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viernes, 1 de marzo de 2024

Lectura del cuarto capítulo de la novela Aranjuez de Gilmer Mesa. Viernes 1 de marzo de 2024


Capítulo   4   Las  Campanas

 

La  primera  vez  en  mi  vida  que  vi  una  guitarra de verdad  tenía  quince  años,  me  la  enseñó  Byron,  el  hijo  de  Wenceslao, quien era  un  buen  amigo  de  mi padre, y un pintor  tremendo de  los  que  quedan  pocos. La  relación de  ellos  dos  era  extraña porque no parecían padre  e  hijo sino un par  de  amigos; apenas  nacido Byron,  su  madre enfermó, murió  y  los dejó  solos  en el mundo, así  que Wenceslao sumido en la pena se dedicó con fervor a  la bebida y a su hijo, al  que crio  medio prendo y sin experiencia; por ser artista y vivir como tal nunca toleró en el hijo ortodoxia  alguna, no fue bautizado en la  iglesia de  san  Isidro     como  nosotros,  sino en una  quebrada, y en vez de cura fue asperjado por  su  padre, y tuvo por nombre  el de un poeta y no el del protagonista de  una telenovela como la mayoría  de  los chicos del barrio, aprendió a leer  solo  en  su casa de la mano de su  papá antes  de  entrar  a  la  escuela, a la que llegó tarde  con  casi   nueve  años, quería desentrañar  los  secretos  que   su   padre  decía se  escondían en   los  libros por  gusto y  no por  obligación como el resto de los muchachos de la misma edad y condición, impulso harto difícil de comprender en una sociedad como la nuestra, en la que cualquier iniciativa educativa y de crecimiento personal apunta y tiene como objetivo primordial conseguir dinero para sobresalir  y  no   el simple y encantador deleite del conocimiento por    mismo el cual es  mal  visto y criticado;  cuando lo conocí  como uno de los Sanos el día de mi primer baile de  baladas con mi  inaugural novia era un muchacho extraño , y   tiempo después entendí que la extrañeza era la libertad que en esa  época y edad no  supe  entender; para todos incluidos sus amigos los Sanos, Byron  era   un   raro, que  es  como  la  sociedad  llana y  procaz  llama despectivamente a los  que  no  entiende a los que no  se  adaptan a los códigos estipulados vaya  a saberse por quien y en los que todos coincidimos como normalidad.

Le  gustaba el  rock  cuando  todo  el  mundo  en  el  barrio  era  salsero,  y  no  le  importaba ni  cinco  centavos  el  dinero  y   la  ostentación que  a  nosotros  nos deslumbraban y nos  hacían endiosar  a  quienes  los  tenían:  los  bandidos de la cuadra. En principio para    no  era  más  que  un  nerdo, pero pasado el tiempo y  los  daños, cuando busqué compañía en personas distintas y bien alejadas  de la esquina  encontré  en  él  y  en  su  padre  a  mis  amigos, gente tan encantada de la vida que lograron lo que ningún otro pudo:  devolverme un poco las  ganas  de  continuar, su  padre  primero fue amigo del  mío,  aun  siendo tan distintos, ambos eran tangueros de  la  vieja  guardia, de aquellos para  quienes ese género representaba una filosofía  más  que  una  música, que encontraron en sus letras la profundidad  y  el amparo para enfrentar una vida llena de baches, siendo yo muy niño los recuerdo sentados en la acera de la casa escuchando tangos sin conversar, sin mirarse  siquiera, llenos de las palabras cantadas, como atendiendo a una lección que prorrumpía amplificada una grabadora destartalada, atentos  a lo  que los cantores decían, comunicándose apenas con gestos de aprobación, cada que acababa un tema  y  brindando mientras empezaba el siguiente. Con el tiempo se alejaron porque mi papá abandonó para siempre la bebida después de que yo a la edad de seis años, le produjera un problema de mil diablos con mi mamá por  haberme  tomado al  escondido un guaro que dejó servido en la casa en la última borrachera, privándolo de una de las pocas cosas distintas al trabajo con que lo  vi  disfrutar, con Wence siguieron siendo amigos  de la cuadra y cada que se veían se saludaban, aunque nunca más se juntaron en esa suerte de misa pagana que se inventaban cada tanto, improvisando una iglesia en su acera o  la nuestra para beberse la sangre de la música hecha guaro en  su  liturgia de dos  feligreses  tangueros. Como una compensación generacional mi adolescencia me hizo amigo de Byron porque de niños solo tengo un recuerdo borroso de  su  presencia y con él, de su padre, que me hizo ocupar el puesto que el mío había dejado vacante hacía años, así  empecé a frecuentar su casa para conversar con ellos, escuchar música y a veces beber, eran reuniones magníficas porque su padre sabía mucho de música y yo acababa de descubrir que esta era  mejor que  la vida, más noble  y  solidaria, que cuanto había visto y vivido, en esas charlas su padre nos descubrió las increíbles letras de Discépolo, Manzi, Gorrindo  y  tantos otros poetas suburbiales que él consideraba  el  parnaso del arrabal, nos contó cómo todas  las  letras portaban un mensaje poderoso encriptado en el arcano lunfardo que nos enseñó a  desentrañar  y  nos  reveló  a  sus  vocalistas  preferidos:  Gardel, por  supuesto,  el feo Edmundo Rivero  y  el  más   grande  de todas  las  voces tangueras, salido de otro  planeta, el colosal rey de  los  silencios  Roberto  “El  polaco”  Goyeneche, Wence  muchas veces se  quedaba  con  nosotros  escuchando tangos mezclados con Rock argentino, que  era  el  favorito de  Byron; en una de  esas  lo  escuché hablar por  primera vez  de  las  campanas. Siempre que se nos acababa el trago se imaginaba formas de agenciarse dinero que nos permitiera perpetrar  la  farra  indefinidamente, su fama como pintor  había decaído por sus   incumplimientos  y  desafueros  etílicos, había pasado de vender cuadros en  galerías más o menos importantes de la ciudad a precios considerables y  de  tener agente  de  granjearse  el  día  a día haciendo retratos de niños en el parque de Aranjuez  los  domingos o, lo que era  peor para él, a ser contratado como pintor de brocha gorda con la sencillez que caracteriza a  los  habitantes  de estos barrios, que simplifican un oficio con el nombre y al  saberse sus dotes como pintor le encomendaban trabajos de  tipo genérico, como pintar una casa, o un letrero, cosa que  al  principio lo ofendía, pero con el tiempo terminó resignado a  su  destino de pintor general de cualquier cosa para salvarse del borde de la inopia en  la  que  vivía y  realizaba estos trabajos con desgano y descreídamente, pero los  hacía. Una tarde de regreso de uno de esos trabajos ingratos, en el que el cura le había encargado pintar un mural de un pesebre en  la parroquia de San Isidro, se sentó junto a nosotros a terminarse una media de guaro que traía empezada y con despecho en  los  ojos  nos dijo ¿ Saben que, muchachos? Yo sé qué nos podría sacar de esta pobreza tan hijueputa, y se quedó mirando al  horizonte, su hijo le dijo entre risueño y extrañado  Yo también, papá, ganarnos la lotería, Wenceslao  lo  miró  sonriente para decirle, No mijo, la  solución es robarnos las campanas de  la  iglesia de San Isidro, su  hijo  y  yo  nos miramos  y  soltamos una carcajada  al  unísono, Byron le  dijo  Home  pa, vos  sos  muy  charro  y  estás  muy  borracho, el  viejo  la  tomó con calma y escurriendo la botella en su boca  nos  dijo  Ni  borracho  ni  charro,  las  estuve  mirando  bien  y  yo soy  capaz  de  hacer unas iguales  en  icopor  para  reemplazarlas  y  también    a  quién  vendérselas a  buen  precio cosa que a    me  pareció  una  divagación  divertida  de  borracho como  muchas que  le  había  escuchado anteriormente, aunque  esta  vez  en  su  mirada  había  algo  real, la fe intacta del que  ha sido un resistente, dejó la  botella vacía en el suelo y continuó ¿Saben qué es lo mejor?,  Si  se  piensa  bien  la  vaina, se puede hacer lo  único que me hace falta es cómo transportarlas, el hijo fingiendo interés  le preguntó ¿Y cómo vas  a  hacer para desmontarlas  sin hacer ruido?, ¿ y cuando las  vayan a tocar  qué?, el viejo se demoró un momento para contestar, como si en su cabeza estuviera todo resuelto, No  hay  problema, esas  campanas  no se  tocan nunca, los vecinos demandaron  al  cura  por  despertarlos  a  las  seis de la mañana  los domingos para  ir  a  misa, él mismo me contó, y desmontarlas es fácil si tengo ayuda, y nos miró convidándonos con la mirada, yo me apresuré a contestarle alargando la charada  Yo meto, Wenceslao  miró pícaro y me dijo Listo mijo, le cojo la caña, solo tengo que pensar cómo trasladarlas hasta donde el comprador, ultimar   algunos  detalles y meterlos de una, dejó el tema  ahí  habló un poco más de todo y de nada y al  rato se acostó arguyendo que era muy   aburridor  trasnochar sin beber, yo aproveché su retirada para  imitarlo y me fui  a  mi  casa, la vida siguió iterativa y sin mucho sentido como venía siendo desde  hace  algunos  años,   cada tanto los  visitaba y  bebíamos guaro cuando había con qué, y si no nos hacíamos unas mezclas infamantes de vino barato con confites de menta que sabían a demonios pero emborrachaban eficazmente, otras veces nos parchábamos con los Sanos a  ver partidos de  fútbol  y  tomar  cervecita o simplemente para hablar de cualquier cosa  que nos ayudara  a  pasar  el  rato; en los barrios populares contemplar el paso del tiempo es caso un oficio, sobra   el  ocio y  juntarse  en  el desocupe sirve para hacer menos tediosas las horas, hablar, mirar y compartir cualquier cosa que se tenga rinde frutos en el largo plazo, pues crea  amistades totales que trascienden el tiempo y el espacio y mantienen unida a la gente aun después de que cualquiera haya encontrado algún destino para  su   vida, o al  menos un trabajo transitorio, siempre volvemos a  la cuadra a compartir con holgura las mismas horas de contemplación y vagancia y así se  nos  va la vida en estas calles tratando de derrotar a  la muerte a punta de persistencia en el afecto.

Un día cualquiera Byron que  hacía poco había ingresado a  la  universidad pública  a estudiar  Antropología, nos contó  a  Jairo  el  piojo y a mi, que estábamos en  la  acera de  mi  casa,   que tenía una banda de rock con otros muchachos de su facultad, venían ensayando   hacía  días tocaban covers  de  rockeros en español porque no se le daba el  inglés a él  que era el vocalista, iban  a  tocar  en  el  bar  de  un  amigo  el   siguiente sábado y nos quería invitar, nosotros le  dijimos Claro   que  vamos y nos despedimos porque se iba  a  ensayar, antes de irse sacó  de  su  mochila  un   libro de  poemas y ofreciéndomelo  me  dijo  Este  sí  te  va  a gustar, antes me  había mostrado libros que yo le recibía por amistad pero que no leía nunca o empezaba a leer y  perdía el interés pronto cuando me tropezaba con una metáfora elaborada o una palabra ampulosa, este libro sin embargo era distinto desde la tapa que era vieja  y  ajada, mostraba un nombre raro: Trilce y su autor  César Vallejo, muchas  cosas que decía no las entendí, pero me gustó su musicalidad, la manera como planteaba palabras para que fueran tomando forma, independiente de su significado que yo no comprendía, era como jugar con las oraciones, como esos deportes de los que uno desconoce las reglas pero disfruta viendo los movimientos de los atletas, lo leí de un tirón  y  volví   al   poema que más me gustó  "Masa" que después supe no hacía parte de ese libro sino que lo habían metido ahí en el final entre otros del mismo autor en  esa edición pirata y que hablaba de la muerte de un hombre, pero de una manera tan íntima y exuberante que no me pude zafar de él  y  me lo aprendí de memoria, y aun lo recito cada que  los  tragos me traen a la memoria las imágenes de  Byron  y   su   padre.  El  bar resultó siendo un cuchitril de mierda al frente de su  universidad, llegamos a las  ocho  Jairo,  Walter el  Chino - que se nos pegó-, Wenceslao y yo, Byron estaba al fondo en  lo  que  haría las veces de escenario, desde allá nos saludó, nos  sentamos en una mesa intermedia desde donde podíamos contemplar nítido el espectáculo, pedimos  guaro y cervezas para lubricar la conversación, y a las nueve y diez empezaron a tocar, Byron rasgó los primeros acordes de una canción hermosa “ Brillante sobre el mic” de Fito Páez en una versión acústica y sabrosona, su padre apenas escuchó su voz se transformó, su cara relucía de orgullo y  absoluta felicidad, y mientras nosotros brindábamos al aire por nuestro amigo que se veía imponente detrás de  un  micrófono, Wence estaba tan  embelesado que no tocó el aguardiente que tenía servido  enfrente durante la primera tanda de canciones, una sonrisa rara señalaba la mueca del que siente que la vida ha valido la pena a pesar de lo jodido, pero ver eso en un padre era extraño, en nuestros barrios las que se encargan de  los  gestos cariñosos y reivindicativos  son las madres, ellos en cambio suelen ser  responsables y  trabajadores, secos en el trato, lo que les garantiza el respeto debido y no cabe culparlos,  fueron criados en una sociedad que desprecia el afecto masculino y sus manifestaciones los hombres a  lo  sumo  lo  demuestran con actos y tratos alejados que por rebote caen en uno, pero hay que estudiarlos de cerca y con la pátina del cariño que de antemano se sabe que le tienen a uno  y  entenderlos como la máxima expresión del  afecto que nunca pudieron demostrar,  nuestros padres fueron castrados en su  expresividad por  la  misma  sociedad machista y altanera que castiga con burlas y rechazos cualquier síntoma de debilidad y enseña que querer es la mas grande de ellas, sociedad desquerida y criminal como ninguna, en la que mi  padre nunca pudo decirme que me quería y cuando ya viejo lo hizo me lo dijo usando la tercera persona, como blindándose con eso, salvaguardándose de si mismo, porque sonaba como el que quería fuera otro distinto a él, siempre me decía  “ Uno los ha querido mucho a ustedes, cómo no los va a  querer”, pobre mi viejo, tan temeroso de su amor, por eso era raro  ver a un padre pletórico de orgullo y alegría por su hijo, Wenceslao no despegó un momento sus ojos de su vástago durante la hora larga que duró el toque, aplaudió a rabiar cada una de sus intervenciones y apenas se tomó dos tragos, cuando terminó el concierto  y  Byron llegó a la mesa a saludar, su padre lo abrazó  hasta asfixiarlo, al soltarlo sus ojos estaban llenos de lágrimas; desde esa noche Wenceslao estaba feliz, con la felicidad sincera del que ha cumplido en la vida, mientras que a Byron   cada  vez  lo  veíamos  menos en  el barrio, ocupado con las clases, los  ensayos  y  con  una   novia  que se había conseguido en la universidad y que terminó siendo corista de su banda, a veces lo veíamos pasar encartado con su guitarra en un hombro y  un  morral gigante  en el otro  de camino a sus quehaceres, nos saludaba desde lejos y los muchachos y yo nos alegrábamos al verlo, comentábamos sobre lo raro que nos seguía pareciendo, pero con rareza y todo  hacía  parte del combo, y  era  bacano  que estuviera enrollado en  lo  que  quería.  Una  tarde  que  logré  juntar  lo  necesario para  una  botella de  guaro  y  dos  paquetes de cigarrillos  y  decidí  visitarlo  para  que nos  la   tomáramos escuchando música, me  recibió  su   padre  y  me  dijo  que  pasara, que  su  hijo no  había  llegado, apenas le  mostré  el  trago se alegró, sacó dos copas  y  nos  sentamos  a escuchar tangos y hablar,  cada que sonaba una canción que  yo  desconocía me  explicaba su procedencia, su autor  y   mencionaba  al   intérprete  y  la orquesta, yo sabía de su amplio conocimiento tanguero, pero esa tarde-noche entendí que  hay  una gente para  la que la música no es un divertimento  ni una  afición, sino una definición, son en tanto música, son un devenir música, Wence devenía tango, no podía distinguirse  en dónde  acababa su  vida  y  empezaba una canción o  viceversa, él  siempre decía que su vida era un tango, su  obra también  era  tanguera, y  hablando con él entendí  que la música nos determina, nos  resuelve  y  nos  concreta cuando  la  escuchamos con la devoción del  creyente, trascendiendo la naturalidad del simpatizante y que su compañía abriga y protege y nos ayuda a ser la mejor versión de nosotros mismos cuando entramos en ella con respeto y humildad, él entendía las letras como mensajes trascendentales que  la  vida  y  el destino le enviaban, cifrados en  las  voces de  esos cantores enormes, me decía que de no ser por  la  música él se había perdido en el dolor cuando murió su  esposa, y que su obra se habría apagado de no ser por su hijo y el tango; que  a  ambos  les  debía  el  haber podido continuar pintando, que su obra contaba eso, pero que como no pudo apagar su impulso en las telas gracias  a  ellos dos, había terminado apagándose él y se dejó llevar a  la  tristeza y  al  alcohol, y que esa mezcla tan tanguera había sido la culpable de su  deterioro pero también del ímpetu que tomó su obra y  su  vida;  me  mostró unos lienzos en los que me iba explicando lo que decía, pinturas poderosas que mostraban a su hijo recién nacido en valles desérticos y una soledad infinita en donde al fondo se percibía al pintor, que observaba todo desde una atalaya, el motivo se repetía en varios cuadros, que eran hermosos y tristes, vigorosos y agónicos, dejó las telas a un lado  y  sirviéndose otro guaro me dijo  Hermano,  ojalá  Byron se encuentre en la música, que la escoja como camino, sería  hermoso, una recompensa  a  tanta tristeza, la música lo va a salvar,  no  de  sufrir,  de  eso  nada  nos  salva, pero sí  le va a  dar  la  fuerza para  resistir  la  vida, para aguantar los malos trances sin volverse un resentido ni una mala persona, ya tiene en que descargar sus dolores, sin hacerle daño a nadie  y  eso  es más de los que muchos pueden tener  y  lo  único que  yo  como  padre  puedo  desear   para   él, que tenga la música en la vida me deja tranquilo y  feliz, y  yo  le  dije  A  mí   la  música  también  me  parece  increíble, el arte supremo, pero la profesión de músico es difícil e  ingrata, vivir de eso da mucha brega, el viejo sonriendo y mirándome con una mezcla de desconsuelo y sabiduría me contestó,  Ay  mijo, se  puede vivir  de  muchas  maneras  y  entiéndame  bien  la  obviedad, se  vive  viviendo, solo  eso, con hambre o llenos a todos nos amanece  el  siguiente día, lo  importante  es  saber  por  qué  se  vive, el cómo viene  con  los vaivenes  del  tiempo, el  dinero  va  y  viene, y  de  verdad  con  la  edad  lo  he  comprobado, eso que  al  parecer  es  tan  importante para  la  sobrevivencia carece de  sustancia, yo nunca  tuve  plata  pero  tampoco  estuve  tan  achilado como ahora, y  cuando  tuve  gasté y ahora que no tengo aguanto, pero mi  esencia  ha  sido  siempre  la  misma vivir viviendo a tope en cada cosa, aplicarme  al  máximo en los buenos y en los malos momentos, disfrutando todo las alegrías y las tristezas hasta agotarme y eso quiero para Byron, del resto, de transitar los días con las pequeñas necesidades no hay que preocuparse porque como sea pasan,  con abundancia o escaseces, igual pasan  y  más  en  este  país  donde todos terminamos comiendo mierda, lo único que  podemos  escoger  es  en qué   vasija  queremos  servirla, y el arte  y  la  música son los recipientes más nobles que conozco. Habíamos  pasado  la media botella entre  canciones y charla cuando abrieron la puerta y entró Byron con su novia, después de saludar se sentaron con  nosotros, nos pusimos al día de las informaciones puntuales, de pronto Byron con una mueca de desánimo nos contó que a la banda la habían invitado a un festival en la ciudad de Buenos Aires, que les daban  hospedaje  y   comida, pero tenían que conseguir los pasajes y no iban a poder ir, Wenceslao se levantó como picado por una avispa y le dijo ¿Cómo que no van a ir?  Eso es impensable, una oportunidad de esas no la pueden desaprovechar y para Argentina menos, cuánto diera yo por conocer la tierra del Polaco Goyeneche, de Gardel y la de los músicos que a vos te gustan, vas a ir como sea, Byron lo  observó desde su silla y sonriendo con desaliento, le dijo Sí, viejo sería una chimba, pero no alcanzamos a juntar la plata, los tiquetes son muy caros y es dentro de un mes,  el papá sonriendo entusiasmado le contestó: No, mijo un mes es mucho tiempo, con seguridad juntamos la plata, espere y verá, y volvió a sentarse con un brillo especial en los ojos, el resto de la noche se mostró desconcentrado, con la mente en otro sitio, en una hora larga nos volteamos lo que quedaba en  la botella, yo quería seguir  e intenté  hacer  ánimos en los contertulios para comprar más trago, pero entendí que Byron y su novia querían estar solos, y Wenceslao divagaba en terrenos que no estaban a  mi alcance, de manera que encendiendo un cigarrillo me paré y me despedí con un abrazo para ambos y fui  a la esquina a tomarme un par de polas con el Chino y Jairo que estaban en  la tienda. 
A eso de cuatro semanas estalló el escándalo, cuando a las diez de la mañana de un jueves de agosto una patrulla de la policía recogió en su casa a Wenceslao y se lo llevó preso, acusado por  el cura del  barrio de haberse robado las campanas de la iglesia de San Isidro y  haberlas reemplazado por  unas  de cartón pintado; yo me había conseguido un trabajo temporal armando tarimas que me consumía la  totalidad del tiempo, y por eso no había vuelto a verlos ni estuve cuando lo apresaron, pero los muchachos me contaron que cuando lo montaron esposado a la patrulla iba sonriendo, y cuando por fin terminé mi inocuo trabajo y pude averiguar por él, Byron estaba en Argentina y en la casa no había nadie, y los vecinos me dijeron que a Wence ya lo habían trasladado a Bellavista y que podía recibir visitas los domingos, entonces hice las vueltas y el siguiente domingo después de una fila de tres horas y de una requisa infame pude entrar al patio quinto de la cárcel para saludar a mi amigo, que al verme se puso muy contento y sonriendo con picardía, después de sentarnos en unas bancas de cemento, me dijo Yo sabía que ibas  a venir, primero porque me estimas  y segundo porque no te ibas  a aguantar la curiosidad de saber cómo me robé las putas campanas,  y se rio con ganas, le entregué una coca con comida, tres paquetes de cigarrillos y algo de plata que había juntado mientras le decía Pues, la verdad, hermano que sí  vos  sos muy figura, me acuerdo del día que dijiste que la mejor manera de salir de pobres era robarse las hijueputas campanas, pero a lo bien creí que estabas borracho y era por joder, pero mirá, a la final sí lo hiciste, muy figura a lo bien pero después me contás, lo importante era traerte este líchigo y saber cómo estabas; sin dejar de sonreir me dijo Estoy rebién, aquí me tratan al pelo, nadie se mete conmigo y yo no me meto con nadie, como me ven viejo saben que no represento peligro alguno, además por ahí están El gurre y Calidad que me distinguen del barrio y saben  por  qué caí que soy sano, antes me cuidan y gracias a ese par de malparidos aquí me dicen  Campana, pero todo bien, me dan comida de la de ellos y hasta cigarrillos, solo me hace falta el trago porque no hay forma, lo único que se puede tomar es un destilado de papa horrible que hacen aquí mismo y que a lo bien que ni  yo que he sido el más alcohólico del mundo logro pasar, ¿ Y mi muchacho cómo anda? Pues Wence hermano,  le dije,  la verdad solo  sé que anda de viaje, la gente en la cuadra dice que se perdió  por  la jodedera de los tombos y del cura, pero no sé,  yo andaba trabajando hasta  hace poco, supongo que bien si  está  paseando,  él me dijo, No está paseando, está de gira se fue con la plata de las campanas, me alegra, debe estar feliz, y si él lo está, yo también y destapó la coca que empezó a comer con disfrute, entre bocados me dijo Hermano, la verdad saber que el  pelao está tocando por allá me convence de que no me equivoqué,  la cagada fue que me pillaran, y se volvió a reir con ganas, yo lo secundé; como las visitas duraban apenas una hora que solo alcanzó para comer, desatrasarnos de su vida en la cárcel y enunciarme por encima el robo, me dijo antes de despedirnos Pero como sea  me robé las hijueputas campanas. Los guardianes empezaron a  sacar  a  los visitantes, nos dimos un abrazo, le dije que volvería a visitarlo cada que pudiera, así que en las siguientes tres visitas, mientras degustaba  la comida que hacía mi mamá, me contó la historia completa: desde que su hijo planteó lo del viaje se dedicó día y noche a pensar en el robo, la necesidad de cumplirle el sueño aportó la determinación que le faltaba a su plan, había pensado en el robo en verdad como algo posible de hacer pero no por él, que ya estaba viejo y el brete era difícil, empero cuando oyó decir a su hijo que no viajaría por falta de dinero, el proyecto pasó de ser una fantasía a una posibilidad real y urgente, entre más lo pensaba más factible lo veía y se le volvió una obsesión. Pasó todas las horas de cada día de la siguiente semana tomándose una cerveza eterna y destemplada en la tienda del frente de la iglesia y entendió que era mejor emprender la subida a la torre por la cuadra contraria, desde un solar que circundaba la parroquia, y una vez conquistado el botín sacarlo por ahí mismo, luego pasó a la construcción de los bronces falsos. Su idea original del icopor se vino abajo cuando intento moldear a escala una réplica en miniatura partiendo de un bloque de este material y se le hizo añicos en las manos, era un material torpe que requería herramientas más precisas, de las que Wence carecía, tuvo que empezar a barajar posibles materiales aunque a todos les encontraba un pero, el barro era muy pesado y necesitaba horno, cualquier metal igual, pensó hasta en plastilina, pero nada se adaptaba a su plan, mientras encontraba la materia prima óptima se aplicó con todo el rigor de su talento a dibujarlas con lujo de detalles manteniendo una escala que le permitiera trabajar en un modelo lo más cercano al original, con los dibujos listos incursionó en materiales con los que nunca había trabajado buscando la consistencia y duración necesarias, periódico mojado, papel maché, plástico e incluso volvió al original icopor derretido, cuando estaba desesperado encontró por casualidad lo que estaba buscando, en el fregadero de su casa su hijo dejó tirada una caja de huevo que al mezclarse con agua se volvió maleable, Wence la tomó para botarla, pero se le ocurrió echarle colbón y dejarla secar, la caja adquirió una consistencia obediente y al rato se endureció con convicción de hierro, de manera que le compró todas las que pudo a cuanto reciclador se encontró e hizo todos los modelos a escala que pudo de las campanas. Su hijo me contó tiempo después que en esos días lo veía trabajando a toda hora, empegotado y sonriente, con una energía que no le conocía, sin entender bien qué era lo que hacía, y como toda su vida había estado rodeando de materiales de pintura y escultura y de obras empezadas y abandonadas, el nuevo proyecto de su padre no fue una novedad hasta el día en que logró adivinar la figura, burda y algo endeble, de una campana, a  lo que Byron, acordándose de las enjundias de su padre, le preguntó retoricamente ¿ No estarás pensando en serio...?, antes de que pudiera concluir la frase su padre le dijo con una sonrisa amplia Pues claro, ¿ y entonces pa`que estudiamos, pues güevón? Los dos se rieron, terminada la carcajada su hijo le dijo Viejo yo sé que vos sos medio loco, pero esto es un robo y es peligroso y más en este barrio, vos sabés, el papá tomándose una cerveza recién destapada le contestó Nada es peligroso si se hace bien, yo tengo todo calculado, el hijo continuaba escéptico, en el fondo creía que era otra más de las empresas descabelladas que cada tanto asaltaban a su padre, como cuando había querido pintar todos los postes del barrio con escenas de La Ilíada para que la gente conociera el poema épico en un recorrido por el sector, pero se le agotó el dinero y el impulso en el primer poste de la cuadra y abandonó el  proyecto, dejando un Aquiles poderoso y sensual a medio camino, o cuando intentó montar un negocio de esculturas con pinos en las casas que tuvieran estos árboles y nadie mandó nunca  a  hacer un trabajo porque costaba mucho y porque en Aranjuez solo diez casas tenían pinos intentó llevarse el negocio a otros barrios más poblados de esa especie pero el tránsito era dispendioso e improductivo,  así que declinó, o  el último y más colosal de sus proyectos, transformar en grabados que contarán la historia del barrio desde sus inicios los postes a los que odiaba por su aspecto torpe y rústico, su color gris construcción, como lo llamaba, y por su persistencia en afear  el entorno, a diferencia de la anterior iniciativa de pintarlos, esta solo requería de su talento y paciencia, empezó como siempre con los de la cuadra, pero como no tenía herramientas adecuadas, cuando intentó sacar  el  primer tajo con un cincel el boquete se vino con medio poste y el pilote perdió contextura y firmeza y se vino abajo, evitando una catástrofe los alambres de la luz, atajaron la caída y el saldo fue una llamada de urgencias a la central de lasas empresas eléctricas para que arreglaran el desmadre y la pérdida de energía en la cuadra durante medio día, contando con la suerte de que como el viejo era conocido por todos los vecinos nadie dijo nada cuando fueron inquriendo por el autor de los daños, desde ese día renunció para siempre a tratar de recomponer los desperfectos estéticos que veía en su entorno y volvió a su arte encerrado y personal, por eso Byron creyó ver en este nuevo proyecto otra más de esas iniciativas con fecha de caducidad adelantada y por eso también le siguió el cuento, pero el viejo no decayó esta vez y sintiendo que su hijo se solidarizaba con su idea solo por compasión y que, además, de salir mal las cosas lo iba a perjudicar en serio, decidió emprender el robo solo; tampoco me llamó a mí para cogerme la caña como me anunció el día en que borracho habló de eso, con  lo que se creaba un problema mayor, el plan de por sí era sinuoso, pero realizarlo en solitario era  casi  que  imposible.

Después de encontrar el material y empezar la construcción del modelo definitivo, volvió  al problema original y palmario del proyecto: cómo transportar las benditas campanas. En una de sus tardes contemplativas en la tienda frente a la iglesia que había convertido en su legación temporal, le cayó providencialmente la solución: por todo el frente de su cara pasó una de esas carretas tiradas por un caballito famélico y desgarbados que en mi ciudad se conocen como zorras, transportando un rimero de escombros de alguna construcción vecina, e inmediatamente alzó la cabeza para medir con la vista la dimensión de las campanas y su sonrisa fue la confirmación de que había hallado el medio eficaz y adecuado para sus fines, pidió un paquete de cigarrillos y se fumó uno sonriendo plácidamente; solo que no fue fácil convencer al dueño de la zorra, tuvo que esquivar la verdadera intención y ocultar la realidad de la carga, pero después de media de guaro y la promesa sustancial del pago en efectivo logró la anuencia del zorrero, el meollo era que el  hombre demandaba la mitad del pago por adelantado, pero Wenceslao pensó  resolver un problema  a   la  vez, en su  momento miraría de donde sacaba el importe requerido, ahora lo esencial era continuar con el  plan  y apurar los últimos pormenores, había convenido con el conductor que la operación la llevaría a cabo en una semana, el siguiente miércoles por ser el día en el que menos gente circulaba en la madrugada, lo importante era no fallar porque solo tenía una oportunidad, de manera que decidió repasar su plan en la práctica; cada noche se escurrió en el solar y trepó una y otra vez hasta que lo vencía el cansancio, cuando hubo dominado la escalada, horadando los ladrillos de la pared a manera de improvisadas escalas, en el campanario, se dedicó a entender la manera de desmontar el mecanismo sin hacer ruido, hubiera agradecido una cámara fotográfica para registrar el diseño y repasar el desmonte en su casa, pero como no tenía se llevó consigo una libreta y un lápiz y dibujó características y pormenores del soporte de las campanas, ya frente a ellas notó  su real tamaño y le parecieron más pequeñas que el modelo que tenía, pero sabía que con algunos ajustes  podía solucionar ese  impase, luego envolvió el badajo en su camisa y meneó la campana para adivinar su peso, con lo que un verdadero lío apareció: las campanas pesaban demasiado para desmontarlas y bajarlas por los techos, la preocupación lo aguijoneó en serio y se bajó del altozano en asedio borrascoso de inquietud, se fue a su casa a luchar contra el insomnio hundido en dudas, y  como el sueño nunca llegó abotagado de pensar en bucle sin resolver lo  urgente, decidió tomarse media de alcohol que tenía guardada para un caso de necesidad extrema  o de impertinente amure y ningún momento cumplía mejor con  ambas prerrogativas que ese; a las  seis de la mañana, con la botella casi tocando a su fin, encontró una solución que, aunque no lo dejaba del todo contento, era preferible a nada, le contaría  al  zorrero su plan y le  aumentaría  el  monto pactado para comprar su  ayuda y  su silencio. Ese día Byron se levantó a  las siete y vio a su padre congestionado por  la  ingesta y el desvelo y creyó que se trataba de un  incipiente guayabo que ganaría en intensidad con el trascurrir de la mañana, lo saludó formal como siempre y esculcó en vano los cajones en procura de algo para desayunar, sin hallar nada le dijo a su padre Estamos vaciados otra vez, qué maricada, el  papá sacó del bolsillo el último billete de dos mil pesos arrugado y le dijo Vea,  mijo, pille a  ver  para qué le alcanza, Byron dijo que él también tenía como cinco lucas que iba a ver cómo los hacía rendir, el viejo sonriendo dijo Tranquilo mijo, que esto va  a ser por poco tiempo, Byron desde la puerta le contestó con un despectivo Ajá. Wenceslao se despertó casi a las cinco de la tarde, se bañó y salió con la idea de encontrar al zorrero y proponerle un trato, lo encontró cerca de la construcción de una próxima estación del metro, en una manga donde parqueaban los zorreros y sus animales a esperar algún trabajo, lo llamó a un costado y, sin preámbulo  alguno le soltó su propuesta de golpe, el hombre lo dejó terminar y poniendo cara de incredulidad se largó a reír mientras le decía Usted está muy loco hermano, yo no le jalo a eso, y se alejó riéndose estruendosamente, dejando a Wenceslao frustrado, carcomiéndose en iras malas, sintiendo que su plan terminaba ahí, tanto pensar y darle vueltas angustiado en vano. Su suerte dependía de un tipo corriente y batiente que tuviera una zorra, clave en el proyecto, se fue atristado, con la sombra del fracaso persiguiéndolo, cómo hacer para cumplirle la promesa a su hijo, siempre que sentía ese fardo quería beber para acallar  las voces que lo estropeaban a gritos, pero no tenía ni un peso en el bolsillo y en su cuerpo la sed infinita del  licor, apenas era viernes y los retratos del parque los hacía  el  domingo, no tenía de otra, tendría que empeñar algo  pero ¿qué ?  Ya  casi  todo lo de valor había  ido  a  parar  al monte de piedad, le quedaba únicamente el televisor viejo, que de seguro rechazarían en el empeño, y la nevera, no había de otra, iba a ir por ella, la limpiaría y se la llevaría a ofrecerla, pero era una nevera vieja y grande, así que tragándose su orgullo dio media vuelta sobre sus pasos a buscar al zorrero para que le cargara la nevera, de vuelta a la manga los colegas del zorrero riéndose entre dientes le informaron que el hombre se acababa de ir, pensó en desistir, dejar las cosas como estaban, aguantarse el amure, el desánimo y la congoja en seco, la verdad las ganas de beber las soportaba, el problema era la tristeza, aguantarse eso que tenía en el pecho en sano juicio era demasiado, así que haciendo de tripas corazón fue hasta el grupo de hombres que conversaban desganados y le dijo al más serio y viejo que necesitaba trasladar una nevera, el hombre le indicó el costo que Wenceslao aceptó siempre y cuando le pudiera pagar después de cobrar el empeño, convinieron en eso y se encaramaron a la carreta, salieron de la manga y el hombre ajustándose un sombrero viejo que adornaba su cabeza alopécica le preguntó Hombre , ¿ con que usted es el que piensa robarse las campanas de la iglesia? Wenceslao escuchó esas palabras como agujas enterradas debajo de las uñas, lo ganó una rabia brutal contra el antiguo zorrero que no solo había echado por tierra su plan sino que había divulgado a todo el mundo su intención, con amargura en la voz le contestó con un lacónico y tajante  Ajá, el otro viejo le dijo Pues mire usted  que a pesar de las burlas de esos mamones hijueputas a mí me parece buena idea, si usted tiene cómo venderlas, ¿ o las pensaba librar como chatarra? Porque así no valen nada. Wence cabizbajo y entre dientes le dijo No, qué chatarra ni qué nada, yo tengo a quién vendérselas en buen  billete, si no para qué las bregas,  el chofer continuo Entonces cuándo va a  hacer esa vuelta ¿ o  qué?, el  otro  le  dijo No, hermano eso murió, antes era difícil pero ahora que ese hijueputa compañero suyo le contó a todo el mundo es imposible, el viejo zorrero le dijo Pues ni tan imposible si usted lo pensaba hacer, pero ¿Si lo tiene bien planeado?, Wence por seguir la charla continuó Bien planteado lo tengo, pero necesitaba ayuda y plata para pagarle a ese perro, además que me falta terminar las campanas de reemplazo, tengo una lista, a la otra le falta, pero tenía hasta el miércoles que era cuando me las pensaba robar, el viejo con un tono parejo y veraz en la voz le dijo Hermano por qué no se olvida de la nevera y vamos a terminar la puta campana que le falta y nos la robamos hoy, yo tengo el transporte y me apunto a ayudarle, ¿usted si tiene  a quién vendérselas? Wenceslao volteó a mirarlo de frente, recuperando la sonrisa que alumbró el  rostro al contestarle Claro que tengo a quien y con usted  y esta carreta se puede, pero hoy es un día muy transitado, Y qué, contestó el otro, igual nada se pierde con intentarlo, si la vemos muy difícil nos abrimos y lo intentamos otro día,  yo no tengo nada mejor que hacer, Pues hijueputas,  dijo Wence, hagámosle de una, vamos a mi casa a terminar la campana hermano, y no tiene ahí un par de polas para la sed y la inspiración, el otro le dijo sacando diez mil pesos del bolsillo Que carajo, compre cuatro y unos cigarrillos que mañana a esta hora vamos a tener plata. La campana logró el tono verde ocre que necesitaba casi a las doce de la noche cuando ya habían vaciado las cuatro botellas de cerveza que habían comprado, en esas pocas horas se habían narrado  la vida de cada uno, Wenceslao le contó que era viudo con un hijo que era todo en su vida y que el robo era para mandarlo de viaje, entretanto el otro que se llamaba Arnulfo, le confesó que también era viudo con hijos aunque estos no le hablaban, ni siquiera sabían si estaba vivo, porque había sido un  mal  esposo y  un  mal   padre, estuvo más pendiente del gaznate que de la casa y casi todo lo que consiguió en la vida se lo metió en chupe, hasta que su mujer se agotó de esperar un cambio que nunca se dio  y  lo  dejó, al poco tiempo se fue a vivir con otro tipo que le ayudó a levantar a sus hijos y que lo terminaron por considerar un padre y que murió poco antes que ella dejándole una casa y una pensión con la que sobrevivieron hasta que ella también murió, él se enteró de su muerte y se buscó un abogado pícaro para quitarle a sus hijos la casa que el señor les había dejado porque legalmente él seguía siendo el marido oficial de la mamá y se la vendió al mismo abogaducho en tres pesos, mismos  que se  bebió en una farra de seis meses en un pueblito perdido adonde fue a acampar para que sus hijos no dieran con él, hasta que se enfermó de tanto beber y con lo último que le quedó compró la zorra y se vino a vivir al barrio, donde sus hijos no pudieran encontrarlo, lo odiaban y con razón, y deseaba nunca encontrárselos  porque no sería capaz de mirarlos a los ojos, se sabía un canalla que había hecho mucho daño, estaba viejo y no se aguantaba a sí mismo ni a sus mezquindades, que son implacables cuando se tiene conciencia de ellas, dijo que entre más se aproxima  uno a la muerte se hacen  más patentes y plañideras y no dejan de azotar con su repiquetear constante en forma de contriciones tratando de drenar con sentimientos autoimpuestos el  mal  y  las  fechorías cometidas, se vive para morir lo más triste posible para ver si al fin logra solventar las deudas y rematar cuentas a punta de dolor, pero eso no sirve para nada, en la edad en que estaba había entendido que las cuentas del alma no se acababan nunca de pagar, de manera que si les salía bien el trabajo, la plata que le tocara se las enviaría a sus hijos anónimamente, sabía que no era mucha  y que con eso no remediaba nada del daño que les había propiciado, pero que era una manera de disculparse, no con ellos, que era imposible sino con el destino o la vida y de ir cerrando el cerco de su muerte con menos tristeza en el alma, hay errores que se cometen para siempre porque no requieren perdón, puesto que la gente involucrada en los daños no necesita ni absolver ni vengar porque ya  olvidó,  y  no  le  importa, la persona que hizo el perjuicio, la indiferencia del ofendido es peor que cualquier venganza, porque trae en su seno la carencia absoluta de afecto que se requiere para llevar a cabo un recobro. Wence le miró la cara tarjada de arrugas y los ojos culposos y le dijo Hermano, la vida de verdad es muy perra, yo no soy quien para juzgarlo, pero si ahora está pensando en remediar de alguna manera, por ínfima que sea, lo que hizo, es porque en su corazón aún hay algo de nobleza o a lo mejor siempre la hubo, solo que tener de consejero al trago es muy mal negocio, yo  mismo he  vivido  esas  terquedades  y  he  perdido mucho, pero aquí estamos buscándole la comba al  palo, dos viejos con entusiasmo, bregando a sacar adelante un proyecto, de distintas maneras y por distintos motivos pero al final solo somos dos padres pensando en sus hijos y eso nos hermana y nos va a ayudar a  llevar  esto  a  buen  puerto, así que hagámosle, vamos a montar esas vainas a la carreta y las cubrimos con cobijas  y  les  ponemos escombros  encima y así mismo sacamos las otras, vamos con toda , el  otro viejo  le dijo  Pues  sí  hermano, hagámosle, aunque yo no lo estoy haciendo por mis hijos sino por aburrimiento, porque usted me cayó bien y no tengo nada mejor que hacer y lo de mis hijos si esto sale bien no es por ellos es por mi egoísmo, para sentirme un poco aliviado en la hora final, pero bueno dejémonos de nostalgias y pesares  y vamos por esas putas campanas. A las dos de la mañana empezaron a desenvolver las campanas falsas en la entrada del solar y, cuidándose de no ser descubiertos por la mirada afilada de los chismosos del barrio, lograron meterlas; Wenceslao trepó  al campanario siguiendo la escalera de huecos que había hecho con antelación en la pared de ladrillos, apenas estuvo en la torre le hizo señas a su compañero para que se subiera, el viejo casi no logra conquistar la altura y en un par de veces resbaló en los huecos y estuvo a punto de caer, al fin, ayudado por la mano redentora del compañero que se estiró para alcanzarlo, logró poner pie en el piso de la torre, desde allí observaron en silencio la parte del barrio que se veía descubierta y suspiraron, el anciano dijo  Hágale pues, hermano ¿ cómo es que vamos a descolgar estas berriondas? , que nos va a amanecer aquí viendo nada, con lo que Wence envolvió el badajo de la primera en una cobija para dejarla muda, no fuera a ser que su voz ronca alertara a  la gente, y le dijo al compañero que había que bajarla con cuidado, con una llave de tubo graduó la dimensión de la tuerca que la sostenía e hizo fuerza  con todo lo que le daba el cuerpo pero el perno no se conmovió en lo más mínimo , volvió a intentarlo y el resultado fue el mismo. El anciano al verlo en apuros se avino a ayudarle y entre los dos lograron inmutar el tornillo, pero el casi imperceptible movimiento produjo un ruido feroz de ancianidad perturbada, que el óxido y los años habían soldado la pieza a la rosca  y crujía con gritos de eternidades que desahogan mudeces ancestrales, los dos se detuvieron y se miraron preocupados y sin moverse, pues sintieron el sonido del desenrosque más duro que mil campanadas, y sin saber qué hacer se despegaron con lentitud  de  caracola de la llave y se alejaron,  entre  dientes el anciano le preguntó ¿ qué vamos a  hacer?, y  Wence  pensando con cara de preocupación le dijo Voy a ir a la casa a buscar grasa para aflojar ese tornillo, si no el ruido nos va a  delatar, agh la vaina es que yo no tengo grasa y a esta hora no hay taller donde conseguir, va a tocar traerme el aceite de la cocina a ver si con eso lo resolvemos, el zorrero le dijo No,  hermano, mientras usted  va  y  vuelve nos amanece, si es por aceite de cocina que estamos varados, vamos donde la vieja Gloria, que vende papas rellenas en la maga toda la noche y le pido o le compro un poco, y así nos desvaramos, Wenceslao le dijo Entonces camine antes de que se nos haga más tarde, emprendieron la bajada pero al  anciano  le costaba un poco atinar a los huecos y tuvieron que hacerlo con lentitud paso a paso, y mientras bajaban, Wence pensaba que si descargados daba brega la bajada, con una campana al hombro iba a ser improbable, pero alejó sus malos pensamientos, arribaron a la manga presurosos y fueron adonde la fritanguera con tan mal sino que en el puesto estaba comiendo Manuel, el zorrero que después de rechazar y burlarse de Wenceslao y su plan lo había divulgado, al verlo los dos hombres se quedaron tiesos e intentaron disimular el propósito de la visita, empero como suele pasar en estos casos cuánto más se esfuerzan las personas por encubrir sus intenciones más pronto son traicionados por sus gestos y sus movimientos desesperados, Manuel notó el apremio, se les arrimó y con voz impostada de amabilidad les inquirió ¿Cómo va  el  negocio de ustedes dos ?  y dirigiéndose al anciano Arnulfo le dijo ¿ De manera que vos sí le seguiste la cuerda a este hijueputa loco?, el anciano lo miró con fuerza y le dijo Dejate de ser metido, quedate en tus cosas  y comete tu papa que con lo asqueroso que sos de pronto la vinagrás, y dejanos tranquilos que mas hijueputa sos vos, yo prefiero a los locos que a las locas chismosas como vos, malparido, Wenceslao y Manuel se miraron desconcertados de la fuerza inusitada que despedía el anciano en su increpación, por lo que el metiche se retiró en silencio con una mueca hostil en la cara y con ojos rastreros; doña Gloria les dio algo de aceite quemado en un tarro de Nescafé y los dos hombres volvieron al solar, no se dijeron nada en el trayecto, pero ambos sabían que el insultado zorrero no se iba a quedar con esa, de manera que era ahora o nunca, el plan tenía que funcionar esa misma noche o ser abandonado para siempre. Con la fé renovada se montaron al campanario con  menos dificultad que la vez anterior y untaron con el aceite toda la rosca y la tuerca, aunaron fuerza y tiraron de la llave, volvió  a  crujir  un  segundo pero luego volvió a encontrar el camino abonado de aceite que acalló sus gritos en la oscuridad cerrada de un viernes al amanecer, lograron desmontar el pasador y se encontraron con el peso íntegro de la campana en sus manos, no era tanto como se  habían imaginado  así que la descargaron en el borde del campanario y sonrieron con gesto triunfal, ahora tenían que ver cómo bajarla hasta el solar, el anciano tuvo la idea salvadora: enhebrar la soga por donde había estado el pasador, él iría primero dejando la campana en el borde, y luego Wenceslao la iba cediendo de a poco abajo, así lo hicieron y la operación resultó exitosa, luego el anciano convertido en un mozo por la adrenalina y el contento trepó de nuevo a la atalaya y en menos de nada desmontaron la otra campana, y con idéntica forma lograron poner las dos a buen recaudo en el solar. El anciano cogió las réplicas y las amarró de la soga, tiró la otra punta a Wence que esperaba  ansioso en el borde contemplando el campanario huérfano contrastado con el cielo oscuro, como un gigantesco mueco en  la sonrisa amplia de la torre, y él también sonrío; apenas  tuvo entre sus manos la soga la recogió con sumo cuidado no fueran a desbaratarse las duplicadas en la subida, las empezó a amarrar como pudo porque el tiempo de oscuridad escaseaba y sabía que era cuestión de pocas horas para que la claridad manifestara el  timo, puesto que Manuel los había descubierto y porque viéndolas ahora guindadas en el campanario las copias no tenían ni el tamaño ni el color de las originales y bastaba con que la luz del sol diera en ellas para que hasta el ojo más desprevenido descubriera el reemplazo, en realidad ponerlas era más que nada su manera de terminar lo empezado con profesionalismo y de alguna forma un colofón decente a un plan que no había hecho más que hacerse trizas desde el principio, así que ató sin ganas  y sin cuidado las campanas hechizas a la viga y se bajó de la torre, riéndose de sí mismo, de su plan y de lo que veía venírsele encima; en el solar cada uno tomó una campana y las montaron a la zorra, tapándolas con las cobijas con que habían cubierto los badajos y encima les pusieron una canecada de escombros revueltos quie simulaba una carga y partieron a venderlas donde un anticuario conocido de Wenceslao que vivía en un exclusivo sector de la ciudad y quien se había enriquecido comprando a precio de bicoca pequeños tesoros que encontraba en las correrías que hacía por todo el país, cambiando alhajas por baratijas y aprovechando el desconocimiento del portador de los objetos, en general campesinos que habían heredado las prendas de sus antepasados sin conocer su valor; se conocieron en la época en que Wence aún tenía algo de prestancia en el mundo del arte y el coleccionista le compró un par de cuadros, un día lo invitó a su casa, a donde ahora se dirigían, y le contó de su negocio mientras le mostraba jarrones del siglo XVIII y mamparas antiguas, por eso cuando tuvo la idea de las campanas le telefoneó al hombre para ofrecérselas y este le dijo que apenas las tuviera se las compraba y las pagaría en efectivo para evitar complicaciones. Cuando la tela de la noche empezaba a ser rasgada por los filos del alba, llegaron ante un portón de madera tallada que al anunciarse se abrió y los dos hombres entraron en su zorra como quien llega a su casa triunfal después de una batalla ganada pero consciente de que al final la guerra se perderá, expeditaron los trámites y al cabo de una hora y media botella de whisky que se tomaron con el anfitrión mientras contaban sin afán el dinero recibido por la compra- que resultó siendo mucho menos de lo pactado porque las  dos  partes tenían ideas distintas de las condiciones en que se encontraban las campanas-, salieron de la mansión del anticuario sonrientes  y  prendos. 

                

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