13. Rasquiña
Después de cumplir los cuarenta años todo me empezó a picar. Una rasquiña persistente me agobia en todas partes, la espalda, las piernas, el culo, la cara; debe ser que a mí los años en vez de pesarme me pican e intento quitármelos a los arañazos y cada vez me fastidian más. Lo extraño es que me busco y me rebusco y no encuentro ninguna roncha, ningún brote, nada, es un escozor fantasma que además se desplaza por todo el cuerpo, ora pica allí, ora allá, pero nunca deja de picar. He llegado a ulcerarme la espalda de tanto rascarme la espalda con una de esas manos de madera que venden en los remates para tales fines y alguna vez he tenido que buscar desesperadamente el poste o el filo de una pared frotarme de arriba abajo, rascándome en algún sitio al que no llegan mis brazos, mientras la gente me contempla con ojos de sorpresa e intentando disimular la sonrisa; otras veces la piquiña es interna: siento una molestia que no logro inhibir y no hay palo ni pared que sirva para rascarme, como una rasquiñita de la vida, que he intentado aplacar con trago, pero desde que cumplí cuarenta, este en vez de rascarme profundiza la punzada; durante muchos años el alcohol tuvo el mismo efecto que en la epidermis, después de un ligero ardor aplacaba la piquiña, pero ya en vez de aliviar incrementa la molestia, privándome del único lenitivo que amainaba mis rasquiñas, y si persisto en tomarlo cada vez que me pica es por costumbre, aunque soy consciente de su efecto placebo y lo ineficaz de su alivio. Debe ser esta edad en que las pérdidas se acumulan y pasan factura y los vicios se hicieron viejos con uno y castigan, o no divierten porque se volvieron resabios, o lo que es peor, se convirtieron en conductas. Los amigos de la infancia se murieron o se fueron; los de la adolescencia o el deporte se casaron, solo viven para sus familias y descartan la amistad como si una cosa implicara irremediablemente renunciar a la otra; otros también se marcharon, emigraron a otros países u otras ciudades; el último fue Daniel que se mudó a Australia porque no se aguantaba esta ciudad, su mala educación, su viveza. Yo tampoco me las aguanto pero no me voy, yo soy de aquí creo que podría estar bien y vivir tranquilo en cualquier lugar del mundo, y aunque no me gustan los cambios, me adapto fácilmente, pero a esta edad he llegado a la conclusión de que uno vive de pequeñeces y esas son las que se extrañan y por las que uno se queda, las que hacen que un sitio tenga valor emocional para uno y crean pertenencia porque completan; fuera del barrio estaría incompleto, incluso, y esto es lo más raro, echaría en falta sobre todo lo que me molesta, porque estas molestias son tan mías que reivindican, el no tenerlas paradójicamente me desacomodaría. En otro sitio me faltaría la bulla, la mañana caótica en que a lo lejos suena algún radio trasnochado de la farra amanecida que me hizo pasar una noche de mierda, la incertidumbre de la calle con la desconfianza sigilosa de todos y todo, la tienda abierta hasta tarde, la locura de la gente, las peleas entre vecinos, la indisciplina del transporte, cosas que podría encontrar en otro barrio popular de la misma ciudad o de otra, pues todos se parecen, pero a mí me hacen falta los míos, no otros por idénticos que sean, es extraño pero así es. Sin embargo, con los años que porto encima aprendí a comulgar con mis propios achaques y a respetarlos, por eso no jodo al que tenga otros y entiendo al que se va. Creo que los que se van lo hacen buscando esa pega que el país no les da ni les permite buscar, sino que antes les frena los deseos que palpitan en sus almas; si ansían cultura se van a encontrarla en Italia o Francia, si anhelan civilización se van a Australia o Nueva Zelanda, si ambicionan aventura, África o Asia, si ambicionan consumo se van para la USA; yo en cambio, ya no busco esas cosas, ahora mis búsquedas y deseos son simples porque no dependen más que de mi cabeza, un lápiz y un papel, y a la vez complejos porque lo que busco está adentro y ese terreno es sinuoso y difícil, de ahí que no quiera ni necesite irme. Mi corazón rebosa calle y mi alma esquinas, si el país y el Gobierno no me brindan la saciedad de mis ansias, mi barrio sí; Aranjuez es el dispositivo que hace funcionar mis mecanismos internos, además creo que uno debe estar donde perdió lo querido y donde quiso lo perdido, y aquí están mis muertos que son lo que más quise y perdí, de manera que debo quedarme donde mis muertos sepan donde hallarme, irme sería cambiar de geografía pero mantener la mente y el corazón en estas esquinas a las que extrañaría a diario, y soy malo extrañando, ya con extrañar a mis amigos, a mis muertos y la juventud perdida es suficiente como para adicionarle extrañarme a mi mismo. Estoy en la época de mi vida en que lo mejor de viajar es regresar y al único sitio adonde quiero volver es aquí, edad en la que los padres se hacen viejos y cansados, y los amigos nuevos y jóvenes son eso, jóvenes, y tienen otras preocupaciones, otros gustos y otros quereres y que por más que uno se sienta joven y bregue por estar a la altura hay abismos insondables cosas que ya no despiertan el interés de uno y que hacerlas es forzar demasiado la ya de por si incómoda existencia, de manera que uno se va quedando solo irremisiblemente, con la música y los libros y las series y el cine y el alcohol que ya ni abriga ni acompaña, pero mantiene, y con un montón de recuerdos a cuestas, que también se han aislado y envejecido con uno y ni siquiera se parece a los recuerdos jóvenes de cuando ocurrieron; hay una suerte de escala temporal en los recuerdos, al principio solo reproducen idénticos los sucesos que acabaron de acontecer, siendo tan similares a los hechos que ni recuerdos son, más parecen repeticiones proyectadas de estos, como ver la misma película dos veces seguidas en la época del cine continuado, luego a medida que se alejan del suceso van adquiriendo un regusto a felicidad ida que se incrementa con el tiempo y ahí empiezan a agarrar carácter, pero también se van llenando de tristeza, puesto que evocan algo que fue y ya no es, de manera que todo recuerdo es antes que nada añoranza, pues está habitado de luto por lo perdido, entre más pasa el tiempo, más triste se hace la memoria porque está más lejos y más extraviado lo que la suscita y es ahí donde empieza la distorsión del hecho, cada nueva revisión adiciona valor a lo acontecido para validarnos nosotros como memoriosos válidos, y entre más viejo sea el recordador más heroico será su recuerdo porque en el fondo no se extraña el recuerdo vivido sino la juventud con que se vivió. Todas nuestras memorias son el lamento intenso por la juventud perdida, y su deformación o enmohecimiento es el nuestro, como nuestra es la vejez que pretendemos enaltecer con una historia portentosa. Tanta precariedad esconde esa distorsión de nuestra memoria, que solo con la soberbia del presente logramos disimularla, considerando a nuestra generación anterior como inepta y a la posterior como tonta, cuando lo único que se está es viejo y la vejez trae consigo la impotencia que solo se conjura con la arrogancia o la resignación, y nadie quiere resignarse a que fracasó, a que su vida empezó una recta final sin atenuantes, y a que el pasado por notorio que sea es insignificante porque ya pasó, otra opción es guardársela, que es lo que uno debe hacer con la impotencia y el miedo, resguardárselos bien adentro y con doble llave para atajarles la salida altanera o resignada, pero la impotencia es tenaz e intenta escaparse cada tanto, con un hormigueo profundo, afinado; la rasquiña inoportuna que mantengo. Muchos años me rasqué tomando porque los fracasos se deslíen mejor con alcohol, ahora me rasco escribiendo sobre lo que me trajo hasta aquí; porque los recuerdos se diluyen mejor en tinta; hoy que el tiempo muele los minutos y los segundos que le quedan a mi padre, mientras yo intento recoger los regueros de lo que he sido, estoy seguro de que solo el amor y la amistad trascienden la insignificancia de la vida, le dan sentido, cuadran, rascan, soban, todo lo que avizoro del porvenir es de nuevo el pasado recordado en renglones una y otra vez, como la historia de mi querida Leonor. Mi futuro es aplicarme la mitad de la vida que me queda a recordar la mitad que ya viví.
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