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viernes, 22 de marzo de 2024

Lectura del capítulo quinto de la novela Aranjuez de Gilmer Mesa

 

                    5.     RECUERDOS  

Veo  a  mi  padre  y  me  reconozco en  su  cara, tengo  arrugas  bajo los  párpados, incipientes  canas en la barba y  la  cabeza  pelada  igual que  él, soy  casi  una  versión  suya de cuando lo conocí, igual de fuerte, de terco y de vital; al verlo sometido a una  cama siento miedo de que me pase lo mismo, que me convierta en el que estoy contemplando, que me abrigue el olvido de todo. Hoy tengo la misma edad que él tenía cuando lo conocí, siendo yo un niño de siete años, cuando supe que lo amaba y que era el hombre más importante del mundo; lo vi hacer con sus propias manos, partiendo de cero, una carrocería completa para su camión, tenía una fuerza increíble y, mientras sostenía un taladro con la mano derecha, con la izquierda me levantó, me montó sobre sus hombros y siguió trabajando, poniendo tornillos y haciendo huecos, y yo feliz contemplaba todo desde esa altura tan novedosa para mi, mirando a su nivel empecé a comprender mejor cómo lo que a primera vista me parecía un arrume de tablas al garete iba tomando forma gracias a sus manos y su esfuerzo, fue una tarde especial y al final del día entendí lo que era construir algo viendo el armatoste de la carrocería con una forma familiar, cercana a la que yo conocía, recuerdo que me pareció mágico cómo mi padre había sido capaz de transformar ese montón de madera desordenado en una cosa tan grande y funcional como la que estaba viendo. Uno sabe que creció cuando supera la edad que tenía el padre cuando lo conoció, yo al mío lo conocí de verdad ese día, o mejor sería decir lo reconocí, pues ya lo había visto antes aunque solo tenía nociones borrosas de sus apariciones en mi casa y en mi vida, pues  él  trabajaba  viajando y mis representaciones suyas eran vagas y disformes, pero desde esa tarde su presencia fue diáfana y su amor constante y permanente, a partir de ese día siempre tuve papá porque hasta entonces mi vida y mi mundo eran mi  madre. Desde que empezó a consumirse en los lodos espesos del olvido, a revolcarse en miserables ciénagas de desmemoria, a ser absorbido por la demencia, lo observo perdido en sus mundos obturados para nosotros y trato de entender por qué trochas divaga, en qué  oscuros laberintos anda perdido, y me conmueve su soledad y me amarga la vida la impotencia de no poderlo acompañar en sus meandros, no poderlo ayudar a desenmarañar su galimatías, a ordenar sus confusiones como él lo hizo siempre con nosotros, y me invade una rabia sorda y mala que frente a tamaña imposibilidad se transforma, de a poco pero inexorablemente, en tristeza profunda, me figuro posibles escenarios que justifiquen lo injusto de su locura y que me rediman de la culpa negra que siento sin saber por qué, culpa que me vuelve mezquino en el pensamiento, que me hacer querer que entre nosotros hubiera cuentas pendientes, algún odio secreto para entender su demencia como un castigo, pero no las hay.  Nunca  las tuvimos, fue un hombre decente y un padre serio pero amoroso que nunca pudo decirnos una palabra suave, al menos no directamente, que nos trató con respeto y demostró su afecto con actos mínimos pero contundentes, como el día en que me regaló su loción porque iba a salir con Marianita; era un frasco de Old Spice que iba por la mitad, él acababa de llegar de uno de sus viajes con su hijo mayor, y me encontraron vistiéndome apresurado con la mejor camisa de chalis de mi hermano, tenía afán por verme bien, Marianita y yo iríamos a un parque a comernos un helado, que me costarían de arena de todo un día en una construcción vecina; mi mamá lo sabía y le dijo a mi padre cuando se sentó a almorzar que yo andaba en esas, el viejo se quedó mirándome hacer las cosas, curioso me observó limpiar con dedicación de cirujano los únicos tenis que tenía, medirme cómo se me veía mejor la camisa, si dentro o fuera del pantalón, peinarme con gomina y esmero de tanguero, y, sin decir nada, al final cuando fui a que mi mamá aprobara mi atuendo- un impulso amén de infantil, inútil, ya que nuestras madres son el peor juez, el mas parcial de todos, porque para ellos sus hijos son los más lindos, los más dotados y la suma máxima de la perfección en todos los aspectos, lo que nos ha creado un sentimiento de superioridad y falsa grandeza que choca infaliblemente con la idea real que el mundo tiene de nosotros, golpeándonos en la cara cuando salimos a la vida habiendo dejado atrás las cuatro paredes uterinas de nuestra casa y enfrentamos que somos feos, malos y torpes en casi todo y que la vida no tiene madres sobreprotectoras y presentes que nos salven de la realidad, y terminamos siendo los frustrados, los ateridos, los incompetentes, los maleducados hijos idolatrados de una madre ejemplar-, mi padre me llevó hasta el baño y sacando del tocador el frasco de colonia me indicó cómo debía usarlo, en las muñecas, detrás de las orejas y en la cara, que según él era el lugar más importante porque si tenía suerte y podía besar a la chica, ese primer olor era fundamental, al final me dijo Usted ya está grande para salir con mujeres entonces necesita tener loción, este primer frasco se lo regalo, los otros los compra usted, pero asegúrese siempre de tener  a  mano  una  loción que cuando todo pase lo único que le queda de usted a una mujer y nunca puede quitárselo de encima es el olor, y me dio mil pesos que era todo lo que tenía en el bolsillo; ese día con ese gesto de mi padre me graduó de niño y me embutió en la adolescencia, la loción en mi caso fue el paso definitivo a lo que he venido siendo hasta hoy, fue crecer y entender muchas cosas que antes no vislumbraba siquiera, por estar blindado en los brazos de mi madre, abrigado por la inocencia y la niñez. Nunca más en la vida me ha faltado un frasco de loción y nunca más ninguno de mis padres me volvió a tratar como un niño, mi madre no me volvió a pegar las pelas que nos daba por plagas y dañinos, y mi padre se cerró aún más en el afecto demostrado, pero incrementó el afecto sentido y empezó a tratarme como un hombre, a darme cada vez más confianza y responsabilidad. Cuánto quisiera que hoy supiera por mi boca lo mucho que significó ese gesto para mí, lo poderoso que me hizo sentir, y es que somos preferentemente tontos y esperamos hasta cuando ya no se puede apreciar para demostrar el cariño y las cosas importantes en  la vida, que nunca logró decirme te quiero en primera persona, aunque siempre estuvo orgulloso de su familia y ese consuelo queda, pero de qué sirve cuando hoy   en  él  todo es olvido, es imposible no pensar en la muerte, en su muerte en esta sala de hospital, a la que si mi madre y mi hermano no hubieran llegado rápido con él se nos muere de golpe,  y al mirarlo sosteniendo mi mano con las esmirriadas fuerzas que le quedan pienso en su vida, en lo importante que ha sido para mi y mis hermanos saber que lo tenemos como padre, y que si se muere, el alma se me va a  partir en pedacitos que nunca más voy a poder juntar. Reviso lo que he escuchado de la muerte, según dicen los últimos momentos de la vida de  un hombre son los más reveladores, porque todo su pasado se derrama en un tropel de recuerdos frente a sus ojos, ¿ qué  pasará delante de su mirada  en ese poster instante?

Por fin llega  la ambulancia  y mi madre se monta en ella para acompañarlo y al fin se ven los dos solos, ella no puede reprimir el llanto y le toma las manos en medio de las lágrimas, él desde la camilla la mira perdido, de seguro no entiende por qué está llorando su mujer ni por qué  andan en ese brete, mi hermano y yo los seguimos en  la moto, llegamos en menos de quince minutos a la clínica cardiovascular, lo ingresan de inmediato y nos dicen que debemos esperar; de nuevo, la ansiedad, el tiempo que se vuelve un engrudo de segundos que cuesta tragar, después de un par de horas luengas de expectación, sale un médico y nos dice que en efecto el estado de salud de mi padre es delicado, tiene taponadas tres arterias y van a esperar a ver cómo reacciona a la droga en las  próximas cuarenta y ocho horas, porque si no logran diluir los grumos con el medicamento tienen que abrirlo. Mi madre me aprieta con vehemencia la mano, buscando en este gesto el apoyo de su hijo, el mayor de los dos que le quedan, como si yo pudiera sostenerla, hago mi mejor esfuerzo pero creo que no logro estar a la altura de las circunstancias, así es como no pude estarlo en ninguna ocasión desde que me volví el hijo mayor de golpe, sin requerirlo y sin quererlo, cuando mataron a mi hermano el verdaderamente mayor y yo pasé a ocupar su lugar en mi familia, por escalonamiento lógico mas no natural; hay roles en la vida que vienen dados de antemano, que no se aprenden, se tienen o no, se nace con ellos, no se entrenan, no se estudian, no se ensayan, simplemente son y ya, el de hijo es uno de esos y el de hijo mayor con robusta razón, que no solo es quien nace de primero sino el que recibe las primeras alegrías de los padres, sus noveles esperanzas, sus desaciertos de bisoños y estrena sus amores, eso crea una condición especial que lo hace tener siempre un lugar de suprema valía en la familia, los hijos que seguimos somos solo la repetición menoscabada de sus primeros impulsos y sentimientos, casi un simulacro del amor real y primigenio, y no está mal, porque creo que ningún padre y menos los míos inclinan la balanza del afecto hacia el mayor adrede,  no está en su naturaleza, crear privilegios o enarbolar desprecios, incluso tratan por todos los medios de  ser ecuánimes, pero la historia, la vida y el amor no tienen justicias ni ecuanimidades, y por más que  se esfuercen el mayor siempre será el favorito, solo superado en algunos casos por el menor, ya que este se lleva para sí  el último esfuerzo en el cariño de los padres en retirada y le meten toda la ficha como a todo lo que sentimos que se nos va, que se nos agota de la existencia, pero nunca a los hijos intermediarios: esos siempre están ahí, constantes y como en constante estar, sin desbordar y sin desbordarse; yo soy el hijo del medio y siempre supe y sentí que era eso, la mitad de todo  y que tenía la mitad de todo, de fuerza, de belleza, de  inteligencia y de su amor, hasta que un día, de golpe, esa mediocridad tiene que sobreponerse a sí misma y empezar a ser completitud sin nunca haber sabido cómo era eso, como un jugador que toda la vida ha estado en la banca y de súbito lo ponen en la titular, pero para que juegue la final de la Copa del mundo, ante un estadio repleto, él sabe que no se ha entrenado lo suficiente y que no tiene el talento necesario para estar ahí, pero igual sale a la cancha con las piernas trémulas y la mente en vilo,  así sentí las piernas temblorosas y la mente esquiva cuando mi madre en la sala de la clínica me apretó la mano buscando apoyo en mí su hijo dúctil. Nos dicen además que como va a estar en observación solo puede quedarse una persona con él, que los demás tenemos que retirarnos, que podemos visitarlo en los horarios que la clínica tiene estipulados, mi madre dice que ella se va a quedar todo el tiempo y  a  nosotros  dos nos parece que es lo mejor en  caso de requerir alguna autorización para una intervención, es ella y no nosotros quien debe decidir, además para que mi papá sienta que su mujer está a su lado, como ha estado siempre en los casi cincuenta años de matrimonio que llevan, aunque su mente no se entere muy bien de lo que pasa, cosa que mi hermano se atreve a decirle a mi mamá, ella lo mira mal y le responde con contundencia Puede que él no se entere, pero yo quiero estar aquí, así que cuídenme los animales en la casa, denles comida y límpienles lo que hagan que yo vuelvo cuando me pueda devolver con Rey. 

Nosotros le hicimos caso, nos despedimos y arrimé a mi hermano a la casa, no quise entrar, quería irme a la mía, estar solo, pensar en mis padres, y con mi hermano no era capaz de nada distinto a atender sus constantes reclamos por mi actitud y mi forma de ser, dejé la moto en el parqueadero para terminar de llegar a pie, al voltear la esquina me detuve frente a la tienda del evangélico, y sin pensar mucho en los porqués, seguí el mismo impulso ilógico, desventurado y contradictorio de arreglar todo lo que anda mal en mi cabeza empeorándolo, tal como lo he venido haciendo los últimos veintitrés años de mi vida, me acerqué al mostrador y pedí dos paquetes de cigarrillos y una botella de guaro que destapé ahí mismo y me tomé un par de tragos largos como desayuno a las tres de la tarde antes de seguir viaje para mi casa, en donde me emborraché el resto del día y de la semana, desatendiendo lo que mi padre y mi madre necesitaban de mi: que estuviera presente, sobro y lúcido, pero en vez de eso me encerré a embriagarme de alcohol y a recordar, tratando de encontrar en el pasado una explicación a la desazón que me produce la locura de mi papá, recordar al barrio viejo cuando lo era menos, como mi padre cuando yo era joven y el barrio nos quitaba vida dándonosla. Recordar como soporté, combatir contra su olvido en sus términos, hacer la memoria que él ya no tiene, porque las nadas de la eternidad se le adelantaron y empezaron a vaciarlo desde esta vida, recordar a otros padres y  sus hijos es  recordarlo a él cuando recordaba, él los conoció y supo sus historias, así que mientras se debate en un hospital al que no sabe cómo ni por qué llegó, yo pasaré revista de esas vidas que también son la suya, para que su olvido sepa por mí que perdió, que no se pudo llevar todo, que mientas yo pueda escribir estas palabras serán sus recuerdos y los míos, que llevo su sangre. La forma de sujetarlo, al menos transitoriamente. Memorias de mi invariable vecindad con la tragedia desde joven, incluso cuando traté de alejarme de los sitios sombríos, cuando esquivé a las gentes sórdidas y sus actuares rufianescos y pérfidos, y me fui a las antípodas, me junté y busqué compañía de muchachos alejados del hampa, excluidos del bandidaje, esquineros limpios, de esquinas claras sin vocación de asesinos, callejeros de barriada y Navidad en familia, músicos en ciernes, jugadores de fútbol talentosos, niñas bien criadas y mejor portadas, con madres presentes, niños apuestos y promisorios, gente trabajadora y virtualmente honesta; esas reminiscencias que ahora son relatos apenas lograron confirmar que no hay nada  que logre frenar la avasallante arremetida de la desgracia  cuando la vida se empeña en ser una tragedia; solo puedo continuar escribiendo algunas de las historias de este grupúsculo difuso y venial al que la gente de la cuadra llamaba, por contraposición con los Pillos, los Sanos, mientras mi padre en una fría cama de hospital olvida que está olvidando incluso a los  olvidados. 

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