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viernes, 9 de mayo de 2025

Lectura del capítulo 13 de Aranjuez. Rasquiña. Viernes 9 de mayo de 2025

 

13.   Rasquiña

Después de cumplir los cuarenta años todo me empezó a picar. Una rasquiña persistente me agobia en todas partes, la espalda, las piernas, el culo, la cara; debe   ser   que   a     los años en vez de pesarme me pican   e   intento quitármelos   a   los   arañazos y cada vez me fastidian más. Lo extraño es   que   me   busco   y   me   rebusco y no encuentro ninguna roncha, ningún brote, nada, es un escozor fantasma que además se desplaza por todo el cuerpo, ora pica allí, ora allá, pero nunca deja de picar. He llegado a ulcerarme la espalda de tanto rascarme la espalda con una de esas manos de madera que venden en los remates para tales fines y alguna vez he tenido que buscar desesperadamente  el  poste o  el  filo de una pared  frotarme de arriba abajo, rascándome en algún sitio al que no llegan mis brazos, mientras la gente me contempla con ojos de sorpresa e intentando disimular la sonrisa; otras  veces  la  piquiña  es  interna: siento una molestia que no logro inhibir y no hay palo ni pared que sirva para rascarme, como una rasquiñita de la vida, que he intentado aplacar con trago, pero desde que cumplí cuarenta, este en vez de rascarme profundiza la punzada; durante muchos años el alcohol tuvo el mismo efecto que en la epidermis, después de un ligero ardor aplacaba la piquiña, pero ya en vez de aliviar incrementa la molestia, privándome del único lenitivo que amainaba mis rasquiñas, y si persisto en tomarlo cada vez que me pica es por costumbre, aunque soy consciente de su efecto placebo y lo ineficaz de su alivio. Debe ser esta edad en que las pérdidas se acumulan y pasan factura y los vicios se hicieron viejos con uno y castigan, o no divierten porque se volvieron resabios, o lo que es peor, se convirtieron en conductas. Los  amigos de la infancia se murieron o se fueron; los de la adolescencia o el deporte se casaron, solo viven para sus familias y descartan la amistad como si una cosa  implicara irremediablemente renunciar a  la  otra; otros también se marcharon, emigraron a otros países u otras ciudades; el último fue Daniel que se mudó a Australia porque no se aguantaba esta ciudad, su mala educación, su viveza. Yo tampoco me las aguanto pero no  me  voy, yo soy de aquí creo que  podría estar bien y  vivir  tranquilo en cualquier lugar del mundo, y aunque no me gustan los cambios, me adapto fácilmente, pero a esta edad he llegado a la conclusión de que uno vive de pequeñeces y esas son las que se extrañan y por las que uno se queda, las que hacen que un sitio tenga valor emocional para uno y crean pertenencia porque completan; fuera del barrio estaría incompleto, incluso, y esto es lo más raro, echaría en falta sobre todo lo que me molesta, porque estas molestias son tan mías que reivindican, el no tenerlas paradójicamente me desacomodaría. En otro sitio me faltaría la bulla, la mañana caótica en que a lo lejos suena algún radio trasnochado de la farra amanecida que me hizo pasar una noche de mierda, la incertidumbre de la calle con la desconfianza sigilosa de todos y todo, la tienda abierta hasta tarde, la locura de la gente, las peleas entre vecinos, la indisciplina del transporte, cosas que podría encontrar en otro barrio popular de la misma ciudad o de otra, pues todos se parecen, pero a mí me hacen falta los míos, no otros por idénticos que sean, es extraño pero  así  es.  Sin embargo, con los años que porto encima aprendí a comulgar con mis propios achaques y a respetarlos, por eso no jodo al que tenga otros y entiendo al que se va. Creo que los que  se  van  lo  hacen  buscando  esa   pega  que  el  país  no  les  da ni les permite buscar, sino que antes les frena los deseos que palpitan en sus almas; si ansían cultura se van a encontrarla en Italia o  Francia, si anhelan civilización se van a Australia o Nueva Zelanda, si ambicionan aventura,  África o  Asia, si ambicionan consumo se van para la USA;  yo  en  cambio, ya no busco esas cosas, ahora mis búsquedas y deseos son simples porque no dependen más que de mi cabeza, un lápiz y un papel, y a la vez complejos porque lo que busco está  adentro y ese terreno es sinuoso y difícil, de  ahí que no quiera ni necesite irme. Mi corazón rebosa calle y mi alma esquinas, si el país y el Gobierno no me brindan la saciedad de mis ansias, mi barrio sí;  Aranjuez es el dispositivo que hace funcionar mis mecanismos internos, además creo que uno debe estar donde perdió lo querido y donde quiso lo perdido, y  aquí  están  mis  muertos que son lo que más quise  y  perdí, de manera que debo quedarme donde mis muertos sepan donde hallarme, irme sería cambiar de geografía pero mantener la mente y el corazón en estas esquinas a las que extrañaría a diario, y soy malo extrañando, ya con extrañar a mis amigos, a mis muertos  y   la  juventud  perdida  es  suficiente  como para adicionarle extrañarme a mi mismo. Estoy en la época de mi vida en que lo mejor de viajar es regresar y al único sitio adonde quiero volver es aquí, edad en la que los padres se hacen viejos y cansados, y los amigos nuevos y jóvenes son eso, jóvenes, y tienen otras preocupaciones, otros gustos y otros quereres y que por más que uno se sienta joven y bregue por estar a la altura hay abismos insondables cosas que ya no despiertan el interés de uno y que hacerlas es forzar demasiado la  ya de por si  incómoda existencia, de manera que uno se va quedando solo irremisiblemente, con la música y los  libros  y  las  series  y  el  cine y  el  alcohol  que  ya  ni  abriga  ni  acompaña, pero  mantiene, y con un montón de recuerdos a cuestas, que  también se  han  aislado  y  envejecido con uno y ni siquiera se parece  a   los  recuerdos  jóvenes de cuando ocurrieron; hay una suerte de escala temporal en los recuerdos, al  principio  solo  reproducen idénticos  los  sucesos que  acabaron  de  acontecer, siendo tan similares a  los hechos que ni recuerdos son, más parecen repeticiones proyectadas  de  estos, como ver la misma película dos veces seguidas en la época del cine continuado, luego  a  medida  que  se  alejan del  suceso  van adquiriendo un regusto a felicidad ida que se incrementa con  el  tiempo y ahí empiezan a  agarrar  carácter, pero también se van llenando de tristeza, puesto que evocan algo que fue  y  ya  no es, de  manera  que todo  recuerdo  es  antes  que  nada  añoranza, pues está habitado de luto por lo perdido, entre más  pasa  el  tiempo, más triste se hace la memoria porque está más lejos y más extraviado lo que  la  suscita  y  es  ahí  donde empieza  la  distorsión  del  hecho, cada nueva revisión adiciona valor  a  lo  acontecido  para validarnos nosotros como memoriosos  válidos, y entre más viejo sea  el  recordador  más  heroico será  su  recuerdo  porque en el fondo no se extraña el recuerdo vivido sino  la  juventud  con que se vivió. Todas  nuestras memorias  son  el  lamento  intenso por la juventud perdida, y  su  deformación o enmohecimiento es  el  nuestro, como nuestra es  la  vejez  que pretendemos enaltecer con una historia portentosa. Tanta precariedad esconde esa distorsión de nuestra  memoria, que  solo  con  la  soberbia  del  presente logramos disimularla, considerando a nuestra generación  anterior  como inepta  y  a  la  posterior  como  tonta, cuando lo único que se está es viejo y la vejez trae consigo la impotencia que  solo  se  conjura  con  la  arrogancia  o  la  resignación,  y nadie quiere  resignarse a  que  fracasó, a  que  su  vida  empezó  una  recta  final  sin  atenuantes, y a que el pasado por  notorio  que  sea   es   insignificante  porque  ya   pasó, otra  opción  es  guardársela, que es lo  que  uno  debe  hacer  con  la  impotencia  y  el  miedo, resguardárselos  bien  adentro  y  con  doble llave  para  atajarles  la  salida  altanera  o  resignada, pero la impotencia es tenaz e intenta escaparse cada tanto, con  un  hormigueo  profundo, afinado;  la  rasquiña  inoportuna  que  mantengo. Muchos años  me  rasqué  tomando  porque  los  fracasos  se  deslíen  mejor  con  alcohol, ahora me rasco escribiendo sobre lo que me trajo hasta aquí; porque los recuerdos se diluyen  mejor  en  tinta; hoy que el  tiempo  muele  los  minutos y los segundos que le quedan a mi padre, mientras  yo  intento recoger los  regueros  de  lo que  he  sido, estoy seguro de que solo el amor y la amistad trascienden la insignificancia de  la  vida, le dan sentido, cuadran, rascan, soban,  todo lo que avizoro del porvenir es de  nuevo  el  pasado recordado en  renglones  una  y  otra  vez, como la historia de mi querida Leonor. Mi futuro es aplicarme la mitad de  la  vida  que  me  queda  a  recordar  la  mitad   que  ya  viví. 

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