Capítulo 4
Las Campanas
La primera vez
en mi vida
que vi una
guitarra de verdad tenía quince
años, me la
enseñó Byron, el
hijo de Wenceslao, quien era un
buen amigo de mi
padre, y un pintor tremendo de los
que quedan pocos. La
relación de ellos dos
era extraña porque no parecían
padre e
hijo sino un par de amigos; apenas nacido Byron, su
madre enfermó, murió y los dejó
solos en el mundo, así que Wenceslao sumido en la pena se dedicó con
fervor a la bebida y a su hijo, al que crio medio prendo y sin experiencia; por ser
artista y vivir como tal nunca toleró en el hijo ortodoxia alguna, no fue bautizado en la iglesia de
san Isidro como
nosotros, sino en una quebrada, y en vez de cura fue asperjado
por su
padre, y tuvo por nombre el de un
poeta y no el del protagonista de una
telenovela como la mayoría de los chicos del barrio, aprendió a leer solo
en su casa de la mano de su papá antes
de entrar a
la escuela, a la que llegó tarde con
casi nueve años, quería desentrañar los
secretos que su padre decía se escondían en los
libros por gusto y no por
obligación como el resto de los muchachos de la misma edad y condición,
impulso harto difícil de comprender en una sociedad como la nuestra, en la que
cualquier iniciativa educativa y de crecimiento personal apunta y tiene como
objetivo primordial conseguir dinero para sobresalir y no el
simple y encantador deleite del conocimiento por sí
mismo el cual es mal visto y criticado; cuando lo conocí como uno de los Sanos el día de mi primer
baile de baladas con mi inaugural novia era un muchacho extraño , y tiempo
después entendí que la extrañeza era la libertad que en esa época y edad no supe
entender; para todos incluidos sus amigos los Sanos, Byron era un raro, que
es como la
sociedad llana y procaz
llama despectivamente a los
que no entiende a los que no se adaptan a los códigos estipulados vaya a saberse por quien y en los que todos
coincidimos como normalidad.
Le gustaba el rock
cuando todo el
mundo en el
barrio era salsero,
y no le
importaba ni cinco centavos el
dinero y la
ostentación que a nosotros
nos deslumbraban y nos hacían
endiosar a quienes
los tenían: los
bandidos de la cuadra. En principio para mí
no era más que
un nerdo, pero pasado el tiempo
y los
daños, cuando busqué compañía en personas distintas y bien alejadas de la esquina
encontré en él y en
su padre a
mis amigos, gente tan encantada
de la vida que lograron lo que ningún otro pudo: devolverme un poco las ganas
de continuar, su padre
primero fue amigo del mío, aun siendo
tan distintos, ambos eran tangueros de
la vieja guardia, de aquellos para quienes ese género representaba una
filosofía más que
una música, que encontraron en
sus letras la profundidad y el amparo para enfrentar una vida llena de
baches, siendo yo muy niño los recuerdo sentados en la acera de la casa
escuchando tangos sin conversar, sin mirarse siquiera, llenos de las palabras cantadas,
como atendiendo a una lección que prorrumpía amplificada una grabadora
destartalada, atentos a lo que los cantores decían, comunicándose apenas
con gestos de aprobación, cada que acababa un tema y brindando mientras empezaba el siguiente. Con el
tiempo se alejaron porque mi papá abandonó para siempre la bebida después de
que yo a la edad de seis años, le produjera un problema de mil diablos con mi
mamá por haberme tomado al
escondido un guaro que dejó servido en la casa en la última borrachera,
privándolo de una de las pocas cosas distintas al trabajo con que lo vi
disfrutar, con Wence siguieron siendo amigos de la cuadra y cada que se veían se saludaban,
aunque nunca más se juntaron en esa suerte de misa pagana que se inventaban
cada tanto, improvisando una iglesia en su acera o la nuestra para beberse la sangre de la música
hecha guaro en su liturgia de dos feligreses
tangueros. Como una compensación generacional mi adolescencia me hizo
amigo de Byron porque de niños solo tengo un recuerdo borroso de su
presencia y con él, de su padre, que me hizo ocupar el puesto que el mío
había dejado vacante hacía años, así
empecé a frecuentar su casa para conversar con ellos, escuchar música y
a veces beber, eran reuniones magníficas porque su padre sabía mucho de música
y yo acababa de descubrir que esta era mejor que
la vida, más noble y solidaria, que cuanto había visto y vivido, en
esas charlas su padre nos descubrió las increíbles letras de Discépolo, Manzi,
Gorrindo y tantos otros poetas suburbiales que él
consideraba el parnaso del arrabal, nos contó cómo todas las letras portaban un mensaje poderoso encriptado
en el arcano lunfardo que nos enseñó a
desentrañar y nos
reveló a sus
vocalistas preferidos: Gardel, por
supuesto, el feo Edmundo
Rivero y
el más grande
de todas las voces tangueras, salido de otro planeta, el colosal rey de los
silencios Roberto “El
polaco” Goyeneche, Wence muchas veces se quedaba con nosotros
escuchando tangos mezclados con Rock
argentino, que era el favorito de Byron; en una de esas
lo escuché hablar por primera vez
de las campanas. Siempre que se nos acababa el trago
se imaginaba formas de agenciarse dinero que nos permitiera perpetrar la
farra indefinidamente, su fama
como pintor había decaído por sus incumplimientos
y desafueros etílicos, había pasado de vender cuadros en galerías más o menos importantes de la ciudad a
precios considerables y de tener agente de
granjearse el día a
día haciendo retratos de niños en el parque de Aranjuez los
domingos o, lo que era peor para
él, a ser contratado como pintor de brocha gorda con la sencillez que
caracteriza a los habitantes de estos barrios, que simplifican un oficio
con el nombre y al saberse sus dotes
como pintor le encomendaban trabajos de
tipo genérico, como pintar una casa, o un letrero, cosa que al
principio lo ofendía, pero con el tiempo terminó resignado a su destino
de pintor general de cualquier cosa para salvarse del borde de la inopia
en la
que vivía y realizaba estos trabajos con desgano y
descreídamente, pero los hacía. Una
tarde de regreso de uno de esos trabajos ingratos, en el que el cura le había
encargado pintar un mural de un pesebre en
la parroquia de San Isidro, se sentó junto a nosotros a terminarse una
media de guaro que traía empezada y con despecho en los ojos nos dijo ¿ Saben que, muchachos? Yo sé qué nos
podría sacar de esta pobreza tan hijueputa, y se quedó mirando al horizonte, su hijo le dijo entre risueño y
extrañado Yo también, papá, ganarnos la
lotería, Wenceslao lo miró
sonriente para decirle, No mijo, la
solución es robarnos las campanas de la iglesia
de San Isidro, su hijo y yo nos miramos
y soltamos una carcajada al unísono,
Byron le dijo Home
pa, vos sos muy
charro y estás
muy borracho, el viejo
la tomó con calma y escurriendo
la botella en su boca nos dijo Ni borracho
ni charro, las
estuve mirando bien
y yo soy capaz
de hacer unas iguales en icopor
para reemplazarlas y
también sé a quién vendérselas a
buen precio cosa que a mí
me pareció una divagación divertida de
borracho como muchas que le había escuchado anteriormente, aunque esta
vez en su
mirada había algo
real, la fe intacta del que ha
sido un resistente, dejó la botella
vacía en el suelo y continuó ¿Saben qué es lo mejor?, Si se piensa bien la
vaina, se puede hacer lo único que me hace falta es cómo
transportarlas, el hijo fingiendo interés le preguntó ¿Y cómo vas a
hacer para desmontarlas sin hacer
ruido?, ¿ y cuando las vayan a
tocar qué?, el viejo se demoró un
momento para contestar, como si en su cabeza estuviera todo resuelto, No hay problema,
esas campanas no se tocan
nunca, los vecinos demandaron al cura por despertarlos
a las seis
de la mañana los domingos para ir a misa, él mismo me contó, y desmontarlas es
fácil si tengo ayuda, y nos miró convidándonos con la mirada, yo me apresuré a
contestarle alargando la charada Yo
meto, Wenceslao miró pícaro y me dijo Listo
mijo, le cojo la caña, solo tengo que pensar cómo trasladarlas hasta donde el
comprador, ultimar algunos detalles y meterlos de una, dejó el tema ahí
habló un poco más de todo y de nada y al rato se acostó arguyendo que era muy aburridor
trasnochar sin beber, yo aproveché su retirada para imitarlo y me fui a
mi casa, la vida siguió iterativa
y sin mucho sentido como venía siendo desde
hace algunos años, cada tanto los
visitaba y bebíamos guaro cuando
había con qué, y si no nos hacíamos unas mezclas infamantes de vino barato con
confites de menta que sabían a demonios pero emborrachaban eficazmente, otras
veces nos parchábamos con los Sanos a ver partidos de fútbol
y tomar cervecita o simplemente para hablar de
cualquier cosa que nos ayudara a
pasar el rato; en los barrios populares contemplar el
paso del tiempo es caso un oficio, sobra el ocio y juntarse en el desocupe
sirve para hacer menos tediosas las horas, hablar, mirar y compartir cualquier
cosa que se tenga rinde frutos en el largo plazo, pues crea amistades totales que trascienden el tiempo y
el espacio y mantienen unida a la gente aun después de que cualquiera haya
encontrado algún destino para su vida, o al
menos un trabajo transitorio, siempre volvemos a la cuadra a compartir con holgura las mismas
horas de contemplación y vagancia y así se nos va
la vida en estas calles tratando de derrotar a
la muerte a punta de persistencia en el afecto.
Un día cualquiera Byron que hacía poco había ingresado a la universidad pública a estudiar Antropología, nos contó a Jairo el piojo y a mi, que estábamos en la acera de mi casa, que tenía una banda de rock con otros muchachos de su facultad, venían ensayando hacía días tocaban covers de rockeros en español porque no se le daba el inglés a él que era el vocalista, iban a tocar en el bar de un amigo el siguiente sábado y nos quería invitar, nosotros le dijimos Claro que vamos y nos despedimos porque se iba a ensayar, antes de irse sacó de su mochila un libro de poemas y ofreciéndomelo me dijo Este sí te va a gustar, antes me había mostrado libros que yo le recibía por amistad pero que no leía nunca o empezaba a leer y perdía el interés pronto cuando me tropezaba con una metáfora elaborada o una palabra ampulosa, este libro sin embargo era distinto desde la tapa que era vieja y ajada, mostraba un nombre raro: Trilce y su autor César Vallejo, muchas cosas que decía no las entendí, pero me gustó su musicalidad, la manera como planteaba palabras para que fueran tomando forma, independiente de su significado que yo no comprendía, era como jugar con las oraciones, como esos deportes de los que uno desconoce las reglas pero disfruta viendo los movimientos de los atletas, lo leí de un tirón y volví al poema que más me gustó "Masa" que después supe no hacía parte de ese libro sino que lo habían metido ahí en el final entre otros del mismo autor en esa edición pirata y que hablaba de la muerte de un hombre, pero de una manera tan íntima y exuberante que no me pude zafar de él y me lo aprendí de memoria, y aun lo recito cada que los tragos me traen a la memoria las imágenes de Byron y su padre. El bar resultó siendo un cuchitril
de mierda al frente de su universidad,
llegamos a las ocho Jairo, Walter
el Chino - que se nos pegó-, Wenceslao y
yo, Byron estaba al fondo en lo que
haría las veces de escenario, desde allá nos saludó, nos sentamos en una mesa intermedia desde donde
podíamos contemplar nítido el espectáculo, pedimos guaro y cervezas para lubricar la conversación,
y a las nueve y diez empezaron a tocar, Byron rasgó los primeros acordes de una
canción hermosa “ Brillante sobre el mic” de Fito Páez en una versión acústica
y sabrosona, su padre apenas escuchó su voz se transformó, su cara relucía de
orgullo y absoluta felicidad, y mientras
nosotros brindábamos al aire por nuestro amigo que se veía imponente detrás
de un
micrófono, Wence estaba tan embelesado que no tocó el aguardiente que
tenía servido enfrente durante la
primera tanda de canciones, una sonrisa rara señalaba la mueca del que siente
que la vida ha valido la pena a pesar de lo jodido, pero ver eso en un padre
era extraño, en nuestros barrios las que se encargan de los gestos cariñosos y reivindicativos son las madres, ellos en cambio suelen ser responsables y
trabajadores, secos en el trato, lo que les garantiza el respeto debido
y no cabe culparlos, fueron criados en
una sociedad que desprecia el afecto masculino y sus manifestaciones los
hombres a lo sumo
lo demuestran con actos y tratos
alejados que por rebote caen en uno, pero hay que estudiarlos de cerca y con la
pátina del cariño que de antemano se sabe que le tienen a uno y
entenderlos como la máxima expresión del
afecto que nunca pudieron demostrar, nuestros padres fueron castrados en su expresividad por la misma sociedad machista y altanera que castiga con
burlas y rechazos cualquier síntoma de debilidad y enseña que querer es la mas
grande de ellas, sociedad desquerida y criminal como ninguna, en la que mi padre nunca pudo decirme que me quería y
cuando ya viejo lo hizo me lo dijo usando la tercera persona, como blindándose
con eso, salvaguardándose de si mismo, porque sonaba como el que quería fuera
otro distinto a él, siempre me decía “
Uno los ha querido mucho a ustedes, cómo no los va a querer”, pobre mi viejo, tan temeroso de su
amor, por eso era raro ver a un padre
pletórico de orgullo y alegría por su hijo, Wenceslao no despegó un momento sus
ojos de su vástago durante la hora larga que duró el toque, aplaudió a rabiar
cada una de sus intervenciones y apenas se tomó dos tragos, cuando terminó el
concierto y Byron llegó a la mesa a saludar, su padre lo abrazó hasta asfixiarlo, al soltarlo sus ojos
estaban llenos de lágrimas; desde esa noche Wenceslao estaba feliz, con la
felicidad sincera del que ha cumplido en la vida, mientras que a Byron cada
vez lo veíamos menos en
el barrio, ocupado con las clases, los
ensayos y con
una novia que se había conseguido en la universidad y
que terminó siendo corista de su banda, a veces lo veíamos pasar encartado con su
guitarra en un hombro y un morral gigante en el otro de camino a sus quehaceres, nos saludaba desde
lejos y los muchachos y yo nos alegrábamos al verlo, comentábamos sobre lo raro
que nos seguía pareciendo, pero con rareza y todo hacía parte del combo, y era
bacano que estuviera enrollado
en lo
que quería. Una tarde que
logré juntar lo
necesario para una botella de
guaro y dos
paquetes de cigarrillos y decidí visitarlo para que nos la tomáramos escuchando música, me recibió su padre y
me dijo que
pasara, que su hijo no había
llegado, apenas le mostré el trago
se alegró, sacó dos copas y nos
sentamos a escuchar tangos y
hablar, cada que sonaba una canción
que yo
desconocía me explicaba su
procedencia, su autor y mencionaba
al intérprete y la
orquesta, yo sabía de su amplio conocimiento tanguero, pero esa tarde-noche
entendí que hay una gente para la que la música no es un divertimento ni una afición, sino una definición, son en tanto
música, son un devenir música, Wence devenía tango, no podía distinguirse en dónde acababa su
vida y empezaba una canción o viceversa, él siempre decía que su vida era un tango, su obra también
era tanguera, y hablando con él entendí que la música nos determina, nos resuelve
y nos concreta cuando la
escuchamos con la devoción del creyente,
trascendiendo la naturalidad del simpatizante y que su compañía abriga y
protege y nos ayuda a ser la mejor versión de nosotros mismos cuando entramos
en ella con respeto y humildad, él entendía las letras como mensajes trascendentales
que la vida y el destino le enviaban, cifrados en las voces de
esos cantores enormes, me decía que de no ser por la
música él se había perdido en el dolor cuando murió su esposa, y que su obra se habría apagado de no
ser por su hijo y el tango; que a ambos les debía
el
haber podido continuar pintando, que su obra contaba eso, pero que como
no pudo apagar su impulso en las telas gracias
a ellos dos, había terminado apagándose
él y se dejó llevar a la tristeza y al alcohol,
y que esa mezcla tan tanguera había sido la culpable de su deterioro pero también del ímpetu que tomó su
obra y su vida;
me mostró unos lienzos en los que
me iba explicando lo que decía, pinturas poderosas que mostraban a su hijo
recién nacido en valles desérticos y una soledad infinita en donde al fondo se
percibía al pintor, que observaba todo desde una atalaya, el motivo se repetía
en varios cuadros, que eran hermosos y tristes, vigorosos y agónicos, dejó las
telas a un lado y sirviéndose otro guaro me dijo Hermano,
ojalá Byron se encuentre en la
música, que la escoja como camino, sería hermoso, una recompensa a tanta
tristeza, la música lo va a salvar, no de
sufrir, de eso
nada nos salva, pero sí le va a dar
la fuerza para resistir
la vida, para aguantar los malos
trances sin volverse un resentido ni una mala persona, ya tiene en que
descargar sus dolores, sin hacerle daño a nadie
y eso es más de los que muchos pueden tener y
lo único que yo
como padre puedo
desear para él, que tenga la música en la vida me deja
tranquilo y feliz, y yo le
dije A mí
la música también me parece increíble, el arte supremo, pero la profesión
de músico es difícil e ingrata, vivir de
eso da mucha brega, el viejo sonriendo y mirándome con una mezcla de
desconsuelo y sabiduría me contestó, Ay
mijo, se puede vivir de muchas
maneras y entiéndame bien la
obviedad, se vive
viviendo, solo eso, con hambre o
llenos a todos nos amanece el siguiente día, lo importante es saber
por qué se vive, el cómo viene con los
vaivenes del tiempo, el
dinero va y
viene, y de verdad con
la edad lo
he comprobado, eso que al
parecer es tan
importante para la sobrevivencia carece de sustancia, yo nunca tuve plata pero tampoco
estuve tan achilado como ahora, y cuando tuve gasté
y ahora que no tengo aguanto, pero mi esencia ha sido
siempre la misma
vivir viviendo a tope en cada cosa, aplicarme
al máximo en los buenos y en los
malos momentos, disfrutando todo las alegrías y las tristezas hasta agotarme y
eso quiero para Byron, del resto, de transitar los días con las pequeñas
necesidades no hay que preocuparse porque como sea pasan, con abundancia o escaseces, igual pasan y más en
este país donde todos terminamos comiendo mierda, lo
único que podemos escoger es en
qué vasija queremos servirla, y el arte y
la música son los recipientes más
nobles que conozco. Habíamos pasado la media botella entre canciones y charla cuando abrieron la puerta y entró Byron con su novia, después de saludar se sentaron con nosotros, nos pusimos al día de las informaciones puntuales, de pronto Byron con una mueca de desánimo nos contó que a la banda la habían invitado a un festival en la ciudad de Buenos Aires, que les daban hospedaje y comida, pero tenían que conseguir los pasajes y no iban a poder ir, Wenceslao se levantó como picado por una avispa y le dijo ¿Cómo que no van a ir? Eso es impensable, una oportunidad de esas no la pueden desaprovechar y para Argentina menos, cuánto diera yo por conocer la tierra del Polaco Goyeneche, de Gardel y la de los músicos que a vos te gustan, vas a ir como sea, Byron lo observó desde su silla y sonriendo con desaliento, le dijo Sí, viejo sería una chimba, pero no alcanzamos a juntar la plata, los tiquetes son muy caros y es dentro de un mes, el papá sonriendo entusiasmado le contestó: No, mijo un mes es mucho tiempo, con seguridad juntamos la plata, espere y verá, y volvió a sentarse con un brillo especial en los ojos, el resto de la noche se mostró desconcentrado, con la mente en otro sitio, en una hora larga nos volteamos lo que quedaba en la botella, yo quería seguir e intenté hacer ánimos en los contertulios para comprar más trago, pero entendí que Byron y su novia querían estar solos, y Wenceslao divagaba en terrenos que no estaban a mi alcance, de manera que encendiendo un cigarrillo me paré y me despedí con un abrazo para ambos y fui a la esquina a tomarme un par de polas con el Chino y Jairo que estaban en la tienda.
A eso de cuatro semanas estalló el escándalo, cuando a las diez de la mañana de un jueves de agosto una patrulla de la policía recogió en su casa a Wenceslao y se lo llevó preso, acusado por el cura del barrio de haberse robado las campanas de la iglesia de San Isidro y haberlas reemplazado por unas de cartón pintado; yo me había conseguido un trabajo temporal armando tarimas que me consumía la totalidad del tiempo, y por eso no había vuelto a verlos ni estuve cuando lo apresaron, pero los muchachos me contaron que cuando lo montaron esposado a la patrulla iba sonriendo, y cuando por fin terminé mi inocuo trabajo y pude averiguar por él, Byron estaba en Argentina y en la casa no había nadie, y los vecinos me dijeron que a Wence ya lo habían trasladado a Bellavista y que podía recibir visitas los domingos, entonces hice las vueltas y el siguiente domingo después de una fila de tres horas y de una requisa infame pude entrar al patio quinto de la cárcel para saludar a mi amigo, que al verme se puso muy contento y sonriendo con picardía, después de sentarnos en unas bancas de cemento, me dijo Yo sabía que ibas a venir, primero porque me estimas y segundo porque no te ibas a aguantar la curiosidad de saber cómo me robé las putas campanas, y se rio con ganas, le entregué una coca con comida, tres paquetes de cigarrillos y algo de plata que había juntado mientras le decía Pues, la verdad, hermano que sí vos sos muy figura, me acuerdo del día que dijiste que la mejor manera de salir de pobres era robarse las hijueputas campanas, pero a lo bien creí que estabas borracho y era por joder, pero mirá, a la final sí lo hiciste, muy figura a lo bien pero después me contás, lo importante era traerte este líchigo y saber cómo estabas; sin dejar de sonreir me dijo Estoy rebién, aquí me tratan al pelo, nadie se mete conmigo y yo no me meto con nadie, como me ven viejo saben que no represento peligro alguno, además por ahí están El gurre y Calidad que me distinguen del barrio y saben por qué caí que soy sano, antes me cuidan y gracias a ese par de malparidos aquí me dicen Campana, pero todo bien, me dan comida de la de ellos y hasta cigarrillos, solo me hace falta el trago porque no hay forma, lo único que se puede tomar es un destilado de papa horrible que hacen aquí mismo y que a lo bien que ni yo que he sido el más alcohólico del mundo logro pasar, ¿ Y mi muchacho cómo anda? Pues Wence hermano, le dije, la verdad solo sé que anda de viaje, la gente en la cuadra dice que se perdió por la jodedera de los tombos y del cura, pero no sé, yo andaba trabajando hasta hace poco, supongo que bien si está paseando, él me dijo, No está paseando, está de gira se fue con la plata de las campanas, me alegra, debe estar feliz, y si él lo está, yo también y destapó la coca que empezó a comer con disfrute, entre bocados me dijo Hermano, la verdad saber que el pelao está tocando por allá me convence de que no me equivoqué, la cagada fue que me pillaran, y se volvió a reir con ganas, yo lo secundé; como las visitas duraban apenas una hora que solo alcanzó para comer, desatrasarnos de su vida en la cárcel y enunciarme por encima el robo, me dijo antes de despedirnos Pero como sea me robé las hijueputas campanas. Los guardianes empezaron a sacar a los visitantes, nos dimos un abrazo, le dije que volvería a visitarlo cada que pudiera, así que en las siguientes tres visitas, mientras degustaba la comida que hacía mi mamá, me contó la historia completa: desde que su hijo planteó lo del viaje se dedicó día y noche a pensar en el robo, la necesidad de cumplirle el sueño aportó la determinación que le faltaba a su plan, había pensado en el robo en verdad como algo posible de hacer pero no por él, que ya estaba viejo y el brete era difícil, empero cuando oyó decir a su hijo que no viajaría por falta de dinero, el proyecto pasó de ser una fantasía a una posibilidad real y urgente, entre más lo pensaba más factible lo veía y se le volvió una obsesión. Pasó todas las horas de cada día de la siguiente semana tomándose una cerveza eterna y destemplada en la tienda del frente de la iglesia y entendió que era mejor emprender la subida a la torre por la cuadra contraria, desde un solar que circundaba la parroquia, y una vez conquistado el botín sacarlo por ahí mismo, luego pasó a la construcción de los bronces falsos. Su idea original del icopor se vino abajo cuando intento moldear a escala una réplica en miniatura partiendo de un bloque de este material y se le hizo añicos en las manos, era un material torpe que requería herramientas más precisas, de las que Wence carecía, tuvo que empezar a barajar posibles materiales aunque a todos les encontraba un pero, el barro era muy pesado y necesitaba horno, cualquier metal igual, pensó hasta en plastilina, pero nada se adaptaba a su plan, mientras encontraba la materia prima óptima se aplicó con todo el rigor de su talento a dibujarlas con lujo de detalles manteniendo una escala que le permitiera trabajar en un modelo lo más cercano al original, con los dibujos listos incursionó en materiales con los que nunca había trabajado buscando la consistencia y duración necesarias, periódico mojado, papel maché, plástico e incluso volvió al original icopor derretido, cuando estaba desesperado encontró por casualidad lo que estaba buscando, en el fregadero de su casa su hijo dejó tirada una caja de huevo que al mezclarse con agua se volvió maleable, Wence la tomó para botarla, pero se le ocurrió echarle colbón y dejarla secar, la caja adquirió una consistencia obediente y al rato se endureció con convicción de hierro, de manera que le compró todas las que pudo a cuanto reciclador se encontró e hizo todos los modelos a escala que pudo de las campanas. Su hijo me contó tiempo después que en esos días lo veía trabajando a toda hora, empegotado y sonriente, con una energía que no le conocía, sin entender bien qué era lo que hacía, y como toda su vida había estado rodeando de materiales de pintura y escultura y de obras empezadas y abandonadas, el nuevo proyecto de su padre no fue una novedad hasta el día en que logró adivinar la figura, burda y algo endeble, de una campana, a lo que Byron, acordándose de las enjundias de su padre, le preguntó retoricamente ¿ No estarás pensando en serio...?, antes de que pudiera concluir la frase su padre le dijo con una sonrisa amplia Pues claro, ¿ y entonces pa`que estudiamos, pues güevón? Los dos se rieron, terminada la carcajada su hijo le dijo Viejo yo sé que vos sos medio loco, pero esto es un robo y es peligroso y más en este barrio, vos sabés, el papá tomándose una cerveza recién destapada le contestó Nada es peligroso si se hace bien, yo tengo todo calculado, el hijo continuaba escéptico, en el fondo creía que era otra más de las empresas descabelladas que cada tanto asaltaban a su padre, como cuando había querido pintar todos los postes del barrio con escenas de La Ilíada para que la gente conociera el poema épico en un recorrido por el sector, pero se le agotó el dinero y el impulso en el primer poste de la cuadra y abandonó el proyecto, dejando un Aquiles poderoso y sensual a medio camino, o cuando intentó montar un negocio de esculturas con pinos en las casas que tuvieran estos árboles y nadie mandó nunca a hacer un trabajo porque costaba mucho y porque en Aranjuez solo diez casas tenían pinos intentó llevarse el negocio a otros barrios más poblados de esa especie pero el tránsito era dispendioso e improductivo, así que declinó, o el último y más colosal de sus proyectos, transformar en grabados que contarán la historia del barrio desde sus inicios los postes a los que odiaba por su aspecto torpe y rústico, su color gris construcción, como lo llamaba, y por su persistencia en afear el entorno, a diferencia de la anterior iniciativa de pintarlos, esta solo requería de su talento y paciencia, empezó como siempre con los de la cuadra, pero como no tenía herramientas adecuadas, cuando intentó sacar el primer tajo con un cincel el boquete se vino con medio poste y el pilote perdió contextura y firmeza y se vino abajo, evitando una catástrofe los alambres de la luz, atajaron la caída y el saldo fue una llamada de urgencias a la central de lasas empresas eléctricas para que arreglaran el desmadre y la pérdida de energía en la cuadra durante medio día, contando con la suerte de que como el viejo era conocido por todos los vecinos nadie dijo nada cuando fueron inquriendo por el autor de los daños, desde ese día renunció para siempre a tratar de recomponer los desperfectos estéticos que veía en su entorno y volvió a su arte encerrado y personal, por eso Byron creyó ver en este nuevo proyecto otra más de esas iniciativas con fecha de caducidad adelantada y por eso también le siguió el cuento, pero el viejo no decayó esta vez y sintiendo que su hijo se solidarizaba con su idea solo por compasión y que, además, de salir mal las cosas lo iba a perjudicar en serio, decidió emprender el robo solo; tampoco me llamó a mí para cogerme la caña como me anunció el día en que borracho habló de eso, con lo que se creaba un problema mayor, el plan de por sí era sinuoso, pero realizarlo en solitario era casi que imposible.
Después de encontrar el material y empezar la construcción del modelo definitivo, volvió al problema original y palmario del proyecto: cómo transportar las benditas campanas. En una de sus tardes contemplativas en la tienda frente a la iglesia que había convertido en su legación temporal, le cayó providencialmente la solución: por todo el frente de su cara pasó una de esas carretas tiradas por un caballito famélico y desgarbados que en mi ciudad se conocen como zorras, transportando un rimero de escombros de alguna construcción vecina, e inmediatamente alzó la cabeza para medir con la vista la dimensión de las campanas y su sonrisa fue la confirmación de que había hallado el medio eficaz y adecuado para sus fines, pidió un paquete de cigarrillos y se fumó uno sonriendo plácidamente; solo que no fue fácil convencer al dueño de la zorra, tuvo que esquivar la verdadera intención y ocultar la realidad de la carga, pero después de media de guaro y la promesa sustancial del pago en efectivo logró la anuencia del zorrero, el meollo era que el hombre demandaba la mitad del pago por adelantado, pero Wenceslao pensó resolver un problema a la vez, en su momento miraría de donde sacaba el importe requerido, ahora lo esencial era continuar con el plan y apurar los últimos pormenores, había convenido con el conductor que la operación la llevaría a cabo en una semana, el siguiente miércoles por ser el día en el que menos gente circulaba en la madrugada, lo importante era no fallar porque solo tenía una oportunidad, de manera que decidió repasar su plan en la práctica; cada noche se escurrió en el solar y trepó una y otra vez hasta que lo vencía el cansancio, cuando hubo dominado la escalada, horadando los ladrillos de la pared a manera de improvisadas escalas, en el campanario, se dedicó a entender la manera de desmontar el mecanismo sin hacer ruido, hubiera agradecido una cámara fotográfica para registrar el diseño y repasar el desmonte en su casa, pero como no tenía se llevó consigo una libreta y un lápiz y dibujó características y pormenores del soporte de las campanas, ya frente a ellas notó su real tamaño y le parecieron más pequeñas que el modelo que tenía, pero sabía que con algunos ajustes podía solucionar ese impase, luego envolvió el badajo en su camisa y meneó la campana para adivinar su peso, con lo que un verdadero lío apareció: las campanas pesaban demasiado para desmontarlas y bajarlas por los techos, la preocupación lo aguijoneó en serio y se bajó del altozano en asedio borrascoso de inquietud, se fue a su casa a luchar contra el insomnio hundido en dudas, y como el sueño nunca llegó abotagado de pensar en bucle sin resolver lo urgente, decidió tomarse media de alcohol que tenía guardada para un caso de necesidad extrema o de impertinente amure y ningún momento cumplía mejor con ambas prerrogativas que ese; a las seis de la mañana, con la botella casi tocando a su fin, encontró una solución que, aunque no lo dejaba del todo contento, era preferible a nada, le contaría al zorrero su plan y le aumentaría el monto pactado para comprar su ayuda y su silencio. Ese día Byron se levantó a las siete y vio a su padre congestionado por la ingesta y el desvelo y creyó que se trataba de un incipiente guayabo que ganaría en intensidad con el trascurrir de la mañana, lo saludó formal como siempre y esculcó en vano los cajones en procura de algo para desayunar, sin hallar nada le dijo a su padre Estamos vaciados otra vez, qué maricada, el papá sacó del bolsillo el último billete de dos mil pesos arrugado y le dijo Vea, mijo, pille a ver para qué le alcanza, Byron dijo que él también tenía como cinco lucas que iba a ver cómo los hacía rendir, el viejo sonriendo dijo Tranquilo mijo, que esto va a ser por poco tiempo, Byron desde la puerta le contestó con un despectivo Ajá. Wenceslao se despertó casi a las cinco de la tarde, se bañó y salió con la idea de encontrar al zorrero y proponerle un trato, lo encontró cerca de la construcción de una próxima estación del metro, en una manga donde parqueaban los zorreros y sus animales a esperar algún trabajo, lo llamó a un costado y, sin preámbulo alguno le soltó su propuesta de golpe, el hombre lo dejó terminar y poniendo cara de incredulidad se largó a reír mientras le decía Usted está muy loco hermano, yo no le jalo a eso, y se alejó riéndose estruendosamente, dejando a Wenceslao frustrado, carcomiéndose en iras malas, sintiendo que su plan terminaba ahí, tanto pensar y darle vueltas angustiado en vano. Su suerte dependía de un tipo corriente y batiente que tuviera una zorra, clave en el proyecto, se fue atristado, con la sombra del fracaso persiguiéndolo, cómo hacer para cumplirle la promesa a su hijo, siempre que sentía ese fardo quería beber para acallar las voces que lo estropeaban a gritos, pero no tenía ni un peso en el bolsillo y en su cuerpo la sed infinita del licor, apenas era viernes y los retratos del parque los hacía el domingo, no tenía de otra, tendría que empeñar algo pero ¿qué ? Ya casi todo lo de valor había ido a parar al monte de piedad, le quedaba únicamente el televisor viejo, que de seguro rechazarían en el empeño, y la nevera, no había de otra, iba a ir por ella, la limpiaría y se la llevaría a ofrecerla, pero era una nevera vieja y grande, así que tragándose su orgullo dio media vuelta sobre sus pasos a buscar al zorrero para que le cargara la nevera, de vuelta a la manga los colegas del zorrero riéndose entre dientes le informaron que el hombre se acababa de ir, pensó en desistir, dejar las cosas como estaban, aguantarse el amure, el desánimo y la congoja en seco, la verdad las ganas de beber las soportaba, el problema era la tristeza, aguantarse eso que tenía en el pecho en sano juicio era demasiado, así que haciendo de tripas corazón fue hasta el grupo de hombres que conversaban desganados y le dijo al más serio y viejo que necesitaba trasladar una nevera, el hombre le indicó el costo que Wenceslao aceptó siempre y cuando le pudiera pagar después de cobrar el empeño, convinieron en eso y se encaramaron a la carreta, salieron de la manga y el hombre ajustándose un sombrero viejo que adornaba su cabeza alopécica le preguntó Hombre , ¿ con que usted es el que piensa robarse las campanas de la iglesia? Wenceslao escuchó esas palabras como agujas enterradas debajo de las uñas, lo ganó una rabia brutal contra el antiguo zorrero que no solo había echado por tierra su plan sino que había divulgado a todo el mundo su intención, con amargura en la voz le contestó con un lacónico y tajante Ajá, el otro viejo le dijo Pues mire usted que a pesar de las burlas de esos mamones hijueputas a mí me parece buena idea, si usted tiene cómo venderlas, ¿ o las pensaba librar como chatarra? Porque así no valen nada. Wence cabizbajo y entre dientes le dijo No, qué chatarra ni qué nada, yo tengo a quién vendérselas en buen billete, si no para qué las bregas, el chofer continuo Entonces cuándo va a hacer esa vuelta ¿ o qué?, el otro le dijo No, hermano eso murió, antes era difícil pero ahora que ese hijueputa compañero suyo le contó a todo el mundo es imposible, el viejo zorrero le dijo Pues ni tan imposible si usted lo pensaba hacer, pero ¿Si lo tiene bien planeado?, Wence por seguir la charla continuó Bien planteado lo tengo, pero necesitaba ayuda y plata para pagarle a ese perro, además que me falta terminar las campanas de reemplazo, tengo una lista, a la otra le falta, pero tenía hasta el miércoles que era cuando me las pensaba robar, el viejo con un tono parejo y veraz en la voz le dijo Hermano por qué no se olvida de la nevera y vamos a terminar la puta campana que le falta y nos la robamos hoy, yo tengo el transporte y me apunto a ayudarle, ¿usted si tiene a quién vendérselas? Wenceslao volteó a mirarlo de frente, recuperando la sonrisa que alumbró el rostro al contestarle Claro que tengo a quien y con usted y esta carreta se puede, pero hoy es un día muy transitado, Y qué, contestó el otro, igual nada se pierde con intentarlo, si la vemos muy difícil nos abrimos y lo intentamos otro día, yo no tengo nada mejor que hacer, Pues hijueputas, dijo Wence, hagámosle de una, vamos a mi casa a terminar la campana hermano, y no tiene ahí un par de polas para la sed y la inspiración, el otro le dijo sacando diez mil pesos del bolsillo Que carajo, compre cuatro y unos cigarrillos que mañana a esta hora vamos a tener plata. La campana logró el tono verde ocre que necesitaba casi a las doce de la noche cuando ya habían vaciado las cuatro botellas de cerveza que habían comprado, en esas pocas horas se habían narrado la vida de cada uno, Wenceslao le contó que era viudo con un hijo que era todo en su vida y que el robo era para mandarlo de viaje, entretanto el otro que se llamaba Arnulfo, le confesó que también era viudo con hijos aunque estos no le hablaban, ni siquiera sabían si estaba vivo, porque había sido un mal esposo y un mal padre, estuvo más pendiente del gaznate que de la casa y casi todo lo que consiguió en la vida se lo metió en chupe, hasta que su mujer se agotó de esperar un cambio que nunca se dio y lo dejó, al poco tiempo se fue a vivir con otro tipo que le ayudó a levantar a sus hijos y que lo terminaron por considerar un padre y que murió poco antes que ella dejándole una casa y una pensión con la que sobrevivieron hasta que ella también murió, él se enteró de su muerte y se buscó un abogado pícaro para quitarle a sus hijos la casa que el señor les había dejado porque legalmente él seguía siendo el marido oficial de la mamá y se la vendió al mismo abogaducho en tres pesos, mismos que se bebió en una farra de seis meses en un pueblito perdido adonde fue a acampar para que sus hijos no dieran con él, hasta que se enfermó de tanto beber y con lo último que le quedó compró la zorra y se vino a vivir al barrio, donde sus hijos no pudieran encontrarlo, lo odiaban y con razón, y deseaba nunca encontrárselos porque no sería capaz de mirarlos a los ojos, se sabía un canalla que había hecho mucho daño, estaba viejo y no se aguantaba a sí mismo ni a sus mezquindades, que son implacables cuando se tiene conciencia de ellas, dijo que entre más se aproxima uno a la muerte se hacen más patentes y plañideras y no dejan de azotar con su repiquetear constante en forma de contriciones tratando de drenar con sentimientos autoimpuestos el mal y las fechorías cometidas, se vive para morir lo más triste posible para ver si al fin logra solventar las deudas y rematar cuentas a punta de dolor, pero eso no sirve para nada, en la edad en que estaba había entendido que las cuentas del alma no se acababan nunca de pagar, de manera que si les salía bien el trabajo, la plata que le tocara se las enviaría a sus hijos anónimamente, sabía que no era mucha y que con eso no remediaba nada del daño que les había propiciado, pero que era una manera de disculparse, no con ellos, que era imposible sino con el destino o la vida y de ir cerrando el cerco de su muerte con menos tristeza en el alma, hay errores que se cometen para siempre porque no requieren perdón, puesto que la gente involucrada en los daños no necesita ni absolver ni vengar porque ya olvidó, y no le importa, la persona que hizo el perjuicio, la indiferencia del ofendido es peor que cualquier venganza, porque trae en su seno la carencia absoluta de afecto que se requiere para llevar a cabo un recobro. Wence le miró la cara tarjada de arrugas y los ojos culposos y le dijo Hermano, la vida de verdad es muy perra, yo no soy quien para juzgarlo, pero si ahora está pensando en remediar de alguna manera, por ínfima que sea, lo que hizo, es porque en su corazón aún hay algo de nobleza o a lo mejor siempre la hubo, solo que tener de consejero al trago es muy mal negocio, yo mismo he vivido esas terquedades y he perdido mucho, pero aquí estamos buscándole la comba al palo, dos viejos con entusiasmo, bregando a sacar adelante un proyecto, de distintas maneras y por distintos motivos pero al final solo somos dos padres pensando en sus hijos y eso nos hermana y nos va a ayudar a llevar esto a buen puerto, así que hagámosle, vamos a montar esas vainas a la carreta y las cubrimos con cobijas y les ponemos escombros encima y así mismo sacamos las otras, vamos con toda , el otro viejo le dijo Pues sí hermano, hagámosle, aunque yo no lo estoy haciendo por mis hijos sino por aburrimiento, porque usted me cayó bien y no tengo nada mejor que hacer y lo de mis hijos si esto sale bien no es por ellos es por mi egoísmo, para sentirme un poco aliviado en la hora final, pero bueno dejémonos de nostalgias y pesares y vamos por esas putas campanas. A las dos de la mañana empezaron a desenvolver las campanas falsas en la entrada del solar y, cuidándose de no ser descubiertos por la mirada afilada de los chismosos del barrio, lograron meterlas; Wenceslao trepó al campanario siguiendo la escalera de huecos que había hecho con antelación en la pared de ladrillos, apenas estuvo en la torre le hizo señas a su compañero para que se subiera, el viejo casi no logra conquistar la altura y en un par de veces resbaló en los huecos y estuvo a punto de caer, al fin, ayudado por la mano redentora del compañero que se estiró para alcanzarlo, logró poner pie en el piso de la torre, desde allí observaron en silencio la parte del barrio que se veía descubierta y suspiraron, el anciano dijo Hágale pues, hermano ¿ cómo es que vamos a descolgar estas berriondas? , que nos va a amanecer aquí viendo nada, con lo que Wence envolvió el badajo de la primera en una cobija para dejarla muda, no fuera a ser que su voz ronca alertara a la gente, y le dijo al compañero que había que bajarla con cuidado, con una llave de tubo graduó la dimensión de la tuerca que la sostenía e hizo fuerza con todo lo que le daba el cuerpo pero el perno no se conmovió en lo más mínimo , volvió a intentarlo y el resultado fue el mismo. El anciano al verlo en apuros se avino a ayudarle y entre los dos lograron inmutar el tornillo, pero el casi imperceptible movimiento produjo un ruido feroz de ancianidad perturbada, que el óxido y los años habían soldado la pieza a la rosca y crujía con gritos de eternidades que desahogan mudeces ancestrales, los dos se detuvieron y se miraron preocupados y sin moverse, pues sintieron el sonido del desenrosque más duro que mil campanadas, y sin saber qué hacer se despegaron con lentitud de caracola de la llave y se alejaron, entre dientes el anciano le preguntó ¿ qué vamos a hacer?, y Wence pensando con cara de preocupación le dijo Voy a ir a la casa a buscar grasa para aflojar ese tornillo, si no el ruido nos va a delatar, agh la vaina es que yo no tengo grasa y a esta hora no hay taller donde conseguir, va a tocar traerme el aceite de la cocina a ver si con eso lo resolvemos, el zorrero le dijo No, hermano, mientras usted va y vuelve nos amanece, si es por aceite de cocina que estamos varados, vamos donde la vieja Gloria, que vende papas rellenas en la maga toda la noche y le pido o le compro un poco, y así nos desvaramos, Wenceslao le dijo Entonces camine antes de que se nos haga más tarde, emprendieron la bajada pero al anciano le costaba un poco atinar a los huecos y tuvieron que hacerlo con lentitud paso a paso, y mientras bajaban, Wence pensaba que si descargados daba brega la bajada, con una campana al hombro iba a ser improbable, pero alejó sus malos pensamientos, arribaron a la manga presurosos y fueron adonde la fritanguera con tan mal sino que en el puesto estaba comiendo Manuel, el zorrero que después de rechazar y burlarse de Wenceslao y su plan lo había divulgado, al verlo los dos hombres se quedaron tiesos e intentaron disimular el propósito de la visita, empero como suele pasar en estos casos cuánto más se esfuerzan las personas por encubrir sus intenciones más pronto son traicionados por sus gestos y sus movimientos desesperados, Manuel notó el apremio, se les arrimó y con voz impostada de amabilidad les inquirió ¿Cómo va el negocio de ustedes dos ? y dirigiéndose al anciano Arnulfo le dijo ¿ De manera que vos sí le seguiste la cuerda a este hijueputa loco?, el anciano lo miró con fuerza y le dijo Dejate de ser metido, quedate en tus cosas y comete tu papa que con lo asqueroso que sos de pronto la vinagrás, y dejanos tranquilos que mas hijueputa sos vos, yo prefiero a los locos que a las locas chismosas como vos, malparido, Wenceslao y Manuel se miraron desconcertados de la fuerza inusitada que despedía el anciano en su increpación, por lo que el metiche se retiró en silencio con una mueca hostil en la cara y con ojos rastreros; doña Gloria les dio algo de aceite quemado en un tarro de Nescafé y los dos hombres volvieron al solar, no se dijeron nada en el trayecto, pero ambos sabían que el insultado zorrero no se iba a quedar con esa, de manera que era ahora o nunca, el plan tenía que funcionar esa misma noche o ser abandonado para siempre. Con la fé renovada se montaron al campanario con menos dificultad que la vez anterior y untaron con el aceite toda la rosca y la tuerca, aunaron fuerza y tiraron de la llave, volvió a crujir un segundo pero luego volvió a encontrar el camino abonado de aceite que acalló sus gritos en la oscuridad cerrada de un viernes al amanecer, lograron desmontar el pasador y se encontraron con el peso íntegro de la campana en sus manos, no era tanto como se habían imaginado así que la descargaron en el borde del campanario y sonrieron con gesto triunfal, ahora tenían que ver cómo bajarla hasta el solar, el anciano tuvo la idea salvadora: enhebrar la soga por donde había estado el pasador, él iría primero dejando la campana en el borde, y luego Wenceslao la iba cediendo de a poco abajo, así lo hicieron y la operación resultó exitosa, luego el anciano convertido en un mozo por la adrenalina y el contento trepó de nuevo a la atalaya y en menos de nada desmontaron la otra campana, y con idéntica forma lograron poner las dos a buen recaudo en el solar. El anciano cogió las réplicas y las amarró de la soga, tiró la otra punta a Wence que esperaba ansioso en el borde contemplando el campanario huérfano contrastado con el cielo oscuro, como un gigantesco mueco en la sonrisa amplia de la torre, y él también sonrío; apenas tuvo entre sus manos la soga la recogió con sumo cuidado no fueran a desbaratarse las duplicadas en la subida, las empezó a amarrar como pudo porque el tiempo de oscuridad escaseaba y sabía que era cuestión de pocas horas para que la claridad manifestara el timo, puesto que Manuel los había descubierto y porque viéndolas ahora guindadas en el campanario las copias no tenían ni el tamaño ni el color de las originales y bastaba con que la luz del sol diera en ellas para que hasta el ojo más desprevenido descubriera el reemplazo, en realidad ponerlas era más que nada su manera de terminar lo empezado con profesionalismo y de alguna forma un colofón decente a un plan que no había hecho más que hacerse trizas desde el principio, así que ató sin ganas y sin cuidado las campanas hechizas a la viga y se bajó de la torre, riéndose de sí mismo, de su plan y de lo que veía venírsele encima; en el solar cada uno tomó una campana y las montaron a la zorra, tapándolas con las cobijas con que habían cubierto los badajos y encima les pusieron una canecada de escombros revueltos quie simulaba una carga y partieron a venderlas donde un anticuario conocido de Wenceslao que vivía en un exclusivo sector de la ciudad y quien se había enriquecido comprando a precio de bicoca pequeños tesoros que encontraba en las correrías que hacía por todo el país, cambiando alhajas por baratijas y aprovechando el desconocimiento del portador de los objetos, en general campesinos que habían heredado las prendas de sus antepasados sin conocer su valor; se conocieron en la época en que Wence aún tenía algo de prestancia en el mundo del arte y el coleccionista le compró un par de cuadros, un día lo invitó a su casa, a donde ahora se dirigían, y le contó de su negocio mientras le mostraba jarrones del siglo XVIII y mamparas antiguas, por eso cuando tuvo la idea de las campanas le telefoneó al hombre para ofrecérselas y este le dijo que apenas las tuviera se las compraba y las pagaría en efectivo para evitar complicaciones. Cuando la tela de la noche empezaba a ser rasgada por los filos del alba, llegaron ante un portón de madera tallada que al anunciarse se abrió y los dos hombres entraron en su zorra como quien llega a su casa triunfal después de una batalla ganada pero consciente de que al final la guerra se perderá, expeditaron los trámites y al cabo de una hora y media botella de whisky que se tomaron con el anfitrión mientras contaban sin afán el dinero recibido por la compra- que resultó siendo mucho menos de lo pactado porque las dos partes tenían ideas distintas de las condiciones en que se encontraban las campanas-, salieron de la mansión del anticuario sonrientes y prendos.