnovia, por eso se aplicó con devoción de discípulo a atender a  su  pastor hasta llegar a adelantarse a sus deseos, ganándose  la  estima y  la  confianza  irrestricta  del   líder, aprendió  de  él   los  trucos para enganchar gente apelando a sus  más oscuros deseos y profundizando en  sus esperanzas, dándole largas a lo necesario  y   resolviendo  por  encima  lo  mediato, aderezando esto con discursos  enfáticos  y  una  robusta carga de oraciones repetitivas  y  sofocantes, se  mantuvo siempre  atendiendo a  su  pastor, copiándoles sus gestos  y  asumiendo  sus  maneras, logrando así un nombre y  un  estatus en  su  comunidad; la gente de su fraternidad  lo  miraba  con  admiración  por  ser  el  alumno dilecto, y con respeto por ser una copia creíble  del  ministro, por eso cuando este último quiso expandir sus dominios y mandó a construir una sede de la iglesia de una hectárea en un barrio central, tan grande que hasta Dios sería difícil de encontrar y tan lujosa que al  Espíritu Santo se  le   prohibiría  hacer  un  nido, en donde atendería con holgura a una grey siempre en crecimiento, dejó la habitual sede del  barrio  en  manos  de su  más entusiasta colaborador, y fue así como a los dos años de haber empezado a  frecuentar  la  iglesia,  Walter se volvió el  pastor  López, y comenzando un ministerio plagado de artificios, corrupciones, latrocinios y odios de todo tipo. 

Durante ese tiempo nuestros encuentros fueron esporádicos pero amables, y a diferencia del resto de la barra de los Sanos - que le había cogido la  mala por  santurrón  y decían que se  había  vuelto  muy  creído y que los saludaba como si   fuera  de  la  mejor  familia, lo cual era cierto, pues desde que  era  pastor,  y pese a que la  gente  se  burlaba porque su título y  su  apellido recordaban a un cantante de música tropical, él caminaba por el  barrio como perdonando al  aire  por  darle de  lleno en  su  mentón erguido- conmigo mantuvo no solo una buena amistad, sino que de  un  tiempo  en  adelante  nos  frecuentamos mucho y siempre fue igual que cuando bebíamos, incluso conmigo se permitía, según  él,  el  placer  culposo de  un  par de whiskies; en esas charlas hablaba  sin  recelo de sus acciones, pues entendía que yo estaba en desacuerdo con casi todo lo que hacía en su nueva vida no lo juzgaba, y, más importante que eso, no le representaba ningún peligro, creo que en el fondo él  sabía que a pesar del dinero  y  del  poder que había conquistado seguía siendo el mismo muchacho de barrio que  se  había enamorado y  había  perdido, que alguna vez tuvo otras ilusiones distintas a las de engatusar crédulos con engañifas retóricas y yo quizás le recordaba esa época "feliz" . Yo nunca creí en su  transformación  ni  en  su  Dios, y  él  nunca  me quiso incluir  en  sus  planes; teníamos una relación buena y formal en la que primaba el afecto por encima de cualquier filiación, las cuales, además, encontrábamos insuficientes  para  demeritar nuestra  amistad  y  enturbiar el recuerdo del  padecimiento conjunto, pues nada une más a dos personas que haber sufrido juntas. Algún día  en  su  casa, tomándonos unos whiskies, después de gastarse tratando de explicarme que  su  misión con  la  gente  era  prepararlos  para  una  vida  mejor en este  mundo y sobre todo en el otro, como notaba  mi  incredulidad, cosa que manifestaba en una sonrisa socarrona con  la que remataba cada una de sus afirmaciones, terminó por  reírse  y  preguntarme con un tono que los dos identificamos como una afirmación  Vos no me creés  ni  una mierda  ¿cierto? yo no aguanté más el fingimiento y  por  toda respuesta solté una estruendosa carcajada que me hizo esputar el trago que tenía en la boca, y que Walter ripostó con otra  de igual  tenor, nos desternillamos como orates durante un par de minutos al cabo de los cuales, sirviendo otro trago me dijo De verdad,  guevón  ¿ Vos qué  pensás de  esto?  Yo tomándome el Whisky le dije hermano, yo creo que es un timo, pero  tus  seguidores  no, y yo no te juzgo ni me meto en eso, cada persona busca el engaño que mejor le parezca, yo por ejemplo busco aturdirme con trago, y aunque sé  que también es un ardid  lo sigo haciendo, ellos creen en Dios y que vos sos su representante, una suerte de intermediario que les lleva sus recados; la verdad, todo el mundo necesita una ilusión, y considero que vos sabés vendérselas, es una transacción como cualquiera, como la de un banco o un almacén de cadena, solo que vos vendés espiritualidad, y  tal  vez  esperanza, mientras que Flamingo vende muebles, pero es  la misma vaina, y más a los viejos, la gente a medida que envejece se vuelve más creyente, debe ser  la cercanía de  la muerte que los hace sentir que  la  vida  es  corta y miserable y necesitan afianzar la ínfiima gota de esperanza que les queda en la posibilidad  de otra oportunidad después de muertos, pues lo contrario sería  reconocer  su  fracaso y enfrentar   su  podre  moral  y física  como  la  única  recompensa por la  vida  baladí, falaz  y absurda que han llevado, lo mismo nosotros: que  seamos conscientes  que optamos por  el  engaño no nos exime de  la  frivolidad  y  el  despropósito de  la  vida, la única diferencia de  pronto es que  nosotros nos estamos desengañando de  la existencia en vida, y  ellos  lo  harán cuando mueran y lleguen al  vacío perpetuo, a  la  nada  impoluta  y  eterna, ahí  si  la  van  a  ver  negra,  vos  te  imaginás  la  desilusión, aunque creo que  si  bien vos  tenés tus  trucos de venta que sabés aplicar ellos también se ayudan, se engañan solitos prefieren creer en un disparate que  heredaron  y  nunca  cuestionaron qué  hacer por mejorarse como seres humanos; es la pereza de pensar, vos pensás por ellos  y  les decís qué tienen que  hacer y ellos obedecen, a la gente le encanta que le digan lo que tienen que  hacer, cómo vestirse, qué música escuchar, qué comer y hasta cómo y cuándo dormir, son felices obedeciendo, siendo esclavos; entonces parcero te  lo digo, porque  me  lo  preguntaste, no creo que  pensés en su salvación sino en la tuya, y lo asumís como un trabajo y como  todo trabajo se cobra, solo que en este caso vos te ponés el sueldo y lo mejor es que nunca te van a despedir porque clientes siempre va a haber, hay más desesperados en el mundo que arenas en  el  mar, vos  vendés  una  falsa calma para ese desespero, pero calma  al  fin,  vos le ponés un moño a sus nadas y se las vendés como si fueran todos, y no solo sos vos, la  religión ha hecho eso desde que existe, es decir, desde que el mundo es tal, desde la anciana noche en que un hombre primitivo tuvo el primer miedo a la oscuridad y a  la  muerte y se inventó un sitio luminoso y  bueno  en  su  mente  para  poder  dormir, lo fue amoblando y dándole forma para luego transmitírselo a otros miedosos como él  y vio que con ese cuento se calmaban y que él en compañía no sentía miedo, y supo ahí que tenía un poder, empezó a ejercerlo y a sacar rédito de él; en  última instancia, solo son unos buenos narradores de historias, unos buenos actores que cobran por la función. Walter se quedó en silencio y pude notar en su  gesto  que mis palabras le habían movido algo  adentro, pero no supe descifrar si  le  molestaban o lo increparon,  porque inmediatamente compuso su  faz  y sonriendo como si habláramos de cualquier trivialidad me dijo  Uy marica qué discurso, parece que el pastor fueras vos, mejor bebamos y  contame de tu mamá, desviando el tema hacia terrenos menos pantanosos en donde los dos nos moviéramos con idéntica holgura y ninguno pudiera hundir al otro, como el del  afecto que  era  justamente lo que  nos mantenía  unidos  pese  a  nuestras  palpables  diferencias. Su vida iba en ascenso económico y social, la gente  le  creía  y  lo quería, o lo que es  lo  mismo para su propósito, lo  respetaban  y   le  temían, sin embargo, mantenía una rabia mala adentro que lograba disimular en  su  iglesia  y  con  los  particulares, pero que afloraba en cuanto saltaba a la conversación el nombre de su exnovia; con solo nombrarla se  le  afilaba  la  mirada  y   le  brotaban  palabras  vinagres  y   teñidas de inquina, lo que  denunciaba que, por más cortapisas  y  enjundias  que  se   inventara  o  se   pusiera, en realidad seguía  tan  enamorado  de  ella  como  en   el  momento  en  que lo había abandonado y su punto de quiebre  llegó el  día  en  que  Marisa se  iba  a  casar  con  un alemán  que  conoció en  un  paseo. Un viernes a eso de  las  cuatro  de  la  tarde  sonó  el  teléfono  de  la  casa  y  al  atenderlo me encontré con la voz de Walter que desde  el otro lado de  la  línea  reclamaba  mi  presencia imperiosamente, me comunicó la noticia en medio de  llantos  y  furias  torvas. Cuando llegué a  mi  casa  estaba  medio  ebrio tomando cuba libre y llorando, ni   siquiera  me  saludó, de entrada  me  dijo  Mucha  malparida  interesada  esa, se  va  a casar con un  hijueputa  gamín  ahí, extranjero el  malparido. Traté  de  calmarlo  y  me  puse  a  beber  con  él, las  dos  primeras  horas  fueron  de  improperios  y  llanto,   al cabo de las cuales recuperó  un  poco  la  compostura y pudimos hablar con algo más de tranquilidad, me  dijo  ya  muy  borracho que no había dejado de extrañarla ni un solo día, que por más esfuerzos que hiciera no podía dejar de pensarla, ese amor lo superaba y enterarse de  que  se  iba  a  casar  lo tenía  mal, con eso si se le acababa  la  última  gota  de  esperanza de reconquistarla que  lo  tenía  activo  y con ganas de  conseguir  más  plata  y  más  cosas, porque él sospechó desde  el   principio que  ella  lo  había  dejado  por  arrastrado y  al  final era  así, que además  que ella se  iba a  casar  con  el  extranjero ese  por  interés, por  plata  y un montón de argumentos de similar calidad  en los que  siempre  se  excluía  él  como persona, novio, amante, o simplemente con el motivo de la desidia de ella, cuando todo  hacía  pensar  en  un  desgaste  natural  de  una  relación  juvenil, pero él  se  empecinaba  a  ver  lo que para cualquier otro hubiera sido claro, que  en   la   vida  el  amor  se  acaba, que nada ni nadie es suficiente  para  ser  eterno y  menos  un  amor  adolescente; ella había llegado al  punto  de  agobio al que todos  los  amantes  tarde  o  temprano llegan  y empezó a encontrar  intereses  distintos  a  los  de  él  y estos le  trajeron  nuevas  sensaciones, deleites desconocidos  y  aventuras  veladas, y  con  esto,  novedosos amores, a   los  que  llegado  su   momento, también  les  tocaría   su   fin, pero para  Walter nada de esto era real, en la  mente  solo  estaban  sus  argumentos  y  lo demás  era  arar  en  el  mar,  de manera que al percibir su  terquedad  y  empecinamiento  teórico decidí  hacer  lo  único que  puede  hacer  un  amigo  ante una situación  tal: acompañarlo en  silencio y  beber  con  él. La  mañana  nos  cogió  argumentando en bucle sobre el  mismo tema  hasta  que  por  la  borrachera  nos  venció  el  sueño. Al despertar me encontré con un hombre distinto, en sano juicio, recién  bañado  y  hasta  jovial, nada que ver con el guiñapo astroso de la noche anterior, sin  embargo  en  su  mirada  se  había  terminado  de  instalar  algo artero, maligno, vil, que acompasaba  con  su  sonrisa  algo  taimada  y contraída. Nos  sentamos a  desayunar  y  sin  poder  probar bocado me  fui  tomando solamente un  jugo de  naranja  huérfano de  vodka, mientras él me decía: Qué  pena,  hermano, toda  la  lora que  le  di  anoche, uno borracho sí es mucha güeva, le dije Fresco, no fue nada, para eso estamos  los  amigos, entonces,   algo  desconcertado con  su  actitud cordial  y  satisfecha  le pregunté ¿ Qué pensás  hacer? Él  mirándome  sorprendido  me  contestó  a  su  vez  con  una  pregunta ¿ Hacer de qué? ¿ O con qué? le  dije de  inmediato y con  gesto de obviedad Pues,  con el matrimonio de Marisa, él  dejó  ver  por  una  milésima de segundo una  molestia  idéntica a  la  de  la  noche  anterior, pero ahí mismo corrigió el  gesto y me respondió sonriendo con  sobradez  como  si  no  le  afectara y como si no estuviera hablando con  el  tipo que  le  aguantó  la  monserga  y  el  llanto durante  toda    la  noche Pues qué voy  a  hacer,  nada,  desearles  a  ella  y   su  esposo  toda  la  suerte  del  mundo, y encomendarlos a Dios para  que  los  proteja  y   ayude, lo miré confundido  y  no  dije  nada, él no cambió su gesto arrogante y empezó  a  moverse  hacia  el lavaplatos  diciendo  que  se  nos  hacía  tarde  para  una  cita  que   tenía, qué donde  me  dejaba, no quise ahondar en  el  tema  porque  estaba  muy  maluco por  el  guayabo  y  porque entendí  que  la  mejor  manera de vencer  su   pena  y  de  limpiar  su  orgullo  maltrecho era  hacer  de  cuenta que nada  había  pasado  la  noche  anterior  y  que  nada  pasaba  en  su  vida; hay quienes negándose las cosas  logran  mantener su  posición  frente a  sí  mismos y disfrazan con  jactancia  sus  quiebras  interiores, para  que  el  exterior no sospeche sus  ruinas, se empañetan de altanería  y  sobriedad, lo que les basta para  resguardarse  de sí  mismos y de los demás convirtiendo en vanidad todos sus miedos.

Me enteré después de que, a partir de ese momento, en su iglesia encendió aún más su discurso ya de por sí telúrico y fogoso, convirtiéndose en un vigilante moral de todos pero en especial de las mujeres de su feligresía, que no es que en realidad le importaran un carajo sus comportamientos, sino que de alguna manera velada quería cobrarse genéricamente su ofensa, cobrarse en la mujer sustantivo la afrenta que según él  le  debía la mujer objetivo, se volvió cáustico en sus sermones, en los que invitaba a  las  damas de  su congregación  a  ser  serviles  y  sumisas, pues abominaba cualquier tipo de poder o empoderamiento de género, llegó incluso a ordenarles cómo vestirse y motilarse, según lo que él consideraba adecuado, que no era otra cosa distinta a  imitar la imagen y apariencia de su exnovia, y así pronto tuvo una cáfila de clones de Marisa, en las que intentó destruir lo que en ella no pudo: su ímpetu, su sustancia y amor propio, las fue moldeando para que obedecieran a sus caprichos y pretensiones y fue cerniendo sobre ellas un manto de dependencia total de él a través de un discurso fuerte y persuasivo adobado con detalles puntuales y reconocimientos públicos de sus bondades y esfuerzos, hasta que las tuvo a su completa merced y disposición; se aplicó a recoger en serio lo que sentía como un reembolso de la vida por su sufrimiento en torno a la mujer. 

La primera de sus seguidoras con las que se acostó fue Marta, una chica de dieciocho años venida de un pueblo, y que arribó a su iglesia de la mano de su  padre un  devoto en  toda ley, que vio con muy buenos ojos como el pastor prefería a su hija sobre otras aspirantes. Una tarde de agosto el pastor le pidió a la chica que fuera a la iglesia tres horas antes de la ceremonia de la noche para que le ayudara con unos quehaceres, y cuando la tuvo a solas en la oficina la atrajo hacia sí con dulzuras impostadas y proselitismo místico y devocional, diciéndole que Dios estaba mirando con buenos ojos su unión, que era el paso necesario para conquistar su beneplácito; la muchacha alienada por la retórica fácil y acomodada a lo habilitado en su cabeza por años de visitar iglesias y escuchar a sus padres avalar la palabra de los pastores, terminó cediendo con algo de aprensión a los deseos del hombre que acabó de convencerla rezándole al oído mientras la besaba en el cuello y le acechaba el cuerpo, apenas terminó la cópula difícil y torpe por la doncellez de la mujer, sintió un asco premonitorio y le pidió a la joven que se  fuera y  que  no  volviera  a   la  ceremonia  de  esa  noche, ella salió adolorida y sumisa y él se quedó en su oficina,  sin camisa, rumiando su triunfo que no sabía  bien por qué traía el regusto de una derrota. El mal sabor se le quitó después de un par de whiskies que pusieron en orden su mente y limaron los bordes de culpa que se estuvieran asomando a su pérfido cerebro, salió a oficiar la ceremonia y nunca más volvió a sentir eso en la larga procesión de asedios en la que convirtió su vida, aunque siempre recordaría esa primera vez como algo sucio y repulsivo, pero a pesar de eso, cada semana se valía de un truco similar para atraer a alguna de sus seguidoras con un récord parejo de éxitos, hasta que repasó a todas las mujeres vírgenes y menores de veinte años de su congregación, más una que otra joven casada,

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