Historia de una mala palabra
Julio César Londoño*
Tomado de “El espejo de Urania” julio/septiembre
de 2002, p. 5 - 7.
* Julio César Londoño (Palmira, 1953), crítico
literario, biógrafo y cuentista. Ha publicado La ecuación del azar (Universidad
de Antioquia, 1980) y Sacrificio de dama, Gobernación del Valle (1994).
Mi vida sexual comenzó en los diccionarios. En
cuanto caía uno en mis manos, de
inmediato buscaba obscenidades y “partes nobles”. También en esos libros —como
un presagio de lo que vendría luego— comenzaron mis frustraciones porque esta
suerte de voyeurismo semántico nunca era plenamente satisfecho. Por lo general
la palabra deseada no figuraba en las entradas, o estaba púdicamente oculta
tras crípticos sinónimos, o era definida la manera frígida de la ciencia—y lo
que yo buscaba era algo más crudo y excitante.
La palabra cacorro, demos por caso, no figuraba
en los diccionarios de mi infancia y la siguen omitiendo —tácita conspiración
editorial— los actuales. Entonces vino en mi ayuda un hecho fortuito. Un día,
en la misa dominical, el sacerdote tronó desde el púlpito contra la sodomía,
“esa pasión insana que infesta aulas y cuarteles”. Por supuesto corrí a la S.
Allí estaba: “Sodomía: concúbito entre varones o contra el orden natural.
Etimología: de Sodoma, antigua ciudad de Palestina donde se practicaba toda
clase de vicios torpes”. No entendí nada. Busqué “Concúbito: ayuntamiento
carnal”. Bueno, “carnal” ya era algo, pero ¿“ayuntamiento”?: “Acción y efecto
de ayuntarse”. Mi paciencia se estaba agotando. Subí la columna. “Ayuntar:
tener cópula carnal”. Omitiré aquí, en
favor de la brevedad, la pesquisa de cópula y mi perplejidad al tratar de
imaginar relaciones contra natura entre el sujeto y el predicado, para llegar a
mi asunto: la singular historia de la palabra puta.
Años después —ya era un hombre maduro— llegó a
mis manos el Diccionario Etimológico Latino‑Español de Commeleran, un coloso en
octavo de 4,500 páginas impresas a tres
columnas con entradas en latín, acepciones en castellano, ejemplos de uso
tomados de los clásicos latinos de la Antigüedad, y rastreo del origen de las
palabras por el griego, el árabe, el hebreo, el arameo y el sánscrito, en
caracteres vernáculos. Es la vulgata de la etimología, el sueño de cualquier
cajista, y mi único bien de valor.
Lo abrí con reverencia, busqué el significado de
mi nombre, el de mis padres y el de una
mujer, y algunas palabras cuyos significados eran oscuros o anómalos (exaplar,
logoteta, nimio).
Cuando llegué a la P saltó el cazador que tenía
agazapado desde la infancia en algún repliegue de la corteza inferior, zona
cerebral que compartimos con los reptiles, y busqué puta: ¡pensar, creer,
destreza, sabiduría! Quedé sorprendido, claro, y me di a investigar la causa de tan extraña mutación.
Encontré que el verbo latino puto, putas,
putare, putavi, putatum, procedía de un vocablo griego, budza, que significaba
sabiduría hacia el siglo VI antes de Cristo. Aunque ya Grecia podía jactarse de
Homero, Pitágoras y Heráclito —se preparaba para inventar el espíritu de
Occidente—, también incurría en la esclavitud, el desdén por la experimentación
científica y la subestimación a las mujeres. En Atenas ellas carecían de los
más elementales derechos. Cuando una matrona ateniense moría, se le colocaba un
epitafio indefectible: "Cuidó los hijos e hiló el telar". Una señora
no debía asistir a fiestas, así se realizaran en su propia casa. Desde una
cámara contigua al salón de los invitados podía escuchar la música, seguir las
conversaciones y fisgonear un poco entre
las cortinas, ¡faltaba más!, pero le estaba prohibido ingresar al salón, que
estaba reservado a los hombres, los músicos, los sofistas y las hetairas
—flores de la noche, máquinas de placer—.
En Mileto la mujer sí era
apreciada, quizá porque allí el homosexualismo masculino no estaba tan
extendido ni era considerado tan de buen tono como en otras ciudades griegas, especialmente en Atenas. En Mileto, la ciudad de Thales, el geómetra, las mujeres podían asistir a las academias y
participar de la vida pública. Pero Atenas era, pese a todo, el centro intelectual del
mundo Egeo y a ella peregrinaban filósofos, artistas, retóricos y bohemios de toda Grecia. También las mujeres milesias tomaron
el camino de Atenas.
Habían aprendido en su patria artes y ciencias, y en los caminos, el amor. Los atenienses
quedaron maravillados de estas mujeres que además de bailar y cantar conocían de historia, astrología, filosofía o
matemáticas; con las que se podía reír antes del amor, y conversar después.
Para sus esposas la fiesta fue entonces
más triste. Estaban acostumbradas a que las hetairas les robaran por una noche
el cuerpo de su marido, pero estas
sabias, estas budzas, les estaban robando para
siempre también el corazón.1
Toleraban sus retozos, pero verlo reír y conversar con
otra es más de lo que una mujer puede soportar. Entonces la palabra budza, que era noble y antigua,
comenzó a tomar en los celosos labios de las matronas entonaciones ásperas y
significados maliciosos.
"Sabihonda". "Sabida". El
fonema beta, Suave y bilabial,
se endureció en una pi también bilabial pero explosiva, pudza.
Luego, como si no fuera suficiente,
como si el nuevo vocablo no tradujera bien todo el odio que albergaban, se fue
haciendo más fuerte, marchó a Roma en libros y viajeros, y cuando llegó ya no
era una palabra, era un escupitajo: ¡puta! Significaba, hacia el siglo 1
después de Cristo, sapiencia y meretriz 2
Quizá sea pertinente escuchar aquí,
para terminar, una décima de Clímaco Soto Borda que repite con fruición este sonoro
vocablo en una original lección de etimología.
Si pública es la mujer que por puta es conocida, república viene a
serla puta más corrompida .Y siguiendo el parecer de esta lógica absoluta, todo aquel que se reputa
de la República hijo, debe ser, a
punto fijo, un grandísimo hijueputa.
Cibergrafía: https://www.academia.edu/16644038/Historia_de_una_mala_palabra
1. Hasta el Rey Pericles sucumbió a los
encantos de las extranjeras y abandonó a su esposa por Aspasia, la más bella y talentosa de las hijas
de Mileto.
2 Meretrix era el término culto usado
entonces para designar a la mujer liviana. El vulgar era lupa, loba. De aquí el nombre de lupanar que daban los romanos a las
casas de placer.
3 Un proceso semejante ha seguido la palabra “nimio”, que viene del latín nimius : demasiado. La gente advirtió, de alguna manera, que se trataba de una palabra breve, con predominio de fonemas vocálicos cerrados, anagrama de “mínimo”, y empezó a usarla en el sentido de “pequeño, deleznable”, que es el significado que tiene hoy en día en el habla corriente y en los mejores diccionarios.
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